“Si para gobernar se necesitara preparación,
nadie gobernaría”: Cantinflas en “El Mago»


Personaje central de la vida política y económica del estado de Veracruz en los últimos años, Fidel Herrera Beltrán dejó hace escasamente dos años y unos cuantos meses la cueva en donde estaba metido y se lanzó, como “Pedro el Anacoreta”, para comenzar una paciente e intensa labor para “normalizar” su criticada figura pública.
Considerado por el pueblo el exgobernador con mayor influencia en la actualidad, Herrera ha roto todos los moldes y protocolos que han sido una maldición histórica desde Plutarco Elías Calles, el fundador de su partido político busca, afanosamente, erigirse en el incuestionable ‘Jefe Máximo’ de los priistas veracruzanos y ser el artífice del fortalecimiento de la legislatura que viene y de la mayoría de alcaldes en este año.
Para lograrlo, cuenta con su “grupo compacto”, que se sostiene en posiciones de poder claves; mantiene su influencia en la Legislatura local que pastorea Eduardo Andrade Sánchez, en el Instituto Electoral, a Carolina Viveros y en el Tribunal Estatal Electoral, con Alberto Sosa; apuntala al actual gobierno estatal; se placea: asiste a misas católicas; aprovecha cuanto evento social o mediático le permita defender su legado; escribe libros; publica artículos periodísticos y participa en lo que sea.
Pero, con todo, Fidel Herrera no ha logrado ser reconocido y querido por la sociedad que no deja de señalarlo por su herencia de corrupción e enriquecimiento ilícito y por la sombra que sobre él arrojan los crímenes y desapariciones de periodistas y políticos de su sexenio.
Gestor político, padrino de bautizos, de la “Generación de Marinos Mercantes”, primeras comuniones y bodas, a Herrera lo mueve ahora, como hace más de ocho años, una sola obsesión: el poder.
Empeñado en restablecer su reputación frente a miles de veracruzanos que aún lo repudian, convencido de que la ola de triunfos electorales que posiblemente pudiera obtener el PRI serán resultados de sus buenos oficios como “facilitador social”, Fidel Herrera ha dejado la vergüenza y ya no se esconde. De hecho se siente el “gran elector” de los candidatos de la alianza “Veracruz para adelante” e influyente en otras fuerzas políticas.
Quien fuera gobernador del 1 de diciembre del 2004 al 30 de noviembre del 2010 no sólo pretende, quiere ser el político vivo más poderoso y representativo de su partido. Con la pretendida intención de lavar su imagen busca que lo identifiquen como el más eficaz, temido, exitoso y, por qué no, el más querido. El auténtico modernizador del estado.
Para historiadores y analistas políticos de la Universidad Veracruzana y otras instituciones la “normalización” de la figura pública de Fidel Herrera significa convertirlo en una especie de Plutarco Elías Calles (el Jefe Máximo, que retorna del exilio o “quizá que nunca se fue”).
Lo que nos cuenta la historia
En los tiempos del maximato, Lázaro Cárdenas (Tata Lázaro) expulsó a Calles del país en l934 para que su propio gobierno pudiera sobrevivir e inauguró la larga etapa del presidencialismo mexicano: la “monarquía sexenal”, como la definió el maestro historiador Daniel Cosío Villegas.
Sin embargo, Zedillo no fue Cárdenas ni Fox se convirtió en el fundador de un nuevo régimen. Por eso Salinas de Gortari regresó a la escena pública a principios de 2003, en pleno gobierno “del cambio”. Conocedor de lo que significa la legitimidad débil aprovechó los espacios de poder vacíos del gobierno de Felipe Calderón para llenarlos y convertirse en el gran “agente”.
El senador Manuel Bartlett, ahora de la izquierda y viejo adversario de Salinas, dice: “Él quiere influir en todo, en donde pueda meter las manos, en sucesión de Colima, de Oaxaca, en la de una sociedad de taxistas”, etcétera.
La regla rota
Una periodista de Veracruz le preguntó a Fidel Herrera: ¿Rompió la regla no escrita de que los exgobernadores no deben meterse en política después de dejar el poder?
Respondió: “No existe tal regla. Lo que pasa es que había gobernadores que ponían en regla a todos. El gobernador del Estado se encargaba de desarmar lo que otro dejaba armado para seguir gobernando. Esa fue la regla y no hay un orden político bueno o malo, y si lo hubo llegó hasta Miguel Alemán, nadamás”.
Como parte de su paciente estrategia de lavado de imagen y reposicionamiento político, Fidel Herrera no pierde oportunidad de contemporizar con lo granado del priismo –ese que pretende el poder en las diputaciones o alcaldías de cuatro años en los principales municipios- y aun con influyentes políticos panistas y perredistas. Cada vez se deja ver más por aquí y por allá en reuniones. De toda gente con poder y dinero quiere ser amigo –o aliado-, así como toda gente con poder busca sus especialísimos favores.
El perfil de Herrera, aunque no quiera reconocerlo, es relativamente bajo. Pese a sus intenciones de relanzar su imagen de nuevo, sus propios amigos de partido lo persuaden de no hacerlo. Saben que el sentir popular no está de su lado. No obstante vive obsesionado en seguir soñando en ‘la plenitud del Pinche Poder’, a costa de lo que venga.
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