La nostalgia y el alma de cucaracha


Por Adolfo G. Riandealbum estampitascolegio

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Por Adolfo G. Riande, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana, desde el estado de Sonora
Por Adolfo G. Riande, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana, desde el estado de Sonora

Cuando a alguno de mis hermanos se les ocurría guardar cualquier cosa que se encontraban a la mano, desde una piedrecilla, un pedazo de hule, una pelota de beisbol deshilachada, una cabeza de muñeca de “sololoy”, una estampita de Tony Curtis, entre otras tantas chingaderas que se encuentran a la mano, mi madre nos decía: ¡tienen “alma de cucarachas”!, sentencia que a nosotros nos caía muy en gracia. Aunque al paso del tiempo, me quedaba la duda sí en verdad las cucarachas almacenaban chingaderas o cositas en sus nidos.

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La Nico y la Pina, mis queridas hermanas, les encantaba colectar fotos de sus actores favoritos, así, la Nico llegó a llenar libretas y libretas con recortes de fotos de actrices y actores consagrados. Mi hermana en verdad, se las sabía de todas todas en materia de ídolos del celuloide. En tanto, la Pina, le agradaba coleccionar los envoltorios de chicles y golosinas. El papel de “platita” de los chicles eran sus favoritos. A esta mi hermanita, también le fascinaban coleccionar los álbumes d estampitas, lo mismo de artistas de cine, que el de escudos y monedas del mundo. ¡Huy, se volvía loca, cada vez que abría un sobrecito con una estampa nueva!

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A mi hermano Antonio, le gustaba mucho los álbumes de deportistas, y reccuerdo con agrado cuando me obsequió uno en especial sobre futbolistas. Allá por mediados de los 60s, mi hermano ya era jugador profesional, y me obsequió un lujosísimo álbum: “Deporte Ilustrado”, impecable impresión, y las estampitas de mis ídolos deportivos impresas a todo color. Debo señalar, que mi hermano me regaló también las primeras estampitas, las cuales por cierto, no eran nada accesibles, cuando menos para mí. Finalmente, el álbum nunca se llenó, y sirvió únicamente, para objeto de presunción. Los días del álbum de marras terminaron en algún cajón de mi cuarto, y con el tiempo en algún camión de la basura.

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Asimismo, mi querido hermano Toño, era amante de los escuditos de los equipos de futbol, y eso sí, jamás de los jamases, me los soltó tan fácilmente. No obstante, debo sincerarme, de esa enorme bolsa de “valiosísimos tesoros de metal y tela”, poco a poco fueron “desapareciendo” misteriosamente, algunos de ellos para regalarlos a los cuates del barrio y las amigas ocasionales.

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Una de mis hermanas, en sus tiempos de secundariana, le dio por coleccionar las “etiquetas de marcas”, no sé cómo le hacía, pero siempre llegaba a la casa con una nueva etiqueta. La idea era hacerse una blusa con todas ellas. Hasta ahora, no recuerdo si cumplió su objetivo final, pero si recuerdo que yo también cooperé con algunas cuantas.

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El coleccionar chingaderas o cositas, no tiene otra idea que el de atesorar momentos de nuestra vida. Así, cada vez que recordamos esas vivencias a partir del objeto, volveos a esos breves momentos de nuestra existencia pasada. A partir del objeto, recordamos, edificaos una nostalgia que en ocasiones es grata, pero que en ocasiones es parte de un pasado cruel, ingrato, de una vivencia que lastima y que no deseamos traer al presente, no obstante, cuando aparece el objeto, cuando surge de los cajones y maletas debajo de la cama, brotan irremediablemente ante nuestros ojos.

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Esos objetos del pasado lastimoso, esos que no traemos tan frecuentemente al presente, conviven con otra serie de objetos que representan los momentos agradables, y están ahí, como contendientes de una pelea de box, en un cuadrilátero de la nostalgia, que trata de repartirse los asaltos, para llegar a una decisión final, donde nosotros como referees, levantaremos la mano de “vencedores” a uno de los dos.

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Cierro esta entrega, con lo que debí haber empezado, con el escudito metálico de mi querida “alma mater” del jardín de niños “Elena V. Del Toro”, circa 1956, en Veracruz, Ver., (la tuerca, con el paso del tiempo, ya está “fundida” al tornillo que hacía las veces de broche). Conservo este escudo con agrado y cariño, como icono del pasado, como símbolo del amor de mi madre hacia mí.

Ps. El escudito de marras, “tesoro indiscutible” de mi niñez.

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