Siete Párrafos: Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador, dos líderes políticos con carencias correlacionadas


 Por Rodolfo Calderón Vivar, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana
Por Rodolfo Calderón Vivar, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana

(Por Rodolfo Calderón Vivar) La disputa sobre la reforma energética en México, que poco a poco alcanza dimensiones de una confrontación ideológica, pese a los intentos de la actual administración del gobierno peñista por convertirla en una discusión dirigida hacia un consenso de índole pragmático, va evidenciando de que los dos grandes líderes políticos nacionales, Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador, van caminan confrontados en la historia nacional, con graves carencias en que se correlacionan entreambos.

A López Obrador se le reconocen cualidades de líder carismático, con arrastre popular y base social evidente, pero sin capacidad de construcción de un proyecto de transformación de México viable, y a Enrique Peña Nieto, se le nota su capacidad estratégica de construir proyectos de transformación para bien de nuestro país, pero carece de la personalidad del líder que convenza a las bases sociales, para lograr consensos trascendentes, pese a sus esfuerzos de conciliar a través del «Pacto por México», que es evidentemente cupular y limitado a romperse en cualquier momento por lo más delgado.

La manera como se está manejando la campaña de convencimiento a favor de la reforma energética por parte del gobierno peñista abona aún más a demeritar la figura pública del presidente, porque los argumentos con que intentan convencer de las bondades de la reforma se apoyan en el pantanoso terreno del pasado, recurriendo incluso a resucitar al padre de la expropiación petrolera, el general Lázaro Cárdenas, en una absurda referencia a un extracto de la propia reforma petrolera, donde se justifica la inversión privada desde 1940, descontextualizando el hecho de que si bien existe el texto, éste nunca se aplicó a cabalidad para evitar el acceso peligroso de las compañías petroleras a los campos petroleros mexicanos, como ahora se considera posible.

Flaco favor le hace el propio Partido Revolucionario Institucional cuando por voz de su dirigente nacional, César Camacho Quiroz (culto y preparado como para dar argumentos de peso y no descalificaciones) se escuchan epítetos en contra de las voces opositoras a la reforma porque tienen la visión limitada o son «miopes», siendo que precisamente fue el PRI y sus gobiernos quienes más refrendaron en toda la historia del México postrrevolucionario esas visión (que hoy es para él miopía) de  grandeza patriótica de la expropiación petrolera y de  sus recursos energéticos, al quitar el usufructo de ganancias a las compañías petroleras extranjeras que ahora regresarán, como confirmando lo que en su momento dijeron, en 1938, de que los mexicanos eran incapaces de dirigir la producción petrolera por cuenta propia.

Por su parte, de Andrés Manuel López Obrador, y otros líderes de izquierda como Cárdenas y Ebrard, se espera que en el marco de los argumentos del pasado, que el propio PRI les puso de tapete para justificar la reforma, retome el liderazgo de un movimiento social afin a muchos mexicanos que consideran que el problema de PEMEX es un asunto de corrupción solapada desde el gobierno y no de carencia de recursos para llevar a esa empresa a otros niveles de desarrollo y competitividad. A ellos se unirán los que consideran que México depende económicamente, en una gran proporción, de las rentas que fortalecen al erario del sector público y que, una vez desaparecida tal fuente de ingresos, propiciará que otros servicios que el estado presta: educación, salud y construcción de infraestructura, finalmente también se privaticen al no haber ya recursos estables como los que ha propiciado PEMEX durante décadas.

Para Andrés Manuel López Obrador será fácil reconstruirse en el imaginario popular como esa figura de héroe nacional del cual hace mucho se carece en el horizonte de la historia nacional. No habrá propuestas constructivas ni acuerdos con el gobierno en turno, porque ambos discutirán en el mismo terreno de confrontación de los valores sustentados en el pasado. Hacia ahí decidió dirigir su estrategia de convencimiento el gobierno peñista, sin considerar que las bondades de su propuesta está en el futuro, en lo que resultará de esta medida estructural de gran envergadura, que deben explicitarse de manera convincente, e incluso ideológica, y no con argumentos chabacanos como esos de que bajará el precio de la gasolina o bajará el costo de la luz eléctrica o se crearán cuotas de empleo.

La reforma energética podrá pasar en la votación de las cámaras, porque la mayoría de los legisladores priistas (yendo ignomiosamente contra su propia historia) aunados al PAN y a parte de la izquierda así lo decidirán en el Congreso, pero será una decisión de facto tan impopular y dolorosa porque no se construyeron los argumentos de índole social que convenciera a la mayoría nacional de las reales ventajas de este cambio radical en esta área vital de la economía nacional. Y todo porque ni los huestes de Andrés Manuel López Obrador ni las de Peña Nieto se habrán sentado en ningún momento para llevar a un acuerdo que garantice, por ejemplo, que la reforma va, pero estableciendo claramente la regulación del estado para evitar el saqueo transnacional y definiendo que porcentaje del PIB, incrementado por esta reforma estrucutural, se destinará a una mejor distribución social de la riqueza en México. Sus propias carencias ideológicas se habrán impuesto, a no ser que recapaciten. Están a tiempo.

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