—Desaparece su expediente de la PGR.
—En 1997 fue declarado oficialmente muerto.
—¿A quién le importaría la sustracción de dicho documento?

Diecisiete años después, cuando parecía que el nombre de Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los cielos, había pasado al olvido, emerge con fuerza otro escándalo que implica a la Procuraduría General de la República (PGR) a propósito de la presunta desaparición de los expedientes que tienen que ver con las causas de su fallecimiento, en 1997.
No se sabe con exactitud si la desaparición de dichos documentos – que incluyen las huellas dactilares, estudios de ADN y todo lo relacionado con su identidad – fueron sustraídos en la administración de Felipe Calderón — El guerrero del narco — o en la actual administración priista.
Por lo pronto, todo forma parte de un gran misterio, como el que el envuelve al capo desde 1997, cuando fue declarado oficialmente muerto aunque tal versión sea poco creíble porque, de confirmarse la sustracción de los expedientes, habría que preguntarse quién sería, sino el propio Amado Carrillo, el interesado en desaparecer su historial.
La historia de Amado Carrillo, sobre todo los capítulos que tienen que ver con su presunta muerto, está plagada de sospechas y dudas, grandes dudas hasta ahora no despejadas.
Se sabe que antes de huir a Chile con buena parte del grupo que encabezaban al Cártel de Juárez, el capo sinaloense intentó negociar el cese de su persecución con altos mando del Ejército Mexicano. El operador de esta maniobra era el llamado Flaco Quirarte, publirrelacionista de la organización criminal, quien a través de un famoso despacho de abogados de la ciudad de México se abrió espacios en la más alta esfera de la milicia para exponer los argumentos de su jefe, Amado Carrillo: que lo dejaran de perseguir; que se iría del país y que no distribuiría drogas en México; que a cambio ofrecía una suma descomunal como pago para que lo dejaran en paz.
Poco después de hacer esta oferta, el capo puso en operación un plan largamente concebido: partió a Chile. Manuel Bitar Tafich, su operador financiero — quien actualmente vive en Torreón, Coahuila — se encargó de preparar todo. Compró los boletos de avión en Lang-Chile, coordinó el viaje con la esposa de Amado, a fin de no dejar hilos sueltos.
Aparentemente nadie sabía de que el capo huiría a Sudamérica un día del primer semestre de 1997. La víspera del viaje, Amado sostuvo una reunión con militares cómplices suyos. Era una comida donde las copas de cristal cortado se llenaban con vinos tintos y blancos.
Antes, Carrillo Fuentes le había dicho a Bitar Tafich que llegara al convivio y que le reclamara algo fuerte para fingir un gran pleito. Era una estrategia para despejar cualquier sospecha. Y, en efecto, Bitar Tafich llegó a la comida y tan pronto cruzó el umbral, gritó:
— Compadre, eres un hijo de tu puta madre. Me anda cargando la madre y no me pagas lo que me debes.
Amado lo miró fijamente, se levantó y respondió:
— A mi no me grites, pendejo, porque te mueres.
Y ahí se trenzaron en una fuerte discusión, entre mentadas de madre y otros insultos.
Bitar Tafich salió disparado del lugar. El plan había funcionado, pues a partir de ese momento se dirigió a la casa de la señora Sonia, esposa de Amado, a preparar los últimos detalles de las maletas, boletos…Esa noche partieron con destino a Santiago de Chile.
Amado Carrillo hizo lo propio unos días después.
La organización criminal ya tenía nueva sede: Sudamérica. Amado Carrillo arribaba a ese país con una imagen de magnate: llevaba una carta especial del extinto banco Citibank que lo acreditaba como un acaudalado empresario algodonero. Su nombre: Juan Arriaga.
En realidad Juan Arriaga si existió. Era un personaje de la Comarca Lagunera que falleció por causas naturales, pero Manuel Bitar aprovechó ese suceso para utilizar el nombre y así gestionar la elaboración de un pasaporte falso para que su compadre Amado Carrillo pudiera viajar sin problema alguno.
Tiempo después, comenzaron las investigaciones de la Interpol para localizar a Amado Carrillo. Después de varios meses de trabajo, la Interpol localizó los escondites del Cártel de Juárez en Chile, Argentina y Brasil. Llegar a ellos resultó relativamente fácil. El señor Ponce Edmonson, quien era el director de Interpol, sabía que los miembros del Cártel de Juárez pasaban muchas horas jugando billar.
Entonces su equipo de trabajo de dio a la tarea de localizar las tiendas donde vendían mesas de billar para consultar si en los últimos meses habían vendido mesas a extranjeros. Quizá mediante una propina lograron saber cuantas mesas de villar habían vendido y a quienes. Obtuvieron las direcciones y así comenzó la cacería de los miembros del Cártel de Juárez.
Amado Carrillo, según se sabe, fue alertado a tiempo de que iban por él y salió con destino a México.
— La última charla que sostuvo Carrillo Fuentes con su compadre Manuel Bitar, según los documentos del caso, fue la siguiente:
— Voy a México — soltó Amado Carrillo.
— Compadre, no vayas. ¿A que vas allá? ¿A que te maten? Tu ya tienes para vivir el resto de tus días y toda tu descendencia. Ya retírate de esta madre y dedícate a tu familia. No vayas, te lo pido.
— Necesito ir — cortó Carrillo Fuentes sin permitir preguntas.
El plan de Amado Carrillo ya estaba preparado. En la clínica Santa Mónica de la Ciudad de México el quirófano lo esperaba. Un doctor de apellido López Saucedo y un equipo de galenos, todos ellos cirujanos plásticos y especialistas en liposucciones esperaban al jefe del Cártel de Juárez.
En dicha clínica, ya había sido intervenidos tiempo atrás y en forma exitosa Vicente Carrillo, hermano de Amado, e Ismael El Mayo Zambada. Amado se sometería a una cirugía plástica reconstructiva y, al mismo tiempo, a una liposucción. La recomendación de López Saucedo había sido que primero se hiciera la cirugía y algunas semanas después lo demás. Amado se negó y dijo: todo de una vez. Y así fue.
La intervención fue un éxito. Carrillo Fuentes sobrevivió a las operaciones. Durante la etapa post-operatoria Carrillo Fuentes sintió mucho dolor. El médico principal ya no se encontraba. Otro galeno asistió al capo y le suministró un somnífero llamado Dormicum. Supuestamente dicho medicamento hizo crisis con la anestesia y Carrillo Fuentes falleció de un paro respiratorio.
La noticia de su fallecimiento comenzó a circular. El cuerpo fue llevado a una funeraria del centro de la Ciudad de México y luego a Culiacán, Sinaloa, para ser sepultado. El velorio de Amado terminó en jaloneo tremendo: efectivos de la PGR arribaron a Culiacán y se trajeron el cuerpo a la capital del país para ser analizado. Había dudas de que se tratara del capo. Fue estudiado a fondo, según se dijo entonces, y luego la DEA — como casi siempre ocurre — se adelantó a confirmar lo nadie creía: que aquel cuerpo desformado sí era el de Amado Carrillo.
Las investigaciones oficiales alcanzaron a los dueños del hospital Santa Mónica y a los de la funeraria donde fue velado. Pero ahí estuvieron, prestos, los connotados panistas Diego Fernández de Cevallos y Fernando Gómez Mont para defender a sus clientes.
Dicha versión de la DEA, confirmada por la PGR, entonces encabezada por Jorge Madrazo, nunca fue creíble. El caso Amado Carrillo siempre estuvo plagado de dudas.
Ahora que trasciende que el expediente de este caso fue sustraído de los archivos de la dependencia, pues surgen algunas preguntas. ¿Cuándo fue sustraído? ¿Se lo robaron en el sexenio de Vicente Fox, de Felipe Calderón o ya en la actual administración?
¿A quien le conviene que dicho expediente desapareciera?
La respuesta es obvia.
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