Crónicas: Mujer vence a la muerte


Por María Elvira Santamaría Hernándezbebe

Por María Elvira Santamaría Hernández, egresada de la Facultad de Ciencias y Tècnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana
Por María Elvira Santamaría Hernández, egresada de la Facultad de Ciencias y Tècnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana

En el mes de abril de este año, una joven mujer sufrió intempestivamente un derrame cerebral. A sus 31 años y con 15 semanas de embarazo, conectada a un aparato que la mantenía viva, era imposible obtener de ella algún signo de conciencia, alguna respuesta a las muchas preguntas que su esposo, los médicos y las enfermeras que le rodeaban en el hospital, querían hacerle.
El rostro permanecía impasible, el cuerpo laxo cubierto por una sábana y una ligera colcha. Un respirador artificial le hacía llegar el oxígeno a los pulmones. A su izquierda los aparatos registrando sus signos vitales y frente a ellos las silenciosas miradas del jefe de cirugía, el internista, el anestesista, el ginecólogo y el obstetra de la clínica, clavadas sobre la cara del marido de la mujer que hasta pocas horas antes esperaba confiada, la llegada de su bebe.
La incertidumbre que palpitaba en las sienes de cada uno de los que estaban presentes en la pequeña habitación donde yacía la enferma en el área de cuidados intensivos de una universidad de Hungría, era por conocer la respuesta del marido, el único con la capacidad de decidir si se desconectaba o no a la mujer que permanecía en estado vegetativo.
Los médicos le habían planteado el hecho de que sería prácticamente imposible que su mujer se recobrara, que recuperara la conciencia. El daño era irreversible. Tras varios minutos callado y con la mirada perdida, el hombre jaló aire y dirigiéndose a los médicos preguntó: ¿De verdad pueden hacerlo? ¿Es posible que nazca el bebé?
El cirujano asintió y tímidamente dijo: haremos todo lo posible si usted lo autoriza. Buscaremos la forma de que el producto permanezca el mayor tiempo posible en el vientre de su mamá hasta que alcance la madurez que le permita sobrevivir y luego completaríamos su maduración en incubadora.
El esposo contemplaba el rostro de su pareja mientras escuchaba la explicación del especialista y con los ojos húmedos y un hablar apenas audible respondió: «Inténtenlo doctor, haga que mi mujer tenga a su bebé, deme esa pequeña vida que lleva en su seno y que forma parte de ella». Luego de lo cual, pidió que le permitieran quedarse a solas con ella.

La ciencia médica que siempre sorprendente, es a veces también tomada por sorpresa por la vida misma. A los esfuerzos profesionales, acompañó durante las siguientes 12 semanas, una singular capacidad de aquel cuerpo en estado vegetativo para mantener el funcionamiento de sus órganos y el buen desarrollo del embarazo. La vida de la criatura que albergaba ese vientre dormido, se disponía a ganar la batalla contra viento y marea. La quieta madre, parecía alentar desde el fondo de su ser la continuidad de la gestación.
Transcurrieron difícil y lentamente las siguientes semanas del sui géneris embarazo. Esposo, médicos y enfermeras observando, acompañando, monitoreando a la enferma y a su producto, pendientes de los latidos de sus corazones.
Al cabo de 27 semanas los especialistas coincidieron en que ya no era posible que el bebé estuviera más tiempo en el vientre de la madre y aunque todavía no cumplía los 7 meses de gestación, sus posibilidades de vida en incubadora, ya eran altas.
Así, un veraniego día de Julio, pesando poco más de kilo y medio y por medio de una cesárea, una nueva vida llegó al mundo, fruto de una madre que además, por decisión de la familia y la dedicación de los médicos que la mantuvieron con vida seis meses, donó el corazón, el hígado y los dos riñones para otras personas, luego de que la desconectaran.

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