PosData: Ignacio Carvajal, a Colombia


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Nunca en su vida ha aceptado un embute ni tampoco se ha prestado a un juicio sucio; por el contrario, en las mejores causas del periodismo (aquellas relacionadas con el secuestro, desaparición y asesinato de colegas) siempre va por delante con la bandera cargando.

Por Luis Velázquez Rivera
Becado por la Fundación para el Nuevo Periodismo en Iberoamérica, fundada por Gabriel García Márquez

Por Luis Velázquez Rivera, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana
Por Luis Velázquez Rivera, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana (Desde el puerto de Veracruz)

El día que conocí a Ignacio Carvajal en un pasillo de la facultad de Comunicación, UV, parecía un vaquero del viejo oeste.
Con botas, pantalón de mezclilla, playera que traslucía los músculos de un joven acostumbrado a pastorear caballos y ordeñar las vacas, la barba imberbe cubriendo con unos cuantos pelos la quijada, también trabajaba de carnicero en su pueblo haciendo filetes. Incluso, él mismo mataba el animal de manera rústica y hasta cargaba al hombro la mitad de la res.
Estudiaba Comunicación y desde estudiante soñaba
con ser reportero. Llevaba en las manos un libro de Truman Capote, A sangre fría, que entonces leía, y cuando se lo pedí para hojear la novela, descubrí, contento, que tenía párrafos subrayados, pues, y como decía Gabriel García Márquez, “libro leído… libro rayado”.

Entonces, dijo con claridad:

–Quiero ser reportero. Enséñeme.

–Nada, dije, puedo enseñarte. Pero si gustas nos vemos en el periódico.

Al otro día, puntual, llegó dos minutos antes a la cita. Y platicamos. Tomamos café. Hablamos de temas. Y cuando habríamos de fijar la primera chambita entregó una crónica que llevaba de muestra y que giraba alrededor del cacicazgo de un ganadero en su pueblo, Carlos Sosa Lagunes, donde la mirada humana se perdía en el horizonte de su rancho y el caciquito seguía dueño de todo lo que la vista alcanzaba a cubrir.

Así inició una relación que distingue y privilegia nacida y alentaba en la sala de redacción y luego en el cafecito con un lechero y una canilla hablando siempre, y sólo, de periodismo, los libros leídos, las crónicas y reportajes publicados en los medios nacionales.

Nunca, diez años después quizá, acaso más, nos hemos emborrachado, porque cuando nos cruzamos en el camino uno había dejado de “empinar el codo” pues una vieja dolencia de la próstata se atravesó y el urólogo fue claro: o te jubilas del alcohol o morirás antes de tiempo.

Con todo, en el café y más, mucho más, en la sala de redacción, y en la confianza y en el respeto a la libertad y a la pluralidad y a la tolerancia, la amistad (para mi fortuna) se ha multiplicado.

Y por eso mismo hoy constituye una felicidad cuando la Fundación para el Nuevo Periodismo en Iberoamérica, fundada por Gabriel García Márquez, le ha becado para un curso de Periodismo de Investigación en Colombia.

UN REPORTERO ANTE LA PANTALLA EN BLANCO

A veces, en la sala de redacción lo espiaba cuando tecleaba frente a la computadora y se agarraba a trompadas con las palabras para lograr, digamos, una frase bíblica, un giro de lenguaje fuera de serie, pegajoso para el lector y al mismo tiempo noticioso.

A un lado del escritorio siempre tenía un libro, una novela, unos cuentos, que leía cada instante que pudiera.

Acaso, quizá, cuando de pronto las palabras se la atravesaban como un alud, un tsunami, una ola movida por el viento con intensidad, leía alguna página de la novela en turno para robarse un giro del lenguaje.

Gracias a Ignacio un día conocí la revista Gatopardo que alguna vez había mirado en el estanquillo, pero como siempre publican la foto de un artista cinematográfico pensaba que se trataba del periodismo frívolo.

Por el contrario, es todavía aún, luego de que “Etiqueta Negra”, de Perú, se desplomara, una revista de primer nivel que cada mes publica las mejores crónicas y reportajes en América Latina.

Y Nacho la tenía siempre como una revista de cabecera.

SUS HISTORIAS DESGARRADORAS

En el camino reporteril ha sido amenazado de muerte por la vía telefónica, al parecer por los carteles, en los tiempos revueltos y turbulentos de Veracruz.

Ha sido satanizado por algunos jefecitos de prensa por el periodismo incómodo que ejerce y en el que cree, a tal grado que en el tiempo de María Georgina Domínguez, como vocera del sexenio próspero, en las redes sociales circularon intrigas, calumnias y difamaciones en su contra por una vida privada que le fuera inventada.

Nunca en su vida ha aceptado un embute ni tampoco se ha prestado a un juicio sucio; por el contrario, en las mejores causas del periodismo (aquellas relacionadas con el secuestro, desaparición y asesinato de colegas) siempre va por delante con la bandera cargando.

En las marchas de los migrantes de América Central y de los familiares de los desaparecidos en Veracruz, es un reportero solidario contando historias desgarradoras que duelen en la dignidad humana.

Por eso su amistad es un privilegio que honra.

¡Buen viaje, Ignacio, a Colombia!, pues el periodismo en Veracruz se enriquecerá con la nueva mirada social que aprenderás con aquellos maestros, los mejores de América Latina.

Y si se pudiera ojalá llegaras a Aracataca y nos trajeras una de las mariposas amarillas que tanto sedujeron al niño Gabriel García Márquez, cuando su abuelo lo llevó a conocer la fábrica de hielo y las miró volar encima del río.

Publicado en: http://www.blog.expediente.mx/nota.php?nId=6254

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