Por Luis Velázquez
•Perdonar a sicarios
•El alma se pudre

DOMINGO
Olvidar y perdonar
Hay por ahí unos psicólogos que además de su consultorio y desván… ofrecen una especie de servicio social, como si fueran pasantes de la universidad.
Ellos son solidarios con los familiares de quienes han sido plagiados, desaparecidos, incluso asesinados en el Veracruz de hoy. Una vez a la semana, a la quincena, según el caso, se reúnen con los padres y los hermanos y los tíos de los desaparecidos en una terapia sobre el corazón, el alma, las neuronas y el hígado con el único objetivo, primero, de curar las heridas del espíritu; segundo, aprender a olvidar si olvidar se pudiera, y tercero, aprender a perdonar, si perdonar fuera posible.
Una madre de familia a cuya hija secuestraron preguntó a los psicólogos, un hombre y una mujer, en la terapia:
“¿Cómo puedo yo perdonar a quien secuestró a mi hija de 16 años y me la devolvieron un cadáver, no obstante haber pagado el rescate?”.
Los psicólogos dijeron que, en efecto, resulta difícil; pero con la ayuda de Dios se puede perdonar.
Y la verdad resulta difícil la tesis de los psicólogos. Primero, caray, olvidar. Luego, perdonar. Y después, perdonar con la ayuda de Dios.
Dios, señores, está demasiado ocupado con el hambre en Malasia y los españoles que se están suicidando porque quedaron desempleados y los bancos les están quitando sus casas.
LUNES
Perdonar a sicarios
El ciudadano se pregunta, por ejemplo, si los abuelos de la familia (la madre, el padre y tres niños fusilados en un poblado de Paso de Ovejas)… podrían llegar un día antes, digamos, de la resurrección de los muertos, a olvidar y perdonar a los asesinos.
Y si los familiares de la familia ejecutada (los padres y cuatro niños asesinados en un poblado de Manlio Fabio Altamirano) perdonarían a los sicarios, nomás porque la ley católica, apostólica y romana, y/o unos psicólogos piden olvidar y perdonar.
Desde luego, nadie cuestiona ni evidencia a los psicólogos que apartan un espacio importante de sus vidas para ayudar a los adeudos, digamos, a vivir mejor, quizá con resignación, considerando que la vida sigue como dice el filósofo aldeano.
Pero de ahí… a olvidar y perdonar… se antoja inverosímil, y más cuando el dicho popular chino (la vieja y milenaria China) dice que puede, en todo caso, perdonarse; pero nunca, jamás, olvidarse el rostro del asesino.
MARTES
La paz interior
Meses anteriores, el sacerdote José Alejandro Solalinde Guerra, director del albergue de migrantes, “Hermanos en el camino”, pidió en la homilía de una misa oficiada en Coatzacoalcos perdonar a los Zetas; porque ellos, dijo, también fueron y son víctimas de un sistema político injusto.
Caray, ¿cómo, de qué manera, en el camino al Gólgota del olvido… pudiera perdonarse a un maloso, a un sicario, a un pistolero, digamos, como “El pozolero”, aquel que luego de ejecutar a las personas secuestradas, y/o a los miembros de otro cartel, los destajaba en cachitos y los arrojaba a un timbal para ser cocinados en químicos y desaparecer sus restos?
¿Cómo, por ejemplo, perdonar a un malandro que secuestró a una chica menor de edad, a una anciana, a una mujer, a un joven, y a pesar de que los familiares pagaron el rescate les quitaron la vida, previa tortura, y ultraje, y mutilación de algunas partes del cuerpo, y asesinato, y sepultura en una fosa clandestina?
¡Vaya tarea de los psicólogos en tiempos revueltos de Veracruz!
Desde siempre, la cúpula eclesiástica ha predicado el perdón para vivir en paz interior. Pero es tanto como decir que más de 50 mil expedientes “duermen el sueño de los justos” en la Procuraduría de Justicia de Veracruz, y ni modo.
MIÉRCOLES
Violó a sus hijos
Por ejemplo, el psicópata Marcial Maciel, a la sazón sacerdote, fundador de los llamados “Legionarios de Cristo”, el curita que lograba donativos millonarios de sus amigos ricos para el Vaticano, violó a un número indeterminado de niños en el seminario.
Incluso, en su locura sexual violó a sus propios hijos.
Y sin embargo, tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI lo perdonaron y lo enviaron a pasar los últimos días de su vida en un monasterio, rezando, para que, oh paradoja, Dios lo perdonara.
Y, bueno, si los Sumos Pontífices lo perdonaron, mal, muy mal, y si Dios lo llegó a perdonar, todavía peor, pues en cuestiones así, el desencanto por la elite eclesiástica se multiplica, crece imparable y llega a la indignación crónica.
Por cosas menores, Jesús, dice la Biblia, tomó el látigo y enfurecido y rabioso, con todo su coraje, agarró a latigazos a los mercenarios y fenicios que habían convertido el templo en tianguis y los expulsó.
¿Cómo, entonces, perdonar a los malandros y perdonar a Marcial Maciel?
En un acto de amor, Jesús perdonó a María Magdalena, la trabajadora sexual de la biblia, y frente a frente, sin rodeos ni ambages, en “La última cena” pidió a Judas, el apóstol traidor, se saliera de la cena y “cumpliera lo que tenía que cumplir” que era entregarlo a los fariseos.
Cristo marcó una raya de los malandros de su época, ¿por qué perdonar a los sicarios?
JUEVES
El alma se pudre
Por un lado, el gobierno ha llegado al principio de Peter ante el número de secuestros, desaparecidos, asesinados y sepultados en una fosa clandestina.
Y por el otro, la iglesia y los psicólogos llaman a perdonar.
Por un lado, la Biblia habla de ofrendar la mejilla izquierda cuando te han golpeado la mejilla derecha.
Y por el otro, los terapeutas aseguran que cuando el ser humano se llena de odio y rencor el alma se pudre, y por tanto, solo perdonando… se sana.
Sin embargo, habría de ponderar otra coyuntura, la siguiente: una cosita es olvidar. Otra perdonar.
Otra seguir empujando la carreta sin volver al pasado. Otra guardar rencor. Y otra vivir… para vengarse.
Cada quien, pues, mira la vida de una manera diferente, pues, asienta el refrán: “Cada cabeza es un mundo”.
Pero quizá convendría, si se pudiera, seguir pa’lante, sin olvidar ni perdonar, tampoco sin andar pensando en vengarse, pues cada día es un nuevo comienzo. Y con frecuencia cada día se empieza de cero.
VIERNES
El infierno de cada día
Hacia la década de 1950, en el rancho en Paso de Ovejas, un sábado en la noche, mataron a un tío, de unos 25 años, hijo del abuelo materno.
El abuelo era amigo de un General (el general Mange) a quien entonces correspondía la región militar y en las andadas por aquel territorio comía en la casa del abuelo.
Entonces, el General le dijo que ponía a sus órdenes a todos los soldados para buscar al homicida.
El abuelo dijo:
–Gracias, General, pero ahí queda.
–Oiga, don Abraham, ¿pero cómo… si asesinó a su hijo?
–El asesino pasará el resto de su vida, huyendo. Y nunca tendrá paz. Y su familia también sufrirá. Y vivirá condenado en el infierno de cada día.
Años después, el abuelo dijo al nieto:
–¡Lo dejé vivir! ¡Pero nunca olvidé ni tampoco perdoné!
–¿Has sido feliz!, preguntó el nieto.
–Nadie a quien hayan matado a un hijo puede ser feliz.
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