
Por Raúl González Rivera

El dinero que invierte una entidad pública, como es el remozamiento del mercado San José y sus alrededores, deriva de los impuestos y aportaciones que realizan los contribuyentes, aquí y en China o los Estado Unidos de Norteamérica, sólo que la cosa pública y sus beneficios duran exactamente los tres años de una gestión constitucional.
En México, y Xalapa es parte de este país, los arreglos, rehabilitaciones y remozamientos, vaya, hasta el embellecimiento de la jardinería pública, la hermosea un trienio y el siguiente, si no la enriquece, tampoco la mantiene.
Esta situación no ocurre en ciudades de países europeos de occidente y tampoco en la Unión Americana. El servicio público recibe la atención secuencial, sin preámbulos y sin presumir el hombre del poder que es superman o el super héroe, que todo se debe a su mano de funcionario público.
El mercado Alcalde y García, también conocido como San José, recibió su manita de gato que no gozaba desde hace cien años cuando menos. Honor a la verdad, lo constituía una verdadera ratonera, hasta donde llegaban los comerciantes de los estados de México, Tlaxcala, Puebla y el DF, para hacer su agosto con los comerciantes y locatarios de adentro y fuera del edificio que alberga uno de los mercados más reconocidos para las familias xalapeñas.
A sus instalaciones arribaban las familias buenas de Xalapa de los primeros setenta años del siglo XX, es decir, cuando en la ciudad se ignoraba la existencia de súper tiendas, súper mercados y plazas comerciales. San José despedía historia, aroma, recuerdos de infantes que acompañaban a sus progenitoras para hacer el abasto de la semana.
La calidez de sus expendedores de flores, verduras, frutas, pollo destazado, el carnicero dicharachero y el mole con sus presas, que ofertaba la vendedora de la esquina. Empero, toda limpieza la construcción y sin comerciantes ni ambulantes en sus alrededores. Todo cambió cuando el vendedor informal se agolpó en sus alrededores y las calles las utilizaron para la venta diaria.
La molestia social se generalizó en los últimos 30 años, hasta que una comuna puso fin a esta anarquía en el más querido mercado de la ciudad. Remozó el ayuntamiento sus calles, limpió de mercaderes el entorno y en lugar de sus apretadas bodegas, autorizó la instalación de restaurantes en forma, dando un giro distinto al lugar, que no deja de ser concurrido por los xalapeños de siempre.
Sin embargo, las condiciones de antaño han vuelto por el peso de los influyentes y olvido institucional. El entorno está repleto otra vez de camionetas, taxis que se aparcan en doble y triple fila. Allí la operación grúa no ve nada. Otra vez se meten las unidades vehiculares al corazón de sus calles empedradas, robando su panorámica a los visitantes y clientelas de sus comederos.
Los vende flores ocupan las calles de Aldama y Cinco de Febrero, sin respetar el paso a terceros. La anarquía pura. La pestilencia vuelve. Tránsito brilla por su ausencia y de nueva cuenta reaparece el cochinero. Al regidor del rubro de mercados, una pregunta inocente: ¿qué hace?, porque el mercado San José exhibe iguales condiciones que hace cincuenta años y en su rehabilitación en el pasado reciente se aplicó una importante inversión para hacerlo un lugar decoroso, digno de la capital del estado. ¿No le parece?
* MAL INICIO DE CARLOS
NAVARRETE, CON SUS DICHOS
Si la memoria pública o popular no falla, el PRD estaría despidiéndose definitivamente del escenario público que rige desde hace dos o tres sexenios en el estado de Guerrero.
La guerrilla, con sus dos líderes Genaro Vázquez y Lucio Cabañas y los exabruptos que cometió el entonces gobernador priista Rubén Figueroa, fueron suficientes para hacer que el pueblo valiente de la entidad echara fuera al mandatario y por supuesto al partido tricolor del poder.
De hecho, en los cincuenta años previos al gobierno del cacique don Rubén Figueroa en el sexenio de José López Portillo, prevalecieron los derrocamientos, las licencias y renuncias al ejercicio del poder central, en aquellos lares. La sociedad civil fue suficiente para exigir al relevo de gobernantes charros, caciquiles, soberbios, prepotentes y matones.
La caída inminente de Ángel Aguirre sería consecuente con el pasado ominoso que de siempre prácticamente viene acompañando a los guerrerenses. Resistirse, como lo está haciendo Carlos Navarrete, a condenar lo malo que es su correligionario como gobernador de esa entidad, denota igualmente hasta qué punto está metida la podredumbre en las trincheras de un partido político que nació bien a la contienda política y electoral, pero que como los hijos malos, igual se desmoronó paulatinamente hasta quedar sólo los pedazos de una gloria, que lamentablemente para dicha sigla jamás podrá recuperar en muchos decenios por delante.
Carlos Navarrete olvida que es un dirigente político que goza de un presupuesto millonario que le aportan los contribuyentes de este país y por ningún concepto se allega simpatías, cuando en abierto rechaza los cuestionamientos que públicamente le hacen los chicos de la prensa. Más aun, cuando el PAN sin más preámbulos se vio obligado a prescindir de asociados suyos, unos porque cometieron actos delincuenciales en Brasil y anunció su deslinde y expulsión de cuatro personajes. Y el otro, en el DF, de cuya delegación había afirmado uno de sus espacios para ejercer con corruptelas y de inmediato también lo dejaron fuera, sin el perdón que demandaba, tuvo que irse a la calle.
Contra Ángel Aguirre hay una condena del pueblo de Guerrero, otra en todo el país y en el resto del mundo civilizado, cómo debe entenderse contra la obstinación de un dirigente, caso de Carlos Navarrete, para hacer de su personal opinión un legado que no va con los principios de un partido de izquierda, que presumía haber surgido hace un cuarto de siglo con los mejores augurios en el sentido de que abanderaría las mejores causas de los mexicanos, por encima de los intereses de particulares y los de grupos de poder y económicos.
* EN XALAPA HAY 40
BANDAS JUVENILES
Una niña de once años participaba en una banda de secuestradores y fue detenida en Tlaxcala junto con otros dos menores de 14 y 16 años de edad.
La sola noticia, difundida por la prensa nacional, dio un fuerte escalofrío entre quienes la leyeron, primero, porque se trata de una información diferente al grueso que se difunde cotidianamente en este país, segundo, porque, ¡oh, suerte!, la policía aprehendió a los pelafustanes y, tercero, porque rescataron con vida a una menor que tenían bajo plagio.
Para el común de los escuchas de radio, televidentes y lectores de periódicos impresos y ahora las redes sociales, la especie no dejó de causar un escozor, pero el país está testificando algo que se va a volver repetitivo de no instrumentarse acciones policiales para garantizar la seguridad pública, pero igual deberán instrumentarse medidas y acciones que permitan un respiro a la sociedad y se vea por la atención que paralelamente exigen los jóvenes de todo el país y que se infiltran o integran bandas de delincuentes a muy temprana edad.
Inclusive, las leyes en vigor, al respecto, consignan a tener que pagar culpas los pequeños delincuentes en los centros de readaptación de menores, los cuales abandonan muy pronto sus encierros, para volver a la calle y convertirse en delincuentes con las mismas características de los mayores adversarios de la ley.
Y cuando se dice que es en Tlaxcala el evento, como cuando sólo en Irak mataban masivamente a pobladores y se creía que en México jamás acciones semejantes se darían, siendo que hoy día se asesina a más compatriotas que en Irak, que se encuentran en plena guerra declarada.
Las policías del anterior sexenio y las actuales confiesan que en Xalapa existen más de 60 bandas de delincuentes juveniles, muchas de las cuales mantienen en permanente acoso la seguridad pública de barrios completos, colonias y vecindades bajo su control. Colonias a las cuales no ingresan cuerpos de policía a ninguna hora del día, lo que les permite a esos pequeños enemigos de la ley lanzar ataques en contra de pacíficos ciudadanos.
Han dicho las autoridades que no hay los elementos suficientes ni los cuerpos de seguridad que en un momento puedan llevar a cabo redadas o atrapen a presuntos delincuentes que, en este caso, aterrorizan a cualquiera, por ser muchos casi niños cuyas edades fluctúan entre los doce, trece y quince años de edad.
Sin embargo, el ejemplo puede cundir. Ya arrancó en Tlaxcala, entidad casi colindante con Veracruz.
En el pasado, se dijo que había 40 bandas de muchachos delincuentes. El propio general López Esquer lo dijo, aunque no precisó qué se haría para evitarlas o, en su caso, qué hacer para readaptar a dichos muchachos a las actividades productivas lícitamente.
La actual autoridad municipal advierte que no son 40, que son 68 los grupos juveniles de hampones, pero que no hay nada qué hacer. La capital del estado, en donde se asienta el mayor número de escuelas y universidades, también es la que incluye al mayor número de pequeños delincuentes azorando las colonias periféricas. Porque a éstas ni policías ni funcionarios públicos entran.
Quizá se esté a la espera de eventos con escándalo, como el que acaba de ocurrir en Tlaxcala, con la aprehensión de niños secuestradores. Esperemos.
