
Pedro era terco y se empeñó en ir a la oficina ese viernes 24 de diciembre. Afuera, el gélido aliento del invierno no parecía ser alentador para los que se apresuraban a caminar por las calles de Fortín en un día que parecía cubrirse de una nostálgica tristeza.
Los cerros de Zongolica, culminantes y amurallados, cerraban el paso a unas nubes que se amontonaban en la obscuridad del horizonte.
Situada entre las ciudades de Córdoba y Orizaba, Fortín era un referente de imágenes para Pedro que se remontaban a sus primeros años de independencia infantil, cuando montado en su triciclo rojo, recorría una y otra vez la pista inusitada de los pasillos del parque central de la ciudad.
A él no le gustaba la navidad, quizás por el recuerdo de su tío Aristarco, borracho, gritando pasada la medianoche, invariablemente en cada noche buena, todas las maldiciones y leperadas posibles, que volvían amenazante la reunión familiar. Ni el abuelo ni la abuela tenían la fuerza suficiente para calmarlo. Todos, temerosos terminaban la reunión y se retiraban, mientras el tío pasaba de las lágrimas a los manotazos en la mesa recién arreglada para la cena, invariablemente, cada 24 de diciembre.
“Tiene que ser hoy”, pensó cuando conducía el automóvil, que cruzó la avenida principal, al paso de otros automóviles y transeúntes que daban movilidad al escenario citadino.
No tenía idea de la hora exacta cuando abrió el portón del edificio. Subió rápido por las escaleras y entró al despacho, como atrapado por una hipnótica necesidad de hacer lo que tenía en mente desde unos días antes.
Cuando abrió el cajón de su escritorio, el envoltorio seguía ahí, desde el lunes anterior, cuando lo había colocado con sumo cuidado. Dentro estaba la caja y el aserrín rodeando los inmóviles objetos que le provocaban todavía una intensa emoción, al evocarle muchos, demasiados recuerdos, ligados con su infancia.
En lo alto de la oficina, las dos lámparas de neón iluminaban el espacio donde por veinte años Pedro había dedicado su vida a atender pacientes enfermos de distintas dolencias.
Una forma de vida atada a horas de escuchar, ver, presentir y recetar, casi mecánicamente. Un médico es como un adivino, que juega a decir lo que el enfermo mismo ya sabe o le dice, y que apunta remedios que se repiten lo mismo para un mal de una cosa que de otra en variados seres que, agachados y tristes, acuden a él para solucionar problemas que, alguna vez, ya no tienen respuesta posible.
Cuando la caja estuvo junto a él se sintió otra vez lleno de entusiasmo por la navidad. Se sintió creativo y menos viejo. Actuaba en esos instantes de manera audaz y capaz de hacerle frente al mundo de una manera vivaz e inesperada.
Se percibió como el Pedro perdido al paso de los años y que se había quedado atrás, atrapado en un recuerdo que imperceptiblemente se iba borrando con el transcurso del tiempo, pero que era rescatado con la acción de este día.
Pronto, en el regreso, la noción de las horas se iba haciendo más presente. Eran las cuatro y media de la tarde. Casi a las cinco llegó a su casa. El cielo estaba más oscurecido y la noche cada vez mas cercana. En su hogar no había nadie, todavía. El arbolito de navidad tenía la serie de luces apagada pues Sandra y los muchachos habían ido a visitar a Genaro su cuñado. Después irían al servicio en la iglesia bíblica a la que ella asistía y, cerca de los once, volverían con sus voces y risas a la casa donde Pedro ahora estaba solo, recordando el entusiasmo de sus hijos, cuando eran niños.
Esa noche era la noche de todos, por igual en el vecindario, en el barrio, en la ciudad. Y era también su noche de retorno a lo que mejor recordaba de su casa, cuando las imágenes del nacimiento se acurrucaban junto a la puerta del zaguán principal de la casa. San José, la Virgen , el Niño, los animales del pesebre, el gallo, los pastores, los ángeles, los borregos, ahí reunidos y él, enfrente, junto a los primos y las primas, bañándose el rostro con la luz multicolor de los foquitos intermitentes. Sus manos de niño sabían de la emoción suprema de mover una pieza de lugar, quizás a un pastor junto al río, o a un camello junto a la palmera de plástico que se recargaba en la pared, o a los árabes echados en torno a una hoguera de barro, arrimándolos más hacia donde estaba el Misterio, ese núcleo de todo Nacimiento, donde un padre, una madre y amigos, rodean a un recién nacido.
La puerta se abrió a las once de la noche. Sandra encendió la luz y pasaron los muchachos y sus esposas. Los nietos, hijos de Enrique, el primero que se casó, corrieron a prender el arbolito y quedaron maravillados cuando debajo de él se iluminó también un inesperado nacimiento que esa mañana todavía no estaba. “¿Y ahora?”, dijo la abuela mirando a los dos hombres para tratar de hallar una respuesta. Fue Eufemio, el más joven y que era doctor quien le respondió:
-Se me ocurrió hoy, mamá. Bueno. Lo que pasa es que hoy hallé entre las cosas de papá, que estuve revisando en el consultorio, esta caja que guardaba en un armario, quizás desde hace mucho tiempo. Es un nacimiento. Está un poco viejito pero no se ve mal. Creo que por cuestiones de la religión nunca se atrevió a ponerlo en casa. Y, bueno, pensé que tal vez le hubiera gustado que lo viéramos con él aquí dentro de la sala y por eso me vine a las cuatro , antes de ir a casa del tío, para colocarlo debajo del árbol. Se ve muy bonito. Creo que esta noche que es de todos papá está de alguna manera presente… ¿No se ve hermoso?
La voz de los dos niños, acuclillados frente a las piezas inmóviles, fue la más rápida respuesta:
-¡Se ve fabuloso, tío!…Deveras…
Los ojos de todos brillaban al compás de las luces multicolores que, unas veces se apagaban, y otras veces se encendían sobre el arbolito y el viejo nacimiento. Afuera, la oscuridad de la noche tampoco era total. Otras luces iluminaban a través de las ventanas de cada casa, las sombras de las calles de Fortín, poco antes de la medianoche.

Epilogo del autor para todos sus lectores:

La noche de todos: un Cuento de Navidad by Rodolfo Calderón Vivar is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.
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