Rosa Siria


Un cuento de Irene Arceo Muñiz

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 Fotografía de  Irene Arceo, egresada de la Facultad de Ciencias    de la Comunicación de la Universidad Veracruzana y miembro con voto en la organización internacional "Reporteros sin Fronteras
Por Irene Arceo Muñiz, egresada de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Veracruzana y miembro con voto en la organización internacional «Reporteros sin Fronteras

Esa  tarde, de  inicios de septiembre con  un calor abrumador,  le había pedido a mi madre que me hiciera un té de yerbabuena, de esa plantita olorosa  y fosforescente que corta  de  sus macetas  del patiecillo de enfrente de la casa, donde también  crecen  alegres y coquetas unas flores que mi madre dice que se llaman rosas sirias. Me dolía el estómago como nunca antes  había sentido esta punzada que  me producía hasta vértigo. Me tomé  la tisana caliente y me acosté en la cama  angosta, con e l colchón  oscilante cubierto de una delgada  frazada de batista corrugada   a rayas verdes y blancas que doña  Teresa, mi madre debe haber comprado en abonos , hace muchos años y  que aun persiste ante tanto uso y lavadas.

Ahora no puedo leer, ni pensar. Estoy acostado, paralizado, en posición fetal y miro a mi pobre alrededor como si fuera espectador de una película. La ventana, de medida estándar para una casa de interés social, tiene una cortina barata  de color neutro que apenas filtra los hilos de luz que se asoman entre las anchas hojas de los almendros  sembrados en la banqueta. Mañana veré que hago con e l fólder azul repleto de poesías  amorosas que le he escrito a Lucía y que tan solo han merecido  una mueca   parecida a una sonrisa y un: están  bonitas….

Solo dormiré  toda la tarde  tumbado entre periódicos y revistas  extranjeras que se amontonan y se deshojan con el viento del ventilador de pie que apenas remueve el aire caliente.  Son   ediciones atrasadas, que entre la cama y el pequeño buró,  han transitado por meses para ser hojeadas, revisadas, con los  ojos lánguidos hasta que se cierran las pestañas  agobiadas por el sueño. Me gusta  ver fotos  de gente bella y feliz, de artistas o modelos que  quedaron ahí para siempre con cuerpos  de definición muscular, lisos y esbeltos,  con rostros de mirada deslumbrante, pieles frescas, marmóreas o doradas  cubiertas por ropas hermosas y caras.  Ha  de ser  maravilloso   vivir  como la gente rica y poderosa, con casas inmensas y coches a la puerta y dinero para  ir a comprar; gastar en restaurantes y pasear a todo lujo. Ha de ser padre tener un puesto en e l gobierno y que  respeten y envidien a uno…carajo..

Me ha chocado bastante esta vida mediocre, por eso estudié idiomas en la universidad estatal  para superarme, pero ahora que terminé la carrera veo con profunda decepción que las cosas son muy difíciles y que justamente, pasada la etapa de la adolescencia y  en esta deprimente  juventud en que ni siquiera puedo  pagar un alojamiento   fuera de la sencillísima casa de mis ya ancianos  padres, yo me enfrento  ante una situación angustiante y tormentosa: no consigo trabajo  y lo que cobro con las  esporádicas traducciones resulta  ridículo para mi gastos.

Mi maestro y amigo Esteban  Arizmendi, quizá tiene la culpa  de que yo haya cambiado tanto y me encuentre atrapado en una pendiente  aspiracional muy cuesta arriba. Bueno, él es de familia acomodada de  la capital del Estado. Es guapo, con mundo, personalidad, resuelto; su acento en idiomas es   preciso y natural, tal como si hubiera vivido siempre en Paris, o en Hamburgo, o en Milán. Aparte es culto; conoce  los idiomas, todas las costumbres y civilizaciones que aplica a su inédita y sensacional  forma de ver la vida. Yo he sido su asistente  y  eso me ha permitido abrirme expectativas  interesantes sobre lo  más sofisticado de la ropa, bebidas, coches,  arte,  música, antros,  sexo y erotismo.

Desde mi estrecho cuarto de la unidad habitacional, escucho los pasos cansados de mi padre, un hombre que fue empleado toda su vida y hoy se sostiene  de su apretada jubilación. Oigo una  tibia discusión entre mi madre  y él por compartir un trozo de pastel que les ha regalado una vecina  y ellos deliberan  que  sólo podría  probar una pequeñísima porción, porque  su avanzada diabetes le impide comer  dulces, pero ¿qué importa que pruebe  merengues  y golosinas?, si  de todos modos  él ya  es  una persona mayor que  habla  y camina con  tal dificultad  que  no debería   privarse de antojos, como ese que tuvo al irse a vivir con mi madre  siendo ella una joven  indígena de  Chicontepec, con sus trenzas  relucientes y su cabello negrísimo  y  él un otoñal padre de familia  que abandonó  a  su mujer  e  hijas -que son mis medias hermanas y ni me hablan- , porque yo  soy el hijo único de esta unión “ilegal” y tardía  que  aún prevalece en callada y amorosa  complicidad y como veo, van a  morir unidos .

Fue en el Centro de Idiomas de la Universidad  donde  conocí a  Lucía. Una muchacha preciosa  de  grandes ojos vivaces, palpitante como mariposa  de piel  blanca y formas armoniosas. Era mi compañera de estudios y de sueños. Ambiciosa y tenaz, Lucía era hija de un  matrimonio que logró forjar una  situación económica  holgada. La hija poseía un espíritu libre y solía traspasar siempre los límites de lo establecido por las buenas conciencias.   A mi me encantó inmediatamente su sonrisa y  sus gestos arrebatados. Nos hicimos novios y cuando terminamos  la carrera  yo la  convencí de que viniéramos al puerto  a trabajar y como no teníamos aún ingresos,  fuimos  a vivir a la casa de mis padres, en mi recámara.

Nuestra relación fue verdaderamente difícil. Ella consiguió un empleo en una academia de idiomas  de la localidad  y yo  apenas subsistía con algunas traducciones  que me iban cayendo de vez en cuando. Entonces tomé una decisión y le  compartí mi  plan a Lucía: me iría a Canadá a buscar trabajo y regresaría  posteriormente  con dinero suficiente para poner una casa, comprar un coche y vivir los dos juntos  de manera independiente. Mientras, en mi ausencia,  ella se podría quedar en mi recamara como hija de familia, con mis padres.

E l tiempo que estuve  fuera del  país, le  escribía  continuamente a  Lucía   o nos  comunicábamos vía  internet.  Yo quería decirle que  me iba maravillosamente, pero no era así, en verdad fue brutalmente complicado  conseguir trabajo en ese país y yo no sé como pude resistir mi estancia en esos climas helados, donde  el índice de suicidios es altísimo y yo tenía  mil  razones para acabar con mi vida. Lejos y cerca continuamente experimentaba una sensación de vulnerabilidad  o de profunda tristeza. Noté con preocupación  que las respuestas de Lucía eran cada vez más frías y  distantes, y  en sus palabras  adivinaba  su poca fe en mí. Un día, de repente, me comunicó que como ya le iba  mejor en su empleo, se iría a alquilar un departamento para  estar más cómoda, incluso ayudada por sus padres ya se había comprado un coche, es decir ya tenía un nivel de vida  en el yo quedaba muy abajo.

A varios años de lo sucedido, releo  palabra por palabra  las crónicas policiacas que  reseñaron  en su momento que yo, tranquilo y sin demostrar la mínima señal de arrepentimiento  confesé con detalle como golpeé, violé  y quemé viva a mi novia, la profesora de idiomas  Lucía Esther Vásquez Roldán  de 26 años, en venganza por celos y porque me humillaba,  y como  solté  de a  guevos que  “no pensaba matarla que  sólo quería castigarla”.

Detallaron  que  el cadáver de la víctima apareció calcinado, sobre la cama del departamento que Lucía rentaba en  un tradicional y acomodado  fraccionamiento del puerto, luego de un incendio que  tuvieron  que sofocar los bomberos  en  la madrugada de ese día, en que el  aciago demiurgo determinó la vida  con prisión para mi y la muerte y  libertad para Lucía.

Narran las  notas policiacas que  un lado del cuerpo calcinado, hallaron una pesa metálica  de gimnasio, tipo mancuerna, así como un tubo grueso de unos cuarenta centímetros, que  yo  usé  para atacar a la víctima. También señalan  que yo   aparecí  media hora después del incendio tras recibir  un aviso  de parte  del  dueño del departamento   y que (antes de mi detención) yo mismo  comuniqué telefónicamente  a los padres de mi  novia, sobre  el “lamentable accidente” que había sufrido su hija.  Entre las  confusiones noticiosas se filtró la presencia  “un amigo”:  Bryan Lagunas (el otro novio) que según  me había llamado por teléfono para comentar con preocupación lo  sucedido…

De golpe, todas las  sospechas se  enfocaron sobre   mi, por lo  que el Ministerio Público  junto con policías  investigadores, comenzaron a interrogarme sobre mi relación con Lucía y  mis actividades en las últimas horas. Como cascada de dominó  mis argumentos  cayeron en contradicciones.

Yo tenía  ese día  27 años cumplidos.  Confesé el crimen y acepté públicamente que no estaba arrepentido. Quería castigarla, darle una lección, porque  me  “sobajaba”, me  humillaba mucho cuando me   soltaba su retahíla  de que  yo  no era el hombre adecuado para ella… que  ya no quería seguir conmigo, sobre todo porque no encontraba ningún trabajo.   Lucía, siempre me trató con la punta del pie y me ninguneaba  por puro  placer: me decía que era “un bueno para nada, que ningún proyecto o trabajo me salía bien, que era un perdedor  “un looser»  mientras  se ponía la “L” en la frente con los dedos índice y pulgar  imitando al comediante  Adal Ramones  tal como lo hacía en su programa de televisión Otro Rollo.  Se burlaba de mi  fracaso personal y de mis tentativas fallidas  y  le fui guardando mucho resentimiento…a ella, a ella.

Veo mi foto en algunos diarios de ese año en que la maté y desde que estoy en prisión. Me  veo firme, sin  un  gesto de arrepentimiento, con la mirada fría, pausado y seguro. ¿Que me sucedió? no sé.   Vuelve a mí el recuerdo ácido y corrosivo  de ese  miércoles  cuando  le  llamé por teléfono al anochecer  para ir a buscarla  a su trabajo  ubicado cerca  de la zona conurbada de la costa.

Llegué por ella y la miré largamente. Llevaba una blusa color lila  con escarolas flotantes,  parecía una esplendorosa rosa siria. El amor me  calaba hasta los huesos  así como me iba  envenenando  letalmente su traición.  Me torturaba en silencio: ¿Porque  lo hizo?…¿Porqué se fue a acostar con otro y no me esperó..?  ¿Porque no  me amaba como yo a ella…??

Llegamos  al departamento  de  Lucía. Abrí   la puerta  con las llaves que  ella me había prestado. Entramos  a su cuarto, ubicado en la planta alta de la parte trasera del edificio. En la rutina nocturna  Lucía   se desvistió  y  comenzó hacer ejercicio, mientras que yo  fingí dormir tenso y agazapado -casi levitando-recostado en la cama.  Cerca de las 11 de la noche, ella tomó la mancuerna de ocho  kilos, y saltó a  la cama para ver el televisor, cuyo ruido competía  con la  acostumbrada cantaleta  de burlas tan ríspidas  e hirientes que hicieron que  se quedara dormida balbuceando  frases … con la cólera secreta  contenida,  le asesté el primer  golpe    con la  pesa  que  le provocó una fractura expuesta de tibia y peroné de la pierna derecha.

Como  Lucía  gritaba por el dolor, enseguida le tapé la boca y le amarré  las manos. Al ver que se movía, le propiné  varios golpes en la cabeza, hasta dejarla inconsciente, entonces … la  forcé  sexualmente, al grado de introducirle un tubo grueso, vía rectal.

En lo que declaré después de los sucesos  sostuve que todo lo hice consciente, y aunque no pensaba quemarla, lo hice  porque la situación se me salió de control y pretendía librarme del problema, así que abrí un frasco de  acetona  para rociarla en  ropas y cortinas, luego prendí fuego con un encendedor.  A esas alturas, ya sólo buscaba que  todo pareciera un accidente.  Hui por la puerta principal  pasada la medianoche, creo que  nadie me vio cuando salí.

Lucía y yo sosteníamos  una  relación enfermiza.  Desde la tarde de ese día que me tomé el té de yerbabuena en la casa de mis padres, yo moría de celos y andaba como se dice: con e l alma malentendiendo. Creo que estábamos  unidos por la costumbre,  pero adicionalmente   había un motivo  muy fuerte  para  guardar  mucho rencor contra  Lucía. Teníamos cinco años de noviazgo, durante los cuales ella se embarazó de un  nuevo novio llamado Bryan,  mientras que  yo  buscaba trabajo en Canadá. Ella  me lo  informó así,  como si nada, y también me dijo  que   no quiso tener el producto, a pesar de   que yo le propuse que  tuviera al bebé  del que yo  me haría cargo como  si fuera su padre, pero  que dejara al otro novio. De cualquier manera, mi pésima situación económica y mi  desesperación existencial   impedían  encontrar  soluciones a  esta vida.

Sub empleado,  siendo maestro  en idiomas,  estuve laborando en  Costco, pero perdí el empleo, y  también busqué  entrar a plataformas en  el hoy privatizado PEMEX, pero no lo conseguí. Esa fatídica  noche mientras  le contaba a Lucía   que ya  iba a conseguir entrar a las plataformas, ella se burló mucho diciéndome: tuuú en plataformas??? sí  ni técnico eres, y a ver: desde cuando no consigues  trabajo?? y siguió menospreciándome  verbalmente por  desempleado y pelas,  mientras ella  hacia ejercicio seductoramente y juguetonamente.

En las primeras horas de la  madrugada, el fiscal de la procuraduría  regional llevó a cabo  la reconstrucción de hechos y   yo convertido en  homicida narré de nuevo, paso por paso, lo sucedido aceptando mi culpabilidad. Posteriormente   fui   encarcelado por homicidio con todas las agravantes y aquí sigo encerrado en el Cereso,  pues  le quité la vida a Lucía  con premeditación, alevosía y ventaja.

¿Que   perdón podría tener de parte de los afligidos padres de Lucía?. Mi madre ya se resignó porque yo  al menos  sigo  vivo. Ella sigue callada, estoica, regando sus  rosas sirias   y mi padre cada día más viejo y enfermo, los dos solos cargando este dolor. Yo, a casi cinco  años   de estar encarcelado, como el preso Número Nueve: ”La maté si señor, y si volviera a nacer, yo la vuelvo a matar. Padre no me arrepiento ni me da miedo la eternidad. Yo sé que allá en el cielo el ser supremo me ha de juzgar….”

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