Peces Azules


Por Patricia Eugenia Gómez Hernández, egresada de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana

Parecía, como si su cuerpo no estuviera ahí, mientras caminaban sobre ella todos los fantasmas, conocidos y desconocidos del mundo.

-Iban en tropel: a pie, en carruajes. Arrastrándose, gritando, gimiendo. No entendía el porqué de esta procesión. ¡Por qué sobre sus entrañas!

Antes de ese desfile, sintió como si una gigantesca sierra, o peor aún, un tractor quemante, le pasara sobre su vientre. Dividiéndolo exactamente por la mitad, a lo largo, como un gran eje sangrante.

Después, creyó que su cuerpo entraba por un pasadizo estrecho y oscuro, en el cual iba cayendo como en un nebuloso tobogán. A medida que  avanzaba, se iba haciendo más y más pequeño.

Mientras seguía su caída, la acompañaban imágenes geométricas, y descarnadas que parecía que se adherían a ella. Haciendo doloroso en  extremo el descenso. Eran cada vez  más y más asfixiantes las sensaciones.

Ella no lo sabía, pero era bella, hermosa y luminosa. Con su oscura piel, sus diecisiete años, su cabello largo y crespo, su cara ovalada, ensanchada por el dolor, con sus negros ojos impávidos, su  cadera ancha, firme y palpitante, sus senos cargados y tibios. Con toda la belleza de su negritud, que inundaba el espacio con un  aroma de puerto antiguo a pesar de su juventud. América, era su nombre.

Ahora estaba presa en ese oscuro y estrecho túnel en el que no sabía como había entrado. Pero estaba irremediablemente atrapada.

Miró pasar antiguos indígenas. Rubicundos españoles, esclavos traídos de allende el mar, caminado todos por su vientre. Lorencillo saltó sobre ella rasgándole las entrañas mientras llegaba furtivo y encerraba a todos los habitantes del puerto en la parroquia de la Asunción.

Vió y sintió a sus abuelos. Pasando por su vientre causándole un extraño dolor.

De pronto, vio una esfera azul palpitante, llena de vida. Se dio cuenta de que era la tierra. ¡La tierra! Si, su luminoso y acuoso mundo. Sin entender que pasaba estiro sus manos hacia él, como para regresar a un espacio conocido. Aunque ella estuviera en un contexto cósmico que no le correspondía. En ese justo momento la tierra y su azul envoltura se tornaron negras: La procesión se incrementó y aceleró  la marcha dolorosa de los fantasmas.

El miedo la cubrió en su totalidad. Su mente, para ayudarla, le trajo recuerdos que  viajaron  hasta el

tapanco de su rústica casa paterna, construida con amor por sus ancestros en el barrio de la Huaca.

El tapanco, ese punto que en su niñez le parecía mágico. El tapanco, que los unía en el descanso, en los sueños, en el calor húmedo y agobiante del puerto.

Ahí, en ese acogedor pisillo, se inventaron mil historias, en las noches de duermevelas, ella y sus hermanos. Recordó la rejilla de madera que los protegía de no caer. La ventanilla trasera  en que miraba las estrellas atrapadas en el raído mosquitero. y por la mañana los dedos del sol la despertaban a través de su cortinilla amarillo pálido, llena de peces azules, que parecían cobrar  vida cuando el viento los movía.  Ahora eso estaba tan lejano.

Recordó, que al llegar la habían regañado.

_¿Cuantos años tienes?

_-Diecisiete, contesto vacilante.

– ¿Cuantos hijos tienes?-

– Tengo dos niñas, de tres y un año y medio –dijo con un orgullo que se le enredó, en el corazón, ante la respuesta de la enfermera cara de piedra-.

– ¡Qué vergüenza! A ver si vas cerrando las piernas niña.

Ahora estaba atrapa en medio de esta oscuridad y estrechez que la asfixiaba. Su miedo se mezclaba con el regaño de la enfermera y  los gritos del padre de sus hijas.

Un hombre de 40 años, moreno y mofletudo.

Era vendedor de pollo en el mercado viejo, por lo que siempre olía a una mezcla fuerte de sudor, pollo, choquía y salitre. Parecía  más un padre regañón que su esposo.

  • No sirves para nada. –le reclamó-
  • Haces puras viejas. -Le había gritado antes de irse enojado, dejándola sola, vulnerable y dolorida.

El túnel se estrecho tanto, que tuvo que luchar para que no la ahogara. De pronto sintió un dolor desconocido y usando las fuerzas que le quedaban rasgó el oscuro túnel. Y la cortinilla amarillo pálido, llena de peces azules apareció ante ella y como si cobrara  vida fue expandiéndose más allá de su amado tapanco. Creció y creció, hasta cubrirla por completo. Envolviéndola amorosamente.

Grandes peces la recibieron. De un gran salto  se sumergió  enorme y esbelta luciendo libre y segura su escamosa y azul  piel, en ese nuevo mar de tenues dorados. Llevando como una pequeña sirena a su hijita.

América, no sintió dolor cuando zurcían con  descuido su herida exactamente por la mitad de su vientre, a lo largo, como un gran eje sangrante.

Tampoco escucho el revuelo de los doctores.

Avisen que la paciente ya no despertó de la anestesia.

La paciente y el producto de sexo femenino  no sobrevivieron.

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