Por María Elvira Santamaría Hernández

Sí. El hombre que exhaló su último suspiro el pasado domingo, no despertó más del sueño de los justos.
Su cuerpo quedó inerte, desanimado, separado de la poesía, del ensayo, del periodismo, de la traducción, de la novela. Géneros que fue capaz de crear y recrear en su mente literaria, llena de mundos y de elegías.
Escritor luminoso y a la vez apartado de los reflectores. Algo tímido, de voz agradable, de letra tras letra, de palabra tras palabra.
Erudito y sencillo, cobijado en la disciplina de leer y releer, de revisar y volver al texto escrito hasta quedar tranquilo, aunque nunca del todo satisfecho.
José Emilio Pacheco, premiado y reconocido entre sus pares, aunque no tanto fuera de los círculos intelectuales, deja tras de sí un gran legado de literatura que no termina con su partida y que su esposa, Cristina Pacheco, nos irá descubriendo con el paso de los días y los años.
“No hay nostalgia en mis textos: hay memoria. La nostalgia es la disneylización del pasado y yo siempre trato de verlo desde un ángulo crítico”, respondía Pacheco a lectores del diario El País, en el 2010.
Me atrevo a recomendarles de su extensa producción, “Las Batallas en el Desierto”; “El Principio del Placer”, obra que reúne seis cuentos y una novela corta; y el poema “Alta traición”.
Y con esa gran herencia del escritor, José Emilio Pacheco, tiene entre nosotros, como dije en un principio, una larga vida por delante.
Hasta pronto.
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