La Vuelta al Mundo en 60 pedaleadas


Por Adolfo G. Riande, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana

1960

¿Cuando me trepé por primera vez a una bicicleta?

La verdad que no lo recuerdo, y a la mano no tengo a mis hermanos, ni a  mi madre para apoyarme en ellos. Pero casi estoy seguro, que debió haber sido en 1963.

Para ese tiempo, mi madre acostumbraba enviarme de vacaciones a Veracruz.

Vivíamos en Xalapa, precisamente en la avenida Azueta, muy cerca de la avenida Revolución, a dos cuadras de la terminal de Los Flecha Roja. En una caja de cartón, la primera que me encontraba en mi casa, esa era mi improvisada maleta. Ya se pueden ustedes imaginar que “mudas” o cambios como le dicen los de Sonora, podría yo haber metido en una caja. Dos pantalones, par de camisetas, calcetines, calzones y ¡vámonos tendidos como bandidos!, decía mi madre

Listo el “equipaje”, mi madre me daba 10 pesos, de esos que tenían una “tehuana” y su bendición, y ahí iba yo listo para abordar el primer camión para Veracruz. Por $ 7.55 uno llegaba tranquilo al puerto jarocho, en algo así como dos horas pasaditas.

Pero, déjenme decirles que en esas instancias en el puerto, la principal atracción era ir a rentar bicicletas al parque “Zaragoza” (La Inalámbrica”).Alguien puede imaginar esos tiempos de inocencia y confianza, donde uno como chamaco llegaba al sitio pletórico de triciclos y “ciclas”, y por 60 centavos, uno disponía por espacio de una hora de disfrutar de la “bicla” que uno quisiera.

¡Era algo emocionante estar ahí en esas atmósferas de mugres, sudor, gasolina! Con bicicletas colgadas de ganchos, como si fuesen pollos en el mercado.

1963

La plaza Zaragoza (en el puerto de Veracruz) era un rectángulo enorme, tal vez para la dimensión de chamacos. Mis primos Paco y Luis Fernando eran mis acompañantes, ellos sabían el teje maneje de la rentada, y sabían como darle a la “bici burra”. Mis primeros intentos de treparme fueron risibles, caída tras caída, hasta que lograba avanzar derechito, mantener la verticalidad, uff casi me sentía como “el rey del barrio”. Recuerdo que al principio, sentía como que la bici se hacía muy lenta, como que mi esfuerzo de pedalear no correspondía  a la expectativa de hacerme parecer como una tortuga reumática.

Mi primo Paco, al ver mi dificultad se acercó a preguntarme,

–¿Qué pasa, por qué no avanzas tan rápido como nosotros?

–No sé, la verdad le doy duro a los pedales, ¡pero esta chingadera no avanza!

Entonces, mi primo me dijo:

–¡haber dale y yo te observo!

Empecé a darle a los pedales, y fue entonces que mi primo soltando la carcajada, me dijo:

–¡Pero si serás pendejo, suéltale los frenos, cabrón, pos así como chingaos vas a avanzar rápido!

1968

Años más tarde, después de andar en “biclas”, y cuando ya tranquilamente regresaba a casa de mi tía Gloria, junto a mis primos  Luis Fernando y Gloria Luz,  a la espera de un siga del semáforo, repentinamente fui rodeado de una palomilla, la cual en la penumbra de la tarde, no alcanzaba a reconocer rostros, pero sabía que las cosas se iban a poner “color de hormiga”. Y así fue, en tanto yo escuchaba un clamor cercano de “este fue, éste fue”, de repente un golpe seco a mi cara me hizo entender que efectivamente, la bronca era conmigo. Sólo fue un golpe, uno solo, pero de esos que en el argot jarocho se denominan como “¡entre oreja ceja y madre!”.

El madrazo estremeció mi raquítica corpulencia juvenil, descendí de la bicicleta, y empecé a caminar lentamente. Alguien de esa palomilla me alcanzó para darme una disculpa. En su alegato, aclaraba que ninguna de esa “flota” había sido el responsable, y que tal vez el que me haya golpeado, pudo haber sido un borracho que llegó a la bola y tiró el descontón. Lo bueno fue que caí en manos de una “flota” buen onda, si no ni la bicicleta regresa a casa.

1964

Después de darle varias vueltas al local de bicicletas y refacciones, tratando de interesar a mi padre para que me comprara una bici, llegó el momento de la decisión. Mi padre y yo de frente al minúsculo artefacto, el dueño d3el local echando su mejor discurso sobre la recreación y la necesidad de que los niños deberían hacer ejercicio al aire libre.

El dueño del local insistía, y yo volteaba a ver a mi padre, como tratando de sumarme a la perorata del vendedor. Repentinamente, observé que mi padre echó una mirada a la cartera. Yo pensé “ya se hizo”. Ya me sentía al volante de mi flamante bicla y dándole la vuelta a la cuadra de Alacio Pérez, González Pagés, Mina y Díaz Mirón.

Mis efímeros sueños de pie se esfumaron, cuando mi padre dijo:

–No, mejor vamos a ver otras, y en ese otras se me fue el tiempo de niño, adolescente y adulto. La bicla nunca llegó. Pero yo sí llegué a contar la historia del porqué no tenía bicicleta, uff ¡qué bronca para explicarle a mis primos!

1988

La alegría de una bicicleta nueva en mi vida, se materializó con mis hijos. Ambos corrieron con mejor fortuna que yo. La niña recibió de “Santa Claus” una primorosa bici roja, como sacada de un cuento de hadas. El niño debo decir que disfrutó más de su primera bicicleta, la cual rescatamos primero de un ladrón nocturno, y la cual posteriormente se llevó otro ladrón a plena luz del día, como quien dice la bicla ya estaba en la mira de algún padre-ladrón que también quería ver la cara feliz de su hijo. De esa misma bicla o baica como gusten llamarle, mi hijo la recuerda con grato cariño. Fue emocionante para él, darle la vuelta al teatro del ITSON, sentir la experiencia de dominio y velocidad, y sobre todo compartir momentos inolvidables con su padre.

2000

De esas tardes de viernes, donde uno ya está predispuesto a dejarse caer cómodamente en el sillón de la sala. De esos momentos donde la tranquilidad reina en casa y el bullicio del “¡Gracias a Dios es viernes! “Parece no entusiasmarnos demasiado, el teléfono anuncia que algo grave está por venir, que la aparente tranquilidad del viernes será efímera.

Y así fue, la tarde del viernes 2 de junio, mi hijo menor a bordo de su bicicleta, era arrollado por una pick up.

Cuando llegamos a la esquina del accidente, mi hijo de 16 años, estaba sentado, recargado en una barda. La primera imagen de él, el rostro ensangrentado. Aparentemente tranquilo. Después supimos, que al transitar en su bicla por la banqueta, al bajar hacia la calle, no se dio cuenta de la pick up que se aproximaba. Se entiende que mi hijo alcanzó a esquivar el golpe de frente, pero en su intento acabó por ser arrastrado lateralmente por el vehículo.

Los primeros exámenes mostraron que no había lesiones internas de cuidado, no obstante la heridas del rostro fueron sangrientas, espectaculares, impresionantes, tanto que el periódico del domingo, titulaba: ”Entre la vida y la muerte se encuentra ciclista”.

2012

Estoy pensando en comprarme una bicicleta de montaña, tratando de hacer otro tipo de ejercicio que me ayude a bajar unos cuantos kilos de peso. A diario leo notas de atropellados en bicicletas, esa asociación entre la muerte y la bicicleta me hacen cambiar de opinión rápidamente, no obstante, celebro el ánimo de quienes ven en la baica aparte de su medio de transporte, un instrumento ideal para vivir la emoción, para aventurarse día a día ante el infortunio de una jungla urbana salvajemente agresiva hacia los ciclistas. 

1 comentario

  1. Que recuerdos, cuando ante la carrilla de su tío Alejandro, que porque tenía todavía llantitas auxiliares su primera bicicleta a los cuatro años de edad, se metió corriendo y fue por las pinzas y empezó a quitarle las llantitas, y ahi empezó a pasearse solo.

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