Siete Párrafos: Simpatía por el diablo


Por Rodolfo Calderón Vivarchapoguzman2

Rodolfo Calderón Vivar, egresado de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Veracruzana
Rodolfo Calderón Vivar, egresado de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Veracruzana

Tomo el nombre de la famosa canción de los Rolling Stones, cuyo nombre es «Simpatía por el Diablo», para referirme al fenómeno social de las marchas que se efectuaron el día de ayer, en algunas ciudades de Sinaloa para apoyar a Joaquín «Chapo» Guzmán, reciententemente aprehendido por el gobierno mexicano, y para el cual piden,  justicia, no extradición y hasta la pronta liberación.

Esta circunstancial serie de marchas provocaría la extrañeza para las audiencias extranjeras que siguen esta noticia a través de los medios internacionales, pero no a nosotros los mexicanos, acostumbrados a ese extraño fenómeno , desde Chucho «el Roto», ratero convertido también en mítico personaje que ayudaba a los pobres; pasando por otros personajes que, al estilo de mister Jekyll y Mister Hyde, combinan en una sola persona, la excelsitud de la máxima capacidad para beneficiar a grupos sociales de bajos recursos con la siniestra condición de ser unos criminales que asuelan a gran parte de la sociedad en un país.

El caso de «El Chapo» es singular. De no ser un delito el comercio de drogas que hacía, con repercusiones a niveles internacionales, se podría asegurar que ha sido uno de los empresarios más exitosos del país. Ese si productivo y con alta capacidad para controlar mercados internacionales y generar empleos. La revista Forbes, en su lista de millonarios más exitosos del mundo, lo situó de manera notable en sus ediciones anuales de los últimos años. A los editores no les importó su liga a cruentas acciones en los que hubo homicidios diversos, en su lucha contra otros cárteles mexicanos. Ni que fuera un delincuente buscado internacionalmente. Aplicaron la máxima de «cuánto tienes, cuanto vales»

Su caso se tornó incluso en leyenda mítica del bandolero bueno, el que no secuestraba, el que no pedía derecho de piso ni extorsionaba a empresarios ni comerciantes, el que era el único que podía hacer frente a los zetas y demás grupos altamente criminales, al grado del sadismo, que ahora se quedan solos con el pastel. Se manejaba, incluso, entre corrillos, que  el PAN en la presidencia lo protegía por esas razones.

Lo que si no debe soslayarse que, como empresario, debió gestar un gran número de empleos en sus zonas de influencia. Incluso hasta bien pagados. Porque su floreciente negocio de distribución de drogas requería de un mecanismo indispensable para que el dinero, que ganaba en sus correrías transnacionales, se legalizara en las inversiones que justificaran el lavado de dinero de miles de millones de dólares.

En ese sentido si fue, aunque cueste trabajo reconocerlo,  un benefactor social, porque  durante ese proceso de lavado de dinero hizo florecer la industria de la construcción a través de variados proyectos de zonas residenciales, impulsó a pequeños, medianos y grandes empresarios que desarrollaron empresas que hoy deben todavía seguir impulsando la economía de los estados de norte donde alcanzó su derrama millonaria.

Claro que, si bien enriqueció materialmente a todos los que se ligaron con él (familias de alcurnia, empresarios de viejo y nuevo cuño, políticos de diversos partidos, funcionarios de gobierno de todos los niveles), su esencia fue notablemente inmoral y perversa porque acrecentó el valor de la corrupción  en nuestro sistema social, y no dudó en teñir de sangre, cuantas  veces fue necesario, algunos de sus negocios. Pero así se las gastan en nuestro sistema. Hoy son quizás sus empleados y gente que benefició de manera altruista los que piden justicia para su benefactor real. Los otros, sus socios en los grandes negocios, se callan o festinan su aprehensión, como si no hubieran recibido beneficio alguno del hombre, hoy en la desgracia.

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