¿Qué está pasando?/Solo para periodistas: Sobre el estilo


Por Gonzalo López Barradas, egresado de la Facultad de Ciencias y Tècnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana
Por Gonzalo López Barradas, egresado de la Facultad de Ciencias y Tècnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana

¿Cómo adquirir estilo? Es la pregunta difícil a contestar.

Creo que el paso más importante está dado cuando el periodista asume frente a sí mismo una gran decisión de rebeldía contra la mediocridad.

Decidirse a no ser del montón, es ya un avance en el camino hacia la singularidad. ¿Qué otra cosa es el estilo sino el logro de las formas de expresión singulares, personalísimas?

En el periodismo no hay peligro mayor que provocar a los mediocres. En una redacción, éstos forman una secreta hermandad cuyo único fin consiste en hacer amarga la vida a los que destacan.

¿Por dónde iniciar nuestra búsqueda? Debemos empezar por hacernos un honrado examen sobre conocimientos gramaticales. Tenemos que regresar a alguno de los textos que usamos en la primaria y luego retomar el libro de gramática superior, de la preparatoria. Es necesario que nos probemos a nosotros mismos si aún conservamos la capacidad para hacer un ejercicio de análisis sintáctico sobre un párrafo del Quijote, por ejemplo.

Este ejercicio periodístico desde luego no va dirigido a los consagrados. Más bien a redactores principiantes y para sí mismo, porque después de muchos años de haber comenzado mi aprendizaje, todavía se nos dificultan muchas cosas. No acabamos de entender y sobre todo dominar ciertas complejidades de nuestro idioma, que es el más hermoso, pero uno de los más difíciles.

Debemos multiplicar extraordinariamente nuestras lecturas. Leer poco –sólo un periódico al día, una revista a la semana y un libro allá cada dos o tres meses- sería una de las recetas más eficaces para nunca salir de la mediocridad. En cambio, la lectura abundante suele dar tan generosos resultados que hasta cura la mala ortografía, causa de tanto desempleo de periodistas en la actualidad. ¿Qué excusa se podría tener para no lanzarse deleitosamente a la lectura –o relectura- de Rulfo, Arreola, Fuentes, Paz, Vasconcelos, García Márquez y otros tantos?

Deleitosa, pero también crítica lectura. Nada que llegue a nuestras manos debe salir de ellas sin un análisis, sin una reflexión. Tomemos cada texto para llenarlo de subrayados y de anotaciones al margen. Dejemos marcas múltiples en los libros para volver a páginas selectas. Recortemos y archivemos todo lo que nos llame la atención en periódicos y revistas.

Si se hace esto emprenderemos un camino sesgado pero eficaz para construir el estilo: la imitación. Tal vez parezca herejía a algunos; pero se puede comenzar imitando. De hecho, aún los grandes escritores, en un momento de su obra, imitan consciente o inconscientemente. Luego los críticos literarios encuentran que Fulano “tiene influencia” de Zutano.

Para un redactor en busca de estilo puede resultar interesante esta experiencia de imitar a otro con deliberación. Pero esta medicina es de aquellas que deben tomarse bajo prescripción y vigilancia. Son claramente comprensibles los riesgos que se corren.

El más importante cuidado que debe tenerse consiste en saber escoger los modelos para imitar. Hay muchos antimodelos, como el de ese iracundo señor que apenas iniciada la oración principal abre guiones, dentro de los guiones mete paréntesis, y dentro de éstos un buen número de frases incidentales, con negritas, cursivas y versales, en un frenético galope. Total: cuando por fin cierra los guiones, el lector ya no sabe dónde quedó el predicado de la oración principal. Esto suponiendo que le hubiera alcanzado el interés y el aliento para llegar hasta ahí.

Así, que, hay lecturas que debieran estar prohibidas; no por represión política, sino por asepsia. Mientras se logra esta acción profiláctica, bueno es advertir que quien lea a ese tipo de personas lo hará bajo su más estricta responsabilidad personal.

Ocurre que los malos modos de escribir se pegan como los cardos a la ropa cuando uno va de paseo por el campo, y luego casi no es posible quitárselos de encima. En cambio las cualidades de los buenos escritores son muy difíciles de desentrañar y aprender;  más difíciles todavía de imitar.

Esto de la imitación puede esconder acechanzas como el consumo del alcohol. Comenzamos tomando una o dos copitas de lo que anuncian tan bonito en la televisión; unos días después se nos empieza a notar que solemos tomar bastante más de las dos copitas y luego no podemos prescindir del licor. En efecto, hay quienes se quedan en la simple imitación. Tal vez nacieron sólo para eso. Pero inmediatamente se les nota y son orillados por la clientela que busca originalidad. Siempre será preferible una gema modesta pero auténtica a un brillante falso.

En cambio, una dosis intencional pero controlada de imitación sobre un estilo excelente, no hace mal a nadie. Al contrario, pueden sacarse de ahí beneficios. Se han dado casos en que el contacto tan directo con el lenguaje de los creadores, sirve de disparador al estilo propio.

Hay una clave importante que consiste en hacernos devotos cultivadores de la conversación. Este estilo es un ejercicio magnífico cuyos resultados se reflejan en el estilo de escribir. Los buenos escritores hablan casi tan bien como escriben. Esta sencilla explicación está en la antigua sentencia: “De la abundancia del corazón habla la boca”. Nadie será capaz de plasmar belleza literaria en las páginas de un libro o de un periódico, si constantemente no está nutriendo su espíritu con la riqueza. Nadie puede dar lo que no tiene.

El mejor conversador es aquel que sabe escuchar. Todo aquello que me diga el personaje, habrá de ayudarnos a ampliar conocimientos y a mejorar modos de expresión. Se debe ser enérgico en este ejercicio tanto que conviene anotar las locuciones particularmente felices, brillantes, ingeniosas, penetrantes, conmovedoras, etc. Nos van a servir después.

No es que yo trate de inducir al plagio. No, tanto como eso, no; pero si alguna vez fuéramos acusados de tal, hay que recordar la frase de aquel poeta que, tildado de plagiario, se defendió diciendo: “Yo tomo lo mío donde lo encuentro”.

Hay una clave, y quizá la más importante: hay que mantenerse redactando todo el día. Se puede redactar en sueños, o durante las faenas del aseo personal. Cuando uno va prisionero en el auto (taxi, autobús, bicicleta, patineta, triciclo, tren, avión…), se pueden hacer preciosos ejercicios de redacción. En la pizarra de la imaginación se intentan descripciones de objetos y personas que nos rodean; la gimnasia mental no tiene límites. En esos instantes, por ejemplo, es cuando vamos a resolver  la estructura de una frase que se nos había estado negando, y  que tan importante es para afinar el párrafo principal del artículo que ya tenemos avanzado…

Seguramente habrá notado que este trabajo está complementado con pensamientos e ideas de los dos más grandes periodistas de los últimos tiempos en México: Manuel Buendía, el creador de la más importante y leída columna política “Red Privada”  y que fue asesinado el 30 de mayo de l984 a manos de un sicario. Y de Julio Scherer , fundador de la revista Proceso y exdirector del periódico Excelsior.

rresumen@hotmail.com

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