
La mañana del 1° de septiembre de 1985, si precisamente a 18 días de aquel sismo que colapsó la vida social del DF, el negro Ballado, o simplemente el hijo predilecto de Alvarado, Veracruz, hacía planes con Erasmo, Adolfo y Felipe el peruano, para “curársela” colectivamente, en una marisquería de la Cd. De México. Pero, en ese momento otro sismo estaba a punto de ocurrir.
La noche anterior, fue una de esas de encuentros y convivio aderezado por cervezas, música de salsa y anécdotas trilladas, que se hilvanaban una tras otra. Que si el pinchi maestro y sus planes de viajes a Cuba, que si el ensayo del doctor tenía que ser exactamente de 50 cuartillas, en fin, la noche se hizo madrugada y con ella las XX lager sirvieron de sustento a la perorata anecdótica. La casa del Erasmo, se convirtió en un efímero antro de discusiones y trivialidades, ahí en algún lugar de Texcoco.
Como ya bien lo sabíamos, a este flaco Ballado, o El pinchi Negro Ballado, sin exagerar, yo consideraba que pesaba unos 40 kilos con todo y botines. Este negro tenía un gran defecto, era muy dado a exagerar compromisos, a prometer situaciones que, como diría Felipe “La Vicuña”, a la mera hora: “pos nomás, nada de nada”. Pero, ante el ánimo de la alegría que despierta el echarse unas cheves con los cuates, pues él, el hijo pródigo de Alvarado, Veracruz, insistía, una y otra vez: ¡chingo a mi madre, si mañana no probamos los mejores cocteles de México!
El negro Ballado, por momentos calmaba sus invitaciones para dar paso a su inconfundible gracia jarocha de improvisar versos.
¡Soy el águila que vuela y también soy tiburón!
¡Soy heroico personaje que en sus venas lleva el son!
Pero al rato arremetía con sus propuestas. Y sentenciaba:
¡Miren hijos de la chingada, les juro por Irma mi negrona santa que se van a chupar los dedos!
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No, pos así como nos lo platicaba, ya hasta se nos hacía agua la boca. Nos platicaba de un “vuelve a la vida”, unos langostinos al mojo de ajo, un chilpachole de jaiba, una jarra de“torito” de guanábana, y por supuesto unas “soles como patas de pingüino”.
Y a la mañana siguiente, como si fuese preámbulo de un cuento de hadas, el negro Ballado, daba toques a su menú y a nuestro plan de acción.
El grupo de desvelados, cual si fuese una cuadrilla de soldados maltrechos tras la batalla, se encaminó hacia la salida de la casa. Y ahí íbamos, casi marchando militarmente a nuestra encomienda de acabar con toda la comida de la tan mencionada marisquería.
Yo encabezaba la hilera, tras de mi el Negro, después Erasmo y al final Felipe. Cerca del portón de lámina, me acuerdo de mis casetes, ofrezco una disculpa y regreso a la casa por ellos.
De vuelta al portón, me encuentro con un cuadro tragicómico, tragicómico o andinocómico. Entre Erasmo y Felipe nuestro amigo del Perú, sostienen o tratan de sostener en pie al negro Ballado, que más que un joven estudiante de maestría en Desarrollo Rural, parece un vapuleado boxeador de gimnasio de cuarta categoría. El tambaleante Flaco, no alcanza a articular palabra alguna, el pelo canoso está matizado ahora con tierra.
Ante el inusitado cuadro, pregunto desconcertado:
– ¿Se siente mal?
Y el Erasmo me contesta:
– No, lo atropellaron.
La respuesta de Erasmo viene acompañada de una ligera risita que trata de convertirse en carcajada. Ante la sonrisita, asumo que se trata de una broma, y vuelvo a preguntar:
-¿Qué pasa, le bajó la presión?
-¡No, no!
Clama Erasmo, ya soltando la carcajada. Tras la risa, me aclara:
-No, ¡lo atropelló un pinchi perro que pasó en chinga y lo tumbó!
Ante tal situación, los planes de asaltar la marisquería de marras, quedó para mejor ocasión.
Erasmo volvió a Sonora, yo regresé a Veracruz, en tanto La Vicuña –por cierto MVZ de profesión– se quedó en Texcoco a cuidar del Negro Ballado, de quien se sabe duró un buen tiempo en reponerse del chingadazo .
Contaba La Vicuña que algunas veces por las noches el flaco Ballado, balbuceaba algo como una oración, como si dormido recordara a sus padres y a su negrona santa. Otras tantas noches, prendía la luz y el flaco estaba ahí catatónico.
Algunas veces cuando el Negro alucinaba, decía algo como:
¡Soy comparsa, soy pregón, soy jarana y melodía!
¡Soy el vaivén del tranvía y el faro que con su luz!
Erasmo quien vio de cerca la escena del “perrazo”, jura y perjura haber visto a nuestro Negro del alma, volar materialmente y caer de costalazo, y golpearse de fea forma la cabeza.
Cuando el resto de los compañeros del Colegio de Postgraduados se enteraron del accidente, primero se compadecían con cara de preocupación, pero en cuanto se enteraban de la forma en que se dio el asunto del perro ¡soltaban la carcajada!

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