Siete Párrafos: Oropeles Mexicanos


Por Rodolfo Calderón Vivar, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana

El más reciente resultado futbolístico de México en un torneo de esos que ahora se fragmentan por edades, pinta de pies a cabeza el imaginario que se introyecta desde hace años a través de los poderes mediáticos en las conciencias mexicanas. A titulares destacados en nuestros díarios, impresos y digitales, se destaca la proeza: México pasó a cuartos de final en el campeonato mundial sub 20.

 

¿Pero como lo hizo?…Pues no fallando los penales. Es más quienes realmente colaboraron en todo fueron los del equipo contrario, los de Camerun, quienes no lograron atinar ni uno solo de tres penalties tirados. ¿Es eso una proeza? ¿Realizaron un gran esfuerzo como para merecer ese triunfo logrado casi por default y aún más para recopilar elogios de cronistas, periodistas y villamelones? No, a quienes debería aplaudirse por su generosa actitud es a los morenos de Camerun que no atinaron a la portería ni una sola vez.  A ellos les debió México el triunfo.

 

En un país ávido de proezas, de buenas noticias, de héroes de mestiza tez, el fútbol se alza como la llamita de esperanza de que nos estamos tan mal, de que vamos bien, de que ahora si se nos respeta, de que ahora si estamos dando otra cara al mundo, de que al fin vamos por el camino correcto del triunfo.

 

Y no es que queramos ser pesimistas, ni agrios críticos que todo lo vemos mal, ni encarnizados denostadores de cosas sin trascendencia, pero es necesario llamar la atención sobre un fenómeno social inherente a la cultura de masas en nuestro país que involucra a un deporte del cual depende la atención, el buen y el mal humor, la esperanza y la desesperanza, de millones de mexicanos atados al devenir de 22 jugadores pegándole a un pelota sin cesar y a una camiseta verde que simboliza la patria, el país, la nación, la identidad, la razón de ser, el sentimiento motivador del México contemporáneo.

 

Enajenantes, persistentes, incisivos, involucradores, los medios televisivos nos anuncian con días de anticipación ese partido en el cual se decide el orgullo nacional. Es como la batalla del cinco de mayo pero exacerbada al máximo, con héroes que nos son anunciados como miembros de una platilla de once titulares que darán su sangre a Huitzilopochtli y obligarán a que ávidos teleadictos se queden ahí, aplastados, durante dos horas para sentir el éxtasis o la amargura, dependiendo del resultado.

 

Y que mejor lugar que un bar, o un restaurante bar, donde puede usted llegar disfrazado de verde, con la panza por delante, para mostrar su espíritu deportivo. Que esto y lo otro, salud. Que ya fallaron, que ya están jugando rudo los contrarios con el beneplácito del arbitro, siempre en contra nuestra. Que Gooool y que sirvan las otras, total para eso trabajo.

 

Esos son los oropeles mexicanos, sin más valor real que el grito momentáneo, la satisfacción fugaz de un pase a la siguiente ronda, y si excepcionalmente se llevan el trofeo principal, entonces viene la obligada paseada con la bandera afuera de la ventanilla del coche, so riesgo de sacarle un ojo a un transeúnte que no se agache a tiempo, y el ritual chilango de reunirse en torno al Angel de la Independencia, mientras un nervioso secretario particular de la presidencia de Los Pinos,  busca el contacto telefónico para que el presidente salude de inmediato a los héroes de la patada. Y entonces me pregunto: Por Dios, porque no se decide mejor esta lucha de los territorios entre narcotraficantes mediante un torneo de futbol, ¿no sería menos cruento, mas equitativo y más lucrativo, que andar rodando cabezas sin ton ni son y asustando a los mexicanos apasionados del  fútbol? Digo, yo nomás me pregunto. (rcalderonvivar@yahoo.com)

 

 

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.