
En A Cool Breeze on the Undeground (Un soplo de aire fresco, 1992/2014), Don Wilson asienta un diálogo entre Neal Carey, personaje central, y Joe Graham, maestro de aquel en el oficio indagador y a quien asume como su padre:
“-No puedes fiarte de nadie, papá.
“-Eso no es cierto, hijo. Puedes fiarte de mí.” (p.125)
¿Y sólo de él? Puede ser en una sociedad mexicana donde el chinga porque te chingan conduce a la corrupción integral; donde el si no me lo quedo yo se lo quedan otros se encabalga como guía de actuación ciudadana y se transmite a las nuevas generaciones; donde negociación es sinónimo de compra-venta porque, precisamente, la confianza en el otro no existe -al igual que en la otra, no vaya usted a creer-, y no porque se haya perdido sino por eso: porque no ha existido nunca; donde antiguos y cochuperos priistas -¿acaso hay de otros?- y aguilartalamantistas han devenido, ¡vaya paradoja!, presunta izquierda aglutinada en el PRD, MORENA, MC y PT, han aceitando la lógica del poder vuelta -el jefe Sciascia dixit– estructura mafiosa y han retrocedido casi cien años para recuperar el culto a la personalidad totémica y el no hay más ruta que la nuestra; donde… México es el país de la desconfianza porque así lo construimos todos los que habitamos aquí y no por designios supersticiosos extra reales.

Esa desconfianza tiene asegunes dignos de incluirse en una historia universal de la infamia, pero también en la del ridículo y en el de la esquizofrenia, porque aunque cierto es que existen víctimas y victimarios no lo es que unos sean buenos a secas y sin contradicciones y los otros malos per se; ver la realidad y los hechos sólo en blanco o sólo en negro, obviando la gama de grises, es el detonante para manipularlos en beneficio personal/grupal con una cortedad de miras donde el otro se desvanece como interlocutor y loelementalmente humano que es la palabra puesta en tensión como fundamento del diálogo, termina siendo monólogo propagandístico en contra del de enfrente, al que no se enfrenta sino se busca acallar, ignorando que dialogar/negociar implica, de inicio, reconocer las contradicciones -los vicios privados- originarias de los dialogantes y de ahí partir al ceder/obtener, cuestión que entre nosotros no es así.
¿Ejemplos de lo anterior?; van dos: los 43 normalistas de Ayotzinapa, los 3 muertos y los 2 heridos son estudiantes de nuevo ingreso, ésos que duermen un año en el suelo y a quienes los de grados superiores envían a botear para <el movimiento>, violando los derechos humanos de equidad e igualdad que demandan al de enfrente: al gobierno; tanto Murillo Karam y su recorrido mediático en el basurero de Cocula, Gro., así como Enrique Peña ante los padres de los estudiantes desaparecidos diciendo “llegaremos hasta las últimas consecuencias” -¿acaso hay otra frase que defina mejor y sintetice a los gobiernos mexicanos en todos sus niveles?-, ha mostrado ser cabezas gubernamentales de un Estado omiso que no es capaz de dar respuesta a la demanda central: que aparezcan los jóvenes; sólo eso.
La sociedad mexicana padece -padecemos- de incivilidad, premisa básica diseminada en el vivir diario y sobre la cual se edifica un estado de cosas donde, por ejemplo, ese ente amorfo llamado el pueblo/la gente/la sociedad civil se auto designa como la portadora de una <verdad> que es etérea por no ser resultado de sustento ni de consensos ampliados y sí de ese magno producto de la ignorancia que es la fe; y lo mismo se genera desde la sociedad política -que integra en su seno a todos los gobiernos, a las fuerzas armadas y policiales y a los partidos políticos- y su práctica de siempre no en pro del servicio público y sí del utilizar el poder para sí misma. Y ambas sociedades han conformado un bloque histórico que es expresión de un Estado omiso por no gobernar y sí administrar el tiempo electoral a conveniencia en contubernio con todas las fuerzas políticas.
Días atrás un amigo me preguntó: “por qué son más importantes -para marchar y hacer paros por ellos- los muertos, heridos y desaparecidos de Ayotzinapa que los cientos de migrantes asesinados en su transitar por el país o <los daños colaterales> del combate al crimen organizado -asumiendo él, supongo, la existencia de las varias marchas del Movimiento por la Paz en pro de las víctimas todas- o, agrego yo, los niños de la guardería ABC o los 20 desaparecidos por la policía estatal el 2 de agosto de 2013 en Atoyac, Veracruz. Quizás porque en el mejor de los casos, arriesgo la especulación, para las consideraciones políticas de organizaciones, abajo firmantes y movimientos hay víctimas sinceramente más sentidas que otras y… allá ellos y sus decisiones aunque no las compartimos; lo que no obsta para que, en el peor de los casos y en el juego de las conveniencias políticas, unas víctimas sean también, aunque les suene muy duro, más utilizables que otras. Aunque lo anterior no obsta para reconocer que los crímenes producto de la complicidad entre gobierno y crimen organizado en Guerrero hayan servido para que algunos sectores sociales se hayan percatado de que ya son muchas víctimas de connacionales y no en todos los bandos, cuyos padres, hermanos, hijos, amigos… tienen derecho a exigir justicia y a deslindarse de los que históricamente han medrado con el país desde el poder compartido y los subsidios oficiales.
Este perpetrador de seguridades públicas no tiene duda alguna para alinearse al lado de los padres de los niños muertos en la guardería ABC y de los familiares que exigen la aparición de los 43 desparecidos en Guerrero y de los 20 y más desaparecidos en Veracruz y los cientos de migrantes en el país y… espera que los XXII Juegos Centroamericanos no hagan olvidar lo anterior al pueblo/la gente/la sociedad civil, mismos que eligen con su voto a los que hoy gobiernan, mismos que dan mordidas, mismos que evaden al fisco, mismos que venden su voto, mismos que son quienes sostienen el estado de cosas actual por esa capacidad de olvidar muy fácil todo aquello que no toca nuestra inmediatez.
En breve tres semanas la repelente realidad ubicará a este perpetrador de esperas sin llegadas seguras, y verá si Neal Carey o Joe Graham tienen razón, aunque ambas opciones resulten tristísimas.
