
Luego, durante los tres años que cerrarían esa década para muchos mágica, aprendí por vía paterna que debía leer el diario Excélsior -el cual en la pequeña ciudad cuenqueña en que vivía llegaba a las 16 horas, y agregué algunas frases de madre/padre al caudal de consignas luego de 1968 y durante la siguiente década -y por supuesto cimenté las certezas ya existentes-: todos los gobiernos mexicanos desde los años cuarenta eran corruptos -sobre todo el de Miguel Alemán- y represores -sobre todo… todos-, Fernando Gutiérrez Barrios era la cima del policía represor, Porfirio Muñoz Ledo había felicitado en 1969 a Díaz Ordaz por su actuar un año antes y Zabludovsky seguiría mintiendo en red nacional hasta el fin de los tiempos -lo considerábamos ya, algunos compañeros y yo, el paradigma de lo que no debía ser un periodista, al igual que a López Dóriga, Guillermo Ochoa, Dolores Ayala, Ricardo Rocha… y El Heraldo y El Diario de Méxicoy El Sol y Novedades y El Universal y toda la prensa veracruzana y… todos, exceptoExcélsior y después Proceso y unomásuno. Those where the days, mi friend.Cuando egresé de la primaria rebasando la primera mitad de los años sesenta llevaba ya en la mochila varias certezas: que debía abstenerme de votar cuando tuviera edad para hacerlo, que a pesar de la censura existente había que leer Política -la de Marcué Pardiñas- y Siempre!, que ejército y policía eran aparatos represores de <el sistema> -del PRI gobierno, pues- y que Jacobo Zabludovsky mentía todas las noches en red nacional desde los estudios de Telesistema Méxicano.
En 1970, transitando la prepa, leí Los albañiles y me gustó, como debe haberle gustado a miles. No volví a leer a Vicente Leñero sino hasta que el gobierno de Echeverría, con el apoyo de Televisa y de su emblemático Zabludovsky, golpearon a Excélsior y Leñero publicó Los periodistas; leería posteriormente con avidez toda su obra, y en especial con enorme respeto, placer y envidia, Asesinato, La gota de agua, Gente así y Más gente así. Antes había votado por vez primera en 1982 rompiendo con mi ayuno sufragista y acudiría desde entonces a las urnas, ya sea para votar a favor de alguien o para anular mi voto -las más de las veces-; y había corroborado que el PRI era igual a sí mismo y que Muñoz Ledo era un vividor. Sabría, ya en pleno siglo XXI y al través del testimonio de Rubén Melitón Ramírez González, fundador de las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo -FRAP- y de las investigaciones sobre crímenes del pasado, que Gutiérrez Barrios sí era un torturador: “además de Nazar y Gutiérrez Barrios había otros dos hombres [dijo Ramírez González], que al parecer eran de la DFS, y se encontraban otras tres personas de origen extranjero, probablemente estadunidenses, quienes presenciaban el desarrollo de la tortura a que era sometido.” (La Jornada, 24 de febrero de 2004). Zabludovsky siguió en lo suyo hasta que salió de Televisa y, por acto de sublimación de una veleidosa y cómplice memoria, devino periodista demócrata y, ¡cosas veremos!, crítico del gobierno al igual que sus congéneres ya enunciados; él, Muñoz Ledo y los demás citados pueden decir cínicamente que eran otros tiempos y es cierto, como también lo es su carencia de ética y de lo elementalmente humano que hace a los, diría Emiliano, buenos seres
Durante la segunda mitad de la década inaugural de los años dos mil el neodemócrata Zabludovsky publicó un artículo en La Jornada, escribí una carta hablando de la flaca memoria de ese diario que para entonces era ya aquello que no quería ser poco más de veinte años atrás y por supuesto que no fue publicada. Vendría luego, en 2013, la decisión de la Cámara de Diputados de otorgarle a Zabludovsky la medalla Eduardo Neri -diputado opositor al cuartelazo de Victoriano Huerta-, creada para “premiar al ciudadano que por sus hechos, su conducta ejemplar, su aportación a la ciencia, el arte o civismo al servicio de la patria, se haga acreedor a la misma.” Ante ello, Vicente Leñero publicaría en su columna mensual “Lo que se de cada quien”, de la Revista de la Universidad de México (no. 124, junio de 2014), un ilustrativo texto llamado <<La conversión de Jacobo Zabludowsky>>, el cual, en abono a la memoria del país y del propio Leñero, este perpetrador de homenajes suprarrotulares les comparte a continuación:
Ahora resulta (oh Dios) que Jacobo Zabludovsky es el bueno:
—el periodista incorruptible que ha recibido y sigue recibiendo premios por montón: el Premio Nacional de Periodismo, el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, el Premio de la Asociación de Cronistas de Espectáculos de Nueva York, las Palmas de Oro del Círculo Nacional de Periodistas, etcétera.
—el empoderado líder de opinión al servicio de la empresa a la que servía, ligada ésta, indisolublemente, a la “presidencia imperial” de un pri que manejaba al país como si fuera de su propiedad.
—el gran orquestador de la campaña contra el Excélsior de Julio Scherer García en 1976 cuando aquel era director de información de Televisa y conductor del noticiario Veinticuatro Horas.
Auxiliándose en Veinticuatro Horas se enderezó la campaña contra el Excélsior de Julio Scherer desde la presidencia de un Echeverría enfurecido e implacable. Entre muchas otras tretas, Jacobo dio voz a su amigo Roberto Blanco Moheno que manoteaba y escupía desde la pantalla contra ese “periódico comunistoide”, y envió a su reportero estrella Ricardo Rocha a dizque investigar la prefabricada invasión de fingidos ejidatarios a un fraccionamiento de la cooperativa Excélsior. “Pobrecitas víctimas”, se dolía el compasivo Rocha.Aunque hoy parece olvidarlo todo nuestra sociedad sin memoria, existen testigos que conservan esa imagen de Jacobo Zabludovsky en las viejas pantallotas de sus televisores. Aparecía en medium shot con su ensayada sonrisa simpática, traje y corbata impecables y enjaretada su cabeza por un par de audífonos enormes que lo convertían en la caricatura de sí mismo. Se le tenía desconfianza y hasta temor por la manera de tergiversar los hechos haciendo creer a su audiencia que la realidad era así como él —“objetivo y veraz”— la transmitía a diario.
Sobra enunciar al detalle cómo se salieron con la suya Echeverría y Zabludovsky: caímos juntos con Julio Scherer y se encaramó al traidor Regino Díaz Redondo a la dirección del periódico de la vida nacional.
Muchísimo tiempo después, en marzo del año 2000, cuando se apartó o fue apartado de Televisa por Emilio Azcárraga Jean que deseaba iniciar su gestión sin ataduras, Jacobo Zabludovsky se lavó la cara, las manos, se sacudió de recuerdos y pesadillas, y reinició con extraordinaria vitalidad su camino hacia la conversión. Poco a poco, no de golpe, se transformó en el Zabludovsky el bueno.
¡Ocho de julio no se olvida!, clamaríamos ahora las víctimas del atentado. Pensando en eso —a 38 años de distancia— se me ocurrió escribir un breve relato de ficción. Es este:
Se abre la portezuela de un cuatro puertas negro y de él sale un hombre de 86 años en pleno dominio de la verticalidad. Asombra su entereza, su salud, la invariable sonrisa con la que extiende sus labios hacia quienes lo aguardan en la banqueta.
Es Jacobo Zabludovsky en el momento de llegar al recinto de la Cámara de Diputados para recibir la Medalla Eduardo Neri por sus 70 años de actividad periodística.
Después de los primeros apretones de manos, de escuchar palabras de anticipada felicitación, de recibir quizás un abrazo que le descompone por momentos su traje negro de dos botones, el celebrado cruza un pasillo entre ruido de aplausos.
Llega al foro. Escucha una elogiosa presentación. Se le entrega la medalla. Más elogios, más apretones de manos.
Lo invitan a que ocupe el atril para pronunciar el discurso que lleva escrito en hojas de papel bond.
En el nutrido salón, los legisladores e invitados se remueven en sus asientos, expectantes. Él empieza a leer con la modulación y el timbre de voz que tanto le conocen los presentes. Dice:
“Esta mañana no vengo a otra cosa más que a pedir perdón. Quiero pedir perdón a todos los que ofendí o lastimé o desacredité durante mi larga carrera periodística. Perdón por haberme sometido a las exigencias de la empresa en la que trabajaba, del gobierno al que servía, de los políticos a los que me rendí. Perdón por torcer la realidad. Perdón por no haber contribuido en aquellos desafortunados años a la libertad de expresión que ahora pretendo ejercer con profundo arrepentimiento. A eso he venido esta mañana: a pedir perdón”.
El silencio es absoluto en el recinto. Lo rompen, segundos después, un par de manos que aplauden lentamente y que desatan por fin el aplauso estentóreo, universal, a Jacobo Zabludovsky.

