
Tras el lamentable fallecimiento de Regina Martínez Pérez, nuestra compañera egresada de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación, hemos visto un sinnúmero de muestras de afecto, solidaridad y peticiones de justicia que lindan, algunas, en el juicio anticipado, en la culpa asignada y en la mezcla de intereses partidistas, incluso, que poco favor le hacen al esclarecimiento de este crimen aún no resuelto.
Movidos por la buena fe, unos, y otros no tanto, se ha desdeñado uno de los principales métodos que aplicó en vida Regina, la corroboración de certeza a través de las fuentes, una de las principales reglas que, a quienes aprendimos a ejercer el periodismo, nos señalaron los antiguos maestros del quehacer del diarismo.
Regina Martínez Pérez no practicaba el periodismo de opinión, prefirió el de la corrobación de las fuentes, ese que se hace a base de andar consiguiendo, y confirmando, datos para redactar notas informativas, en las que cada juicio o expresión de la realidad estaba constatado por la fuente, vertiente visible de quienes aseveraban su perspectiva de una realidad.
Su crimen tiene muchos puntos oscuros que, sin embargo, se han tratado de llenar con más especulación que certezas, con más hipótesis sin sustento que hipótesis asidas a premisas de peso real. Ha ganado la emoción antes que la razón. Fácilmente se ha juzgado algo sin haberse investigado lo suficiente. Hoy más que nunca necesitamos certezas, en el mínimo homenaje hacia quien ejerció su labor periodística precisamente corroborándolas, o respaldando cualquier aseveración a través de los testimonios ajenos.
Creo que, si recurriéramos a la clásica perspectiva de las cuatro virtudes morales, falta en el ambiente el ejercicio de la templanza, comprensible quizás por el estremecimiento emocional de ver caido a alguien tan indefenso y solitario en su quehacer laboral de nuestro entorno, que nos obliga a asumir con un carácter firme de que, antes de acusar a priori, requerimos que alguien reuna las pruebas y aporte la certeza de la resolución del caso.
Tampoco se ha aplicado la prudencia, esa virtud que nos marca que hay que calcular todos los elementos por venir y datos verdaderos a la mano antes de actuar. Para nada conviene al gremio periodístico dictar una sentencia a priori que la realidad a corto plazo la haga romperse en añicos. Hoy se ha enarbolado la causa de Regina hasta por quienes, en los últimos años, no mencionaron antes su nombre con los adjetivos de grandeza que hoy, sin rubor, pregonan a la luz pública solo para reforzar la idea de la conspiración, que bien pudo haber sido pero no ha sido corroborada aún por los hechos.
Capítulo aparte merece la virtud de la Justicia que, en este caso, corresponde ejercer al estado, y que es la única más viable para aclarar lo sucedido. Hay voces que la descalifican de antemano en aras de no dar pie a aceptar otra realidad que no sea la prejuzgada. Abatir así una institución solo porque no se ajusta a nuestras creencias no abona en nada hacia el descubrimiento de la verdad. En todo caso, como afirmó Lidia Cacho, conviene a los comunicadores que como Regina se dediquen a investigar a fondo, con ese profesionalismo de reportera que siempre la caracterizó, buscando los datos y la corrobación en las fuentes reales, no en la imaginación.
Por último, la virtud de la fortaleza que es esa esencia interior que nos permiten afrontar de frente cualquier daño, amenaza o mal ambiente que suceda ante nosotros, como es el caso del crimen de Regina. Asi parece que sucedió al reaccionar de manera tan vehemente la comunidad periodística denunciando y exigiendo justicia por la muerte de Regina. Sin embargo, esa idea de fortaleza no debe ser sólo colectiva sino también individual. Es fácil sumarse al vocerío de la denuncia, en un clima de denuncia desatado, y dar al olvido al tercer día de la causa real de todo, en este caso que se aclara con certeza su crimen, pero dispuestos a afrontar que los resultados pueden ser incluso adversos a una hipótesis que manejamos de antemano como viable de ser verdad.
Corresponde a los miembros de los cuerpos de justicia llevar la investigación hacia sus últimas consecuencias. Para ello aplicarán un método, como lo hacía Regina en el ejercicio del periodismo; aplicarán técnicas de evaluación de las pruebas dejadas en el lugar del crimen, como Regina lo hacía al juntar diversos datos debidamente avalados por las fuentes, analizarán los móviles más razonables que estuvieron detrás del asesinato para elaborar perfiles psicológicos del o de los presuntos culpables, algo que corresponde un poco más al periodismo de opinión que por cierto no ejercía nuestra colega, y hará las detenciones correspondientes hasta lograr las confesiones plenamente corroboradas también con los hechos.
Muy pocos, de los periodistas de opinión, se han dado a la tarea de hallar los móviles razonables de este crimen, es decir ubicar deductivamente a quien o a quienes beneficiaba el asesinato de la reportera en estos días de convulsión política y electoral. No ha sido así, se han construido falacias interpretativas antes que razonamientos deductivos adecuados. Se han señalado como culpables a quienes menos convenía que su proditoria muerte se convirtiera en un escándalo internacional. Se han ligado casos anteriores de asesinatos de periodistas sin resolver con el tema de la libertad de expresión sin hallar todavía de manera fehaciente que, de lo que escribía Regina, era tan crítico o contundente como para merecer ser acallado de una manera tan brutal.
Ojalá y los resultados que se encuentren no pongan al descubierto que se fabricaron culpables antes de tiempo, que se juzgó sin analizar y confrontar las pruebas suficientes, que lo que se creia posible no fue más que producto de la imaginación desbordada por los tiempos de confusión y incertidumbre que vivimos. Pero, peor aún, que lo que se dijo no era en honor de la discreta, humilde y métodica labor que desempeñaba Regina Martínez en el medio, sino para abonar a otras causas y fines que van desde los muy personales cobros de facturas hasta causas políticas de estos tiempos electorales.
Por eso, antes de dictar sentencias que no nos corresponde emitir , debemos esperar que las cuatro virtudes: Templanza, Prudencia, Justicia y Fortaleza, ordenen nuestos pensamientos para no incurrir en situaciones equivocadas al fabricar culpables de antemano. Habrá que esperar entonces los resultados que las autoridades emitan para que aplicando con certezas sus métodos y técnicas, como lo hacía en el ejercicio del periodismo Regina Martínez, hallen las verdaderas causas, como ella también hizo en vida al redactar sus reportajes.
