
PRIMERA VIÑETA (donde se habla de la libertad de expresión)
Desde siempre, desde muy lejos y hace tiempo, los seres humanos hemos vivido entre la dimensión del ejercicio concreto de expresar lo que sentimos y pensamos y la dimensión del hasta dónde. Metidos en este forcejeo, que en no pocas ocasiones ha devenido enfrentamiento realmente existente entre los ciudadanos y el poder, la libertad de expresión se ha visto sujeta a variopintas situaciones, debates y agresiones, lo que no deja de lado el que sus practicantes han rebasado también algunas consideraciones generales, obvias y elementales, necesarias para la vida en sociedad. Claro que en un ajuste de cuentas el marcador le es desfavorable a los gobernantes, Y si, como afirma una máxima popular, la libertad de expresión es de quien la trabaja cotidianamente, la libertad de ésta, de la tal libertad de expresión que le decimos, ha sido la de una práctica tozuda y respondona frente a los embates de virreyes, caciques y funcionarios. Pero seamos justos en la hora de los justos: muchos abusos de la susodicha libertad de expresión se han cometido y se cometen de este lado, desde la orilla en que estamos quienes hacemos uso de ella. Aunque, no sobra nunca la insistencia, en el score final salgamos ganando. Queden aquí estos datos del paisaje provisionalmente, a la espera de lo que pueda ser más adelante.
SEGUNDA VIÑETA (donde se habla de las nuevas tecnologías)
Si atendemos y estamos de acuerdo con Jaime López no hay duda entonces: «los viejos tiempos fueron los nuevos tiempos y los nuevos tiempos serán los viejos tiempos». Y en esta otra dimensión de los que aquí nos ocupa cabe la relación entre los seres humanos y las máquinas, entre el hombre y la tecnología. Una historia plagada de creaciones, asimilaciones, dominios, recreaciones y superaciones. Una coexistencia tirante con vías de acceso y caminos cerrados, con posibilidades de uso de las máquinas (la ciencia y la tecnología como bienes sociales) y con restricciones ( la concentración del saber y su utilización como elemento de control y patrimonio de unos cuantos que son, por cierto y por desgracia, muy pocos). Así la revolución industrial inaugura la posibilidad de la producción en serie y también inventa un nuevo ser social: el obrero; acto seguido arrincona al productor pieza por pieza: el artesano. Tal ha sido, lógica y hasta ahora inevitablemente, la vida diaria en la dimensión que venimos abordando: un constante roce entre «lo viejo» y «lo nuevo». Pero más allá de lo anterior, o mejor aún como precedente, está la relación que establecemos individualmente con la máquina, la asimilación de lo elemental para su uso luego de su creación, el dominio de la misma y su superación por otra «más nueva». En este periplo cada máquina ha ido creando sus propios usuarios (los ha inventado para sí misma), al igual que Edgard Alian Poe inventó la narrativa policial cuando escribió Los crímenes de la calle Morgue y ahí mismo creó al lector de ella, que hasta entonces no existía como tal. La obra de Poe es hoy la piedra de toque de un género que se ha ido redefiniendo en el tiempo, como las tecnologías que en su tiempo fueron «nuevas» se volvieron «viejas» frente a otras que ahora llamamos «nuevas» y que en breve o en mucho tiempo, serán por supuesto «viejas». Al fin y al cabo, como afirmó de manera contundente un filósofo alemán hoy muy poco citado: «todo lo sólido se desvanece en el aire». Los vasos comunicantes entre las certezas del alemán y el López oriundo de Puerto Bagdad ahí están, viendo pasar el tiempo, apostando y a la espera de lo que sigue.
TERCERA VIÑETA (donde mediante dos ejemplos se habla de las posibles relaciones entre libertad de expresión y nuevas tecnologías)
Cuando el diario Reforma publicó las conversaciones telefónicas sostenidas entre José María Córdoba Montoya y Marcela Bondestendt, se abrió la más reciente polémica acerca del ejercicio de la libertad de expresión y sus alcances, sus límites, el hasta dónde, la demarcación de lo que es vida pública y vida privada, los deslindes entre el derecho y la obligación, las fronteras entre la legalidad y el delito. Independientemente de que, a los ojos de todos, el vigilante resultó vigilado (una suerte de big brother que se mordió la cola), la salida al terreno de lo público de algo estrictamente privado volvió a convocar ia eterna disyuntiva: qué es lo que se permite y qué es lo que se prohibe. Cómo hacerle para articular las piezas de este rompecabezas sin que se abuse de una u otra parte, esa es ia cuestión. Porque desde las diversas instancias, instituciones, sectores sociales e individuos se generan transgresiones al derecho «del otro», que deben enmarcarse en reglas generales, las cuales, para mal de todos, a veces se quedan atrás de lo que el tiempo histórico exige, además del manoseo que de ellas hacen quienes son los responsables de su aplicación. Hasta aquí, el eterno retorno de la discusión acerca de la relación y deslinde en torno a conceptos y prácticas sociales como libertad de expresión y reglamentación de la misma. La muerte de Francois Mitterand fue no sólo un duro golpe para la política francesa, que se vio a sí misma huérfana ante la desaparición del último estadista que podríamos llamar clásico (si es que esta palabra nos significa algo todavía), sino fue también la apertura de una grieta en la cultura, en la jurisprudencia y en la vida diaria de un pueblo que se autoerigió como el generador de la triada conceptual que articula nuestra modernidad (la libertad, la fraternidad y la igualdad), ello a causa de la publicación de un libro, donde el médico de cabecera del político fallecido daba cuenta de las entrañas, de los entretelones, del lado oscuro de un enfermo que, como todos, pierde capital simbólico al estar inmerso en los terrenos del dolor, del miedo, del recelo, del desmoronamiento y todo aquello que significa darse de cara con la muerte inminente. De entrada, el cuestionamiento se dio alrededor de lo que posiblemente sea el eje nodal que debiera guiar lo que aquí venimos comentando: la ética, el compromiso de uno mismo como ser humano, como ser social que cumple un oficio en pro de hacer el bien a los demás, a «el otro» pues. Enseguida, a petición de parte, se produjo la discusión sobre la libertad de expresión, la cual, en esta ocasión, fue resuelta con un fallo nunca antes visto: la prohibición de que el libro circulara. La discusión arreció por la publicación de unas fotografías de Mitterand ya muerto y en su recámara, enfrentándose de nuevo los argumentos que hablaban del interés periodístico, de la libertad de expresión y del derecho a la privacidad. Luego, en el ahora, todo lo anterior se vio superado porque la prohibición de circulación del libro y el rechazo de la sociedad a París Match por haber publicado las fotografías no fueron suficientes, dado que de inmediato texto e imágenes fueron subidas y puestas a circular en la red de redes, en el ciberespacoo. En este momento podemos accesar y conocerlos vía Internet. Andamos entonces ya navegando en una carretera de dos carriles separadas por una tenue línea: por un lado circula la libertad de expresión como conquista histórica y, por el otro, la jurisprudencia que intenta lidiar con un ente (las tecnologías informáticas) para el cual le faltan tamaños.
CUARTA VIÑETA (transitoria y donde se habla de los intentos por hacer coincidir en ella a la tres anteriores)
La libertad de expresión, señaló el cronista, es esa franja muy débil en donde coinciden los intereses de la sociedad civil y el gobierno: una ejerce ia crítica del otro y éste la tolera, porque de no hacerlo podría verse privado de información que le es vital para rearticular sus estrategias y que no puede obtener de quienes están bajo su control. Ambas partes se conjugan asi en un todo y en este escenario actuamos, caminando en el filo de la navaja, con el peligro de caer y hacerlo del «lado salvaje» (como dijera un contador de historias newyorquinas). Tanto en el caso Córdoba como en el caso Mitterand se manifiestan en juego tres elementos ya citados en estas líneas: la libertad de expresión y la jurisprudencia en torno a ella en los precoces tiempos del Blade Runner, bajo las directrices que marcan las «nuevas tecnologías». Otra vez se presenta la añeja (¿centenaria, milenaria?) preocupación, y su debate, entre vida privada y vida pública. Dónde empieza una y termina la otra, y viceversa, cuando el intruso (la pantalla del televisor o la computadora) están metidos en la intimidad ya no de nuestras recámaras, sino en el de nuestras camas.
QUINTA VIÑETA (donde se habla de las posibles relaciones de las otras cuatro en bien de unas aventuradas conclusiones)
Alguien dijo, y si no lo dijo debió haberlo dicho, que toda ley se agota ante la capacidad de imaginación de los hombres para darle la vuelta. Tal cosa es irremediablemente cierta ante la emergencia de los «cibernautas», quienes colocan todo tipo de mensajes en el espacio, para que todo tipo de usuarios tenga acceso a esos productos. Qué hacer ante la circulación de pornografía, por ejemplo; seguro estoy de que no lo que han hecho los gringos y los alemanes censurando a las redes informáticas, ya que no se puede comprender ni atender «lo nuevo» con leyes jurásicas (porqué no dejarle la responsabilidad al ciudadano para que él decida qué ve y lee); ante la creación de estupideces como la apertura de home pages, donde está contenida la suma total de las banalidades que el mundo actual produce; ante la circulación de lo que no es posible circule por los medios usuales y sí por las autopistas de la información. Aventurémonos en el movedizo campo de las posibilidades:
- la libertad de expresión es hoy un terreno minado, tanto por su abuso como por los atropellos hacia ella;
- se abusa de ella, por lo menos en ese país, porque al no haber información confiable y fluida por parte del gobierno queda abierto el camino a la especulación;
- se le atropella por falta de comprensión y respeto a la ley;
- urge entonces, para empezar, reglamentar el derecho a la información como un derecho humano;
- debe superarse la cultura del cinismo y la impunidad de todas las partes en juego, tanto de los que esgrimen el interés público de lo privado como de los que filtran información para luego anatemizar al receptor de lo filtrado;
- de frente a la «nuevas tecnologías» de la información y el libre tránsito de datos transfronteras no queda de otra más que sentarse a discutirlo en términos del derecho internacional y su articulación en las legislaciones nacionales;
- por sobre todas las posibilidades deberá estar el desechar la tentación de la censura.
La ciencia, la tecnología y sus aplicaciones son el resultado del conocimiento humano y su desarrollo, es la inteligencia puesta en práctica como producto de la cultura. Las leyes y su aplicación obedecen a lo mismo y a la necesidad de vivir en paz. Las libertades son consustanciales al ser humano. Y todo ello debe conjugarse en algo que las interrelacione y contribuya a que el tejido social sea más sano. El reto está en cómo hacerle. Creo, echando la humildad por delante, que posiblemente podríamos intentarle por el lado de la democracia, de la comunión, de la tolerancia, del respeto a «el otro» para respetarnos a nosotros mismos. Se trata, como bien lo dijera recientemente Gilles Lipovetsky, «…de dar la pelea desde otro flanco, poner a la inteligencia en función de la ética». Y en este fin de siglo y milenio es penoso decirlo, pero andamos un mucho carentes de ésta.
Publicado originalmente en: http://cetrade.org/v2/revista-transicion/1996/1-sociedad-no-aguanta-mas/libertad-expresion-nuevas-tecnologias-arturo-garcia-nino
