
De acuerdo con el Diccionario de La Lengua Española de la RAE, se puede leer: “muleta” (de mula), se refiere a un palo con travesaño, que en uno de sus extremos, el cual sirve para afirmarse y apoyarse el que tiene dificultad de andar.
Por otra parte, el Pequeño Larousse Ilustrado, en su edición de 1977, que bien cabe señalar, es un práctico diccionario que nos ha acompañado de por vida, y que si bien es cierto no es la octava maravilla, sí nos saca de apuros. Pues bien, este práctico diccionario, nos ofrece el término “muletilla”, que en una de sus acepciones, se puede leer, que en sentido figurado, se refiere a “voz o frase que repite una persona muchas veces en la conversación”.
En suma, debe entenderse que si la muleta sirve para apoyarnos en el andar, pues entonces la muletilla ha de servir para apoyarnos en el hablar, pero no con la corrección que uno debiera, pues si para caminar normalmente no requiero la muleta, es muy lógico entender que también cuando hablamos bien, pues no debemos utilizar las muletillas. En suma, si hablo bien, !para qué demonios requiero de la muletilla!
En este sentido y como parte de un constante bombardeo de neologismos a través de los medios de comunicación, y muy especialmente ahora en el caso de los reality shows, el vocablo güey ha retomado una inusitada difusión. Se trata de un vocablo insustancial, que lo mismo es una interjección, que un adjetivo calificativo. De la noche a la mañana, se ha generalizado un “gueyismo” por toda la geografìa nacional.
Así, aquellos y aquellas, que emplean el güey como muletilla, no es que deseen expresar literalmente la imagen del animal, porque no hay un sentido lógico de referirse al bruto animal, cada vez que tengan que expresarle a alguien una idea determinada.
Cuando uno escucha el vocablo, uno no logra precisar la idea, es una palabra polivalente, que es asombro, torpeza, fortaleza, lentitud, finalmente es una indefinición que raya en la inexactitud. Por ejemplo, uno escucha que una persona dice: ¡ay güey! cuando por ejemplo otra persona, hace algo que está fuera de lo normal, se supone, o no está en la conducta normal del que dice la expresión. Pensemos que en una conferencia, un conferencista novel se aventura a decir una sarta de tonterías, un barbarismo, o una idea mal estructurada, situación que provoca que algún diligente exclame: ¡ay güey!, o bien que alguien exprese: ¡n’ombre güey!
Más deseo advertir, que no estoy en contra del vocablo usado ampliamente en una y otra dimensión en la república mexicana. Y no puedo estar en contra, porque soy un respetuoso del habla popular, donde este vocablo se ha ganado un lugar a fuerza de la costumbre, y así lo mismo se utiliza en boca de un chamaco de barriada, que en labios de un pipiripao (por no citar el neologismo junior o ricachón) de zonas residenciales opulentas.
En el sentido al que me refiero, no debería entonces molestarnos la expresión, pero sí debería preocuparnos la reiteración exagerada de güey como una muletilla, que aparece rápidamente antes de buscar un vocablo más idóneo.
En suma, no tener a la mano, o no echar mano de un mejor vocablo, y recurrir a la facilidad reiterativa de güey, es simplemente entregarse a una recalcitrante muletilla que denota una carencia de léxico, incompetencia verbal, y una indigna y lacerante pobreza de lenguaje.
Abro finalmente, un espacio al comentario reflexivo, en la búsqueda de atacar de raíz este indignante mal de nuestro tiempo.
Referencias:
Real Academia Española 1956. Diccionario de la Lengua Española. Madrid. 18va. Edición.
Literatura Consultada
Santamaría, F. J . 1974. Diccionario de Mejicanismos.2ª Edición corregida y aumentada. Ed. Porrúa . México.

