(Para el Beto Frayre, nomás por el puro gusto)

Dentro de la idiosincrasia nacional, el referirse a una persona a través de un mote o sobrenombre, lleva inicialmente a dos vertientes, una donde se desea reflejar las características físicas del individuo en franca alusión a un objeto o animal. Por otra, una segunda, que desea hacer patente una serie de cualidades o atributos del individuo, en relación o semejanza a una determinada situación, digamos intangible.
Personalmente, yo mismo he sido víctima de innumerables y curiosos sobrenombres, y por supuesto, también he sido implacable victimario a la hora de corresponder. Y así, subiéndome a la máquina del tiempo, recuerdo uno de mis primeros apodos. Cuando cursaba el segundo de primaria me apodaban “El Chepino”, debido a que el maestro del curso, resultó conocido de mi madre y había sido maestro de mis hermanas. El mote derivó del nombre de mi madre, Josefina o “La Chepa” o“Chepina”. Desde el primer momento en que llegué al salón, el maestro se dirigió al grupo presentándome como el hijo de “La Chepa”, y no tardó un segundo para que en un observador me endilgara el nombrecito de “El Chepino”, calamidad que duró muy poco, como efímero fue mi paso por esa escuela cantonal “Francisco J. Clavijero”, enclavada en el parque “Ciriaco Vázquez”, en el Veracruz de finales de los 50s, cuando los niños de aquellos años éramos “Ratones Macías” y, por supuesto,“Piratas De la Fuente”.
III
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Por alguna razón que desconozco, no recuerdo otros sobrenombres por mi paso en la primaria en Xalapa, Veracruz, tal vez, asumo, la omisión de motes en este tiempo de mi vida como chamaco de la primaria, obedezca a lo poco común de mi segundo apellido, es decir Riande, lo que ameritaba que una gran mayoría se refiriera a mi persona por “el Riande” como apelativo poco común, y con esa mañita xalapeña de anticipar el artículo a los nombres propios, lo que a mis hermanas y a mí nos parecía muy chistosa, dado que sinceramente no era una costumbre en el puerto de Veracruz, el anteponer el artículo, o cuando menos no era muy generalizado.
IV
No fue lo mismo en mi breve estancia en Orizaba ciudad donde los sobrenombres volvieron a aparecer. Y aquí recuerdo algunos como “el cara de hacha” y “el robot”. El primero, asumo que se debió a mi cara delgada, y pienso que era por mi condición de flacucho o enclenque de 44 kilos, y por ende mi cara delgada. La verdad, no me hacía gracia el nombrecito, aunque tampoco me molestaba mucho que digamos. Ahora que remonto el vuelo hacia la nostalgia, recuerdo que uno de los iniciadores del nombrecito fue un chaparrito de Tierra Blanca, Veracruz, sobre el que caía una sarta de sobrenombres como“el enano”, “el monstruo”, “el mojón”, y el más característico de todos ellos era “el Franki” (por Frankstein), y todo porque además de su baja estatura, este paisano tenía una enorme cicatriz que le empezaba en el cuello y le llegaba a la comisura del labio. Él sí que se ponía furioso cuando le hacían carrilla con su sarta de motes.
V
El otro mote de “el robot”, curiosamente me lo pusieron también ahí en el Instituto Regional Veracruzano, orgullo escolar de tantas y tantas generaciones de orizabeños y de uno que otro jarocho que llegaba del puerto. Todavía me acuerdo de ese primer día de clases en el IRV. Llegué un lunes en pleno acto de los honores a la bandera. Acompañado del maestroDonaciano, el terror de todos los alumnos, por su severidad en la disciplina, llegué hasta el patio del colegio, ahí estaba la cancha pletórica de niños y jóvenes uniformados, muy serios y respetuosos ante el lábaro patrio.
VI
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Y ahí estaba, muy formal y serio, sin uniforme, como distinguiéndome de todos los impecables ataviados de azul y blanco. En mi mente revoloteaba el mote de “el cara de hacha”, ya me imaginaba que de un momento a otro saltaría un irreverente con el nombrecito aquél de otros años. Con la mirada fui siguiendo rostros, tratando de reconocer a los viejos compañeros de otros años. De repente, ahí estaba el “enano Franqui”, frotándose la cara con sus manos, como diciéndome desde lejos, ¡ya te reconocí, “cara de hacha”! Por razones que hasta el momento desconozco, el mote fue desapareciendo, para dar paso a otro: “el robot”, tal vez porque a uno de mis nuevos compañeros le pareció que la exagerada chamarra que llevaba ese primer día, me hacía lucir fornido, ancho de espaldas, tal vez no era así, pero ¿quién se pone a averiguar la confiabilidad de los sobrenombres? La óptica ajena es muy diferente a la nuestra, y si no fue así, pues de todos modos así me lo acomodaron, y ese mote me acompañó por todo el 1966, ese año de gritar eufóricos el gol de Borja ante Francia, y de la despedida de Carvajal ante Uruguay, en el mítico Wembley.
VII
Pero si tratamos de buscar en la inventiva popular de bautizar con motes o sobrenombres, tal vez nos perdamos en los orígenes, pensemos únicamente en esa característica innata de acomodarle el nombrecito a quien nos agrada, y así salen a flote, aquél que por estar “picado” por la viruela, la raza inventiva le colocó el mote de “la cacahuata”. O ese otro, que debido a una malformación genética, su lóbulo era casi inexistente, lo que la raza carrilluda aprovechaba para llamarle irónicamente “la taza”. O aquel otro ingeniero, que al decir de mi ex compañero Leodegario Quilantán, quien estaba falto de vista de un ojo, razón por la cual la raza chapinguera lo bautizó como “el obediente”, porque decían, que cuando era pequeño, su madre le dijo: “Mira hijito, ahí te dejo los frijoles en la lumbre, te encargo mucho que le eches un ojo”.
VIII
En cuestión de apodos, me refiere un compañero de trabajo, quien confiesa que era más conocido por el mote que porManuel de Jesús.Y aprovecha para refrescar la memoria de sus años de preparatoriano, donde “el Juano” era su apelativo más conocido. La estructura era muy sencilla, su novia era Juana Inés y él era simplemente “el Juano”. Así sus cuatachos del alma, sus inseparables compinches Basilio y “El picho”, eran mayormente conocidos en el bajo mundo intelectual de las preparatorias como “El Chelo” y “El Cuco”, gracias a sus novias: “La Chela” y “La Cuca”. Y ahora que me acuerdo, pues yo también, en mis años mozos, fui “El Maruco” por andar con la Maruca. Sí, creo que ahora sería “El Más-ruco”. Si no lo digo, de todos modos mi cuate “El Tuca” lo inventa.
IX
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Finalmente, he de referirme a la ingeniosa gracia de buscar los apodos, esa maravilla de tratar de perpetuaren la memoria colectiva de los centros de trabajo, la imagen de ese compañero o compañera que nos caiga bien o caiga mal, queda ahí estigmatizado de por vida. Y en este sentido, he de referirme a un compañero de trabajo quien por su tipo de pelo crespo, se le forma un peculiar mechón hacia arriba, lo que ni tardo ni perezoso provocó que algún ocurrente le colocara el sobrenombre de “Don King” en obvia alusión al promotor norteamericano, de exuberante cabellera, y quien siempre aparece con los cabellos “parados”. Y bien, pues no faltó, otro acomedido bautizador, quien asegura haber visto “cabecear” o “dormitar” a nuestro personaje, lo que motivó el mote de “Ronquín”.
X
Por supuesto el ingenio ajeno aunado a la carrilla generalizada, no siempre es el completo agrado del apodado. Casi puedo asegurar, que este compañero doblemente apodado, en un momento dado, habrá dicho: “el apodo es lo de menos, la carrilla como quiera la aguanto, pero la risita, la risita es la que chinga”.



