
Ahora los llaman juguetes autóctonos. El trompo, el balero, las canicas, el yoyo, antes eran parte inseparable de la infancia para la mayoría de los niños, aunque también de una que otra fémina. Nuestros hermanos pasaban las horas haciendo malabares hasta llegado el tiempo de irse a bañar, cenar, escuchar la radio, (después vino la televisión) dormir, no sin terminar la tarea.
Las niñas practicábamos el bebeleche, salto de la cuerda, la matatena. Ya en conjunto compartíamos, los quemados, el bote escondido, o el beisbol. Todos estos juegos los ejecutábamos al aire libre en amplios espacios en que el mayor peligro era únicamente desplomarse y salir raspados de brazos y piernas.
David Bond, de Proyecto Wild Thing, acaba de lanzar nuevo informe detallando que para evitar que los niños se conviertan en grandes consumidores de recursos hay que sacarlos al aire libre. “Lo mejor de la naturaleza es que figura como el único lugar donde no se necesita dinero, mejora la concentración, aumenta las tasas de recuperación de enfermos y mantiene a los bebés más tranquilos”.
Los niños mexicanos entre 8 y 14 años ven la televisión cuatro horas diarias en promedio, periodo apto para caer presos bajo el influjo de la amplia red de comerciales de productos alimenticios o de diversión, pasar del consumo al consumismo. Se ven escasos menores en las áreas verdes y los hogares más comúnmente privados de dimensión apropiada para ejercitarse. Además, los video juegos, la internet, el celular, que esperamos…
Un importante reto ambiental para nuestro planea es el crecimiento de la población mundial, de acuerdo a cálculos de la Organización de las Naciones Unidas en el 2100 habrá 10 mil millones. Hoy somos 7 mil millones. El primer año que utilizamos más de lo que puede sostener la tierra fue en 1986. Sin duda, el auge demográfico prolongará el impacto directo en el medio, pero la magnitud de su efecto dependerá de cómo los padres decidan criar a sus hijos.
Periodista y Docente de Desarrollo Sustentable
