Nuestra Alma Máter


Por Irene Arceo, egresada de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana
Por Irene Arceo, egresada de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana y miembro con voto en la organización internacional de Periodistas Sin Fronteras

Ahora que  la Universidad Veracruzana vive los  prolegómenos de  los cambios en la rectoría, es propicio   analizar que tipo de universidad pública necesita la entidad veracruzana  para  adecuar la oferta de profesionistas a la realidad  social y económica del Estado. Por eso más que pensar en  una elección compuesta por  perfiles burocráticos-escalafonarios o de conveniencias políticas, el próximo rector deberá ser un académico y un visionario en materia de educación superior  que devuelva a la  Máxima Casa de Estudios del Estado   el prestigio que se ha desgastado  a lo largo de  estos últimos años.

Llevamos  más  de  cinco décadas de contemplar el devenir universitario en torno a la democratización  de la enseñanza,  los proyectos de reformas universitarias, las relaciones sindicales, la calidad académica de la educación superior, las actividades de investigación, difusión y extensión universitaria,    vinculados a  las necesidades del estado y del país. Es obvio que ésta es una tarea inagotable que requiere ajustes y  modificaciones  para adaptarla a  escenarios actuales.

Hoy es tiempo de plantearnos que tipo de Universidad requiere el estado de Veracruz cuya población muestra grandes diferencias, rezagos y marginaciones por lo que se requieren cambios profundos en el comportamiento social para propiciar mejores niveles de vida, más  seguridad pública y justicia para las mayorías.

La condición universitaria no puede mantenerse apartada y ajena  del  entorno social que lo rodea, por lo que  es hora de salir de    la comodidad  de pertenecer a esa   burbuja de notables y exquisitos,  sólo  interesados  en discutir y defender con pasión  intramuros  sus grillas,  seguridades salariales y ascensos académicos. La modernización de  la educación superior  debe constituir el desafío fundamental de la nueva rectoría y de los campus de la UV.

El marco de una transformación de la UV deberá sustentarse en  la capacidad  de comprender  a fondo  el fenómeno de la masificación  de la  educación superior y el crecimiento desproporcionado de opciones universitarias sin la calidad  suficiente para  crear nuevos profesionistas.  Todo esto  se traduce  en una deficiente preparación del personal académico, inoperancia en gran parte de los programas y planes de estudios; obsolescencia de la distribución de la matrícula, una falta de racionalidad  en la administración de sus recursos financieros, y lo más importante: la ausencia de una planeación consistente  que  enlace un compromiso social con el desarrollo y el progreso del estado y el país.

Al desvincularse del acontecer diario  del estado o del país, las universidades  se instalan en un  escenario de retroceso y  de aislamiento,   y es natural que el universitario, apartado  de los esquemas de la  gobernabilidad deje esos espacios para la función pública, a personas menos preparadas, audaces,  y sin escrúpulos.

La objetiva necesidad de transformaciones, aunada a  la caducidad  de estrategias de programas  agotados, imponen la búsqueda de nuevas rutas en materia de educación superior para formar nuevos ciudadanos del mundo: competitivos y  aptos para enfrentar los desafíos globales  del presente y el futuro.  Por eso debe  reflexionarse sobre la contradicción masificación -versus- calidad que ya rebasó todos los límites posibles en aras  de la expansión y proliferación  de   proyectos peregrinos o familiares sin sustento académico ni  confiabilidad educativa.

La  Universidad Veracruzana en esta etapa,  debe abandonar la poltrona y la negligencia   para abordar  desafíos  que partan  de  la integración de la educación superior como factor dentro de las estrategias del desarrollo económico,  a l tiempo que  se convierta en el generador  de   una educación crítica y popular  en el pensamiento y la acción  de  buenos gobernantes, doctores,  ingenieros, arquitectos, artistas,  en fin, hombres y mujeres de bien.

Muchos  especialistas en educación superior  han  señalado la incapacidad  de las universidades para formar profesionales que requiere el desarrollo regional y nacional y prueba de ello es la pobre incidencia de las instituciones de educación superior  en materia de ciencia y tecnología. Pero lo más grave:  el profesionista que egresa de  este tipo de aulas,  tiende a enfrentarse con el espantoso  fantasma del desempleo o el subempleo.

Y es que el deterioro de  la calidad académica,  el dispendio,  la incoherencia  y falta de planeación de múltiples programas, son los  principales  factores  que  dañan el desempeño y  las funciones sustantivas de la educación superior. Habría que recuperar el  honroso papel de la Universidad Latinoamericana, con el lema  vasconcelista de: “Por mi raza hablará el espíritu”  e inyectar  ese ánimo de trascendencia  en el plano humanístico,  científico,  de difusión cultural -con el enriquecimiento de las letras,  de las artes-  aunando a la excelencia en la  docencia  e  investigación,  perfilados a  los  servicios ciudadanos y  que enfatice la denuncia de profundos problemas sociales.  Pero para eso, necesitamos un rector alejado de  las frivolidades y las ambiciones económicas y políticas.

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