calle y por miles en las redes sociales se hablan:
el miedo, Ayotzinapa y la casa blanca.

La violencia engendra más violencia. Es cierto, pero igual, venga de donde venga, no debe ser compartida por nadie.
Lo ocurrido en Ayotzinapa podría advertirse como la gota que derramó el vaso de agua, tras las largas jornadas de violencia, inestabilidad y desorden social, que los mexicanos están experimentando a los cuatro costados de la república.
Un procurador de la república cansado, porque desplegó febrilmente la investigación que finalmente no resultó, porque los resultados nadie en este país los aceptó. Desde el padre católico Solalinde, quien antes que la PGR, dijera en un comunicado que a los 43 jóvenes normalistas los habían asesinado y que José Luis Abarca, ex alcalde de Iguala, fue detenido en la casa donde se escondía, en exclusivo fraccionamiento de Boca del Río.
Empero, Jesús Murillo Karam enfrenta la desconfianza de los padres de familia y de todos cuantos están involucrados en las acciones, nada democráticas, pero difíciles, como son las de haber destruido oficinas de los palacios de Chilpancingo, Iguala y del PRI en aquella entidad. Y más tarde, los destrozos que causaron en oficinas del PAN en Morelia, Michoacán.
Ante la impotencia, la violencia ha sido la mejor respuesta que los grupos de insatisfechos le han dejado sentir a los hombres del poder.
Evidentemente, la cuestión es no saberse a ciencia cierta cómo resolver la crisis de credibilidad que afrontan las instituciones. Dichos, cuentas y cuentos, no convencen a nadie. Empero, este es el síntoma que recorre la totalidad del territorio nacional.
Esto es lo preocupante. El descrédito empuja cada vez más al estallido social en este país.
Los conflictos que colocan de espaldas al estado mexicano, se dan sistemáticamente con cada sexenio que llega. Arrancaron con el movimiento estudiantil del 68, continuaría con la matanza del 71, seguiría con las masacres de Aguas Blancas, en Guerrero, la de Acteal, sobre la carretera que corre de Chiapas al Distrito Federal; los niños muertos en el albergue ABC, los jóvenes asesinados de Tlatlaya y ahora la desaparición forzada y presunta ejecución de 43 normalistas.
El estado de descomposición en que sobreviven las instituciones nacionales, igual tiene que ver con la impunidad, la corrupción y los ríos de sangre que corren diariamente sobre suelo azteca, para los cuales las palabras de aliento están faltando, pero la tragedia comienza cuando nadie cree en sus hombres públicos. En realidad, este es el dilema y lo verdaderamente que llama a tragedia, que nadie sabe tampoco cómo convencer de la voluntad que dicen los políticos tener, para atender los reclamos sociales.
* CONDENAN SENADORES
AGRESIÓN A ENCINAS
Xalapa no podía escapar al escenario de lo que no sólo no debiera ocurrir, sino que jamás debe repetirse.
La agresión a Alejandro Encinas ya recorrió la totalidad del mundo a través del maravilloso medio que constituyen las redes sociales. Al momento del ataque que unos bárbaros asestaban al senador de la república, el hecho se difundía de manera amplia en todos los rincones de la tierra.
Un día, ocurrió algo semejante en la persona de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, cuando un siniestro funcionario del gobierno estatal quiso confundir a la opinión pública mandándole una flota de homosexuales y travestis al cachorro de la revolución del año de 1910 y heredero del presidente Lázaro Cárdenas.
La agresión, que no tuvo o cobró el impacto que esperaba su adversario, no precisamente político, dada la personalidad que de antes ya representaba el fundador del Partido de la Revolución Democrática, se repite ahora con otro político de las izquierdas nacionales.
Alejandro Encinas ha sido un pensador libre desde sus años estudiantiles. En la UNAM figuró como político de izquierda, militó en el partido comunista mexicano, en el PT y al lado de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo se inauguró en la izquierda moderada.
Posteriormente, ejerció como funcionario en el gobierno del DF, al lado de Cárdenas, enseguida con Manuel López Obrador y finalmente pasó a ocupar un escaño en el senado de la república. En funciones partidarias, Alejandro Encinas, quien nunca ha militado en el PRI y menos en el PAN, se encontraba en tierras veracruzanas, en donde realizaba una gira de trabajo político.
Encinas, a decir de sus colegas del senado, encarna una izquierda consistente y dedicada a ver por los problemas más apremiantes de la sociedad.
El político ha pedido una investigación en serio por parte del gobierno del estado, porque en una primera instancia, el senador acusó a funcionarios priistas del régimen estatal de haber mandado al grupo porril, que supuestamente milita en una organización de filiación comunista, y que al momento del ataque a su humanidad, además le lanzaron gritos como «asesino» de los estudiantes normalistas, siendo que el senador había alertado precisamente a los Chuchos y a Jesús Zambrano, entonces dirigente nacional perredista, sobre los dislates políticos y criminales en que estaba incurriendo el ex alcalde de Iguala, Guerrero.
* SALIÓ PEOR EL REMEDIO
QUE LA ENFERMEDAD
El cochinero en que se ha convertido el entorno del mercado Alcalde y García o más conocido como San José, mucho tiene que ver igualmente con la presencia de medio centenar de camionetas y camiones dedicados al servicio de alquiler y transporte de enseres domésticos y de oficina, que de siempre han ocupado calles aledañas al mencionado mercado, pero ahora igualmente parte de la calle 5 de Febrero, a un costado del antiguo panteón de la ciudad capital.
En el curso de la administración municipal anterior, se decidió sobre el remozamiento integral del mencionado mercado de abasto alimentario, el cual incluía además «limpiar» las calles aledañas de comerciantes ambulantes y las camionetas dedicadas al servicio de alquiler, destinándoles en su lugar una parte de la calle 5 de Febrero, en colindancia con la avenida 20 de Noviembre.
Sin embargo, el lugar de origen asumido por dichos prestadores de servicios a la sociedad civil, nunca lo abandonaron radicalmente, ya que con el arribo de la autoridad municipal de turno, volvieron a asentarse en los alrededores del mercado en cuestión, pero no abandonaron el área que ocupan en la calle 5 de Febrero, la cual, debido a ser una vía de circulación para camiones de carga pesada, también incurren cotidianamente en la destrucción del empedrado mejor realizado en la arteria pública de la ciudad, de manera semejante al que luce la calle Revolución en el tramo comprendido entre las calles de Enríquez y la avenida Juárez.
Es decir, como dicen los vecinos molestos con la presencia de los transportistas de bienes muebles, salió peor el remedio que la enfermedad, pues ahora explotan dos zonas, totalmente habitadas por vecinos de la capital, quienes tienen que soportar los ruidos, tóxicos y la palabrería que externan los mismos prestadores de esos servicios que ofertan transportistas de enseres domésticos, no precisamente consecuente con la fama cultural que los políticos le adjudican a la otrora Atenas veracruzana.
En tanto, la mugre que acompaña cotidianamente al mercado Alcalde y García, como puede ser también en Los Sauces, viene multiplicándose, porque la vigilancia y supervisión a dichos centros de abasto es otra de las falacias, cuando se dijo hace diez meses que la limpieza de estos lugares sería una constante, por bien de la salud pública y la imagen, que a cinco minutos del corazón de Xalapa y los palacios de gobierno y municipal, se registra diariamente, sin que nadie haga algo para imponer el remedio, pero en serio.

