* COBRO DE FACTURAS
A LA VISTA
Por Raúl González Rivera
Lo importante era llegar, que el servicio a los demás pasó a segundo plano.
Las llamadas carreras públicas eran primero o la meta en algunos sonados ejemplos.
Hay los ejemplos en el sentido de haber atendido las exigencias sociales puntualmente, pero también cabe la interrogante del tamaño del mundo de haber permitido que las insatisfacciones populares llegaran a ganar la calle y la plaza pública de manera desmesurada.
El veracruzano no es un pueblo que no haya entendido, si bien es cierto que la memoria histórica suele fallar, el momento que vive la mayoría aplastante es bastante preocupante y con marcados rangos de desencanto que se colectiviza y llega a los sectores sociales menos sospechados.
Lo suyo, con la renuncia de algunos colaboradores del gabinete de gobierno estatal, como con la dimisión que presentó la lideresa estatal del PRI. Elizabeth Morales habría dicho al inaugurarse en el mando del ex partidazo, que recuperaría el terreno perdido de su partido en los últimos 20 años, cuando lo que apremia a la ex alcaldesa era conquistar una posición desde la cual pudiera lanzar su precandidatura a diputada federal por el distrito urbano de Xalapa.
Ningún aspirante a dicha curul, y menos del partido tricolor, la ha tenido fácil. Hace años que los xalapeños auténticos dejaron de sufragar a favor de candidatos priistas. Menos aun por sus ex ediles, que a saber dejaron cuentas pendientes que saldar en lo que hace a la realización de servicios públicos, darle a la ciudadanía la tranquilidad que le fue robada y por supuesto afirmar la tradición que históricamente había tenido como modo de vida en la ciudad, la armonía, la paz y el entendimiento que sólo fue posible entre los habitantes de hace cuarenta y cincuenta años cuando menos.
No hay que olvidar que en los casos de Ricardo Ahued y David Velasco Chedraui, operaron factores diferentes a los tradicionales de como se conduce el PRI en procesos electorales. La repetición de los mismos, tiene hartos a los xalapeños, sobre todo cuando a la vista tampoco en el terreno de la oposición hay los tiradores consistentes ni los contendientes que vayan a dar una pelea con sustento y fortaleza en sus ideologías.
Empero, la familia tricolor bien podría pasar las de Caín, virtud al comportamiento de candidatos que antes fueron funcionarios públicos y nomás dejaron de lucir como prestadores de servicios públicos, cuando está demostrado que sólo vieron por sus personales intereses. Y de ejemplos, a la vista se cuentan varios. Al tiempo.
* ZAPATA Y ALFREDO V.
BONFIL EN EL ECHEVERRIATO
La última vez que un acto agrario convenció a los hombres del campo, que se estaban cumpliendo algunos de los cometidos centrales de la lucha campirana, que mantuvo el caudillo de la revolución mexicana, fue el general Emiliano Zapata.
Y el último orador fogoso, que junto con Augusto Gómez Villanueva mantendrían en la expectativa del cambio en el medio rural, con miras a producir y consumir los mexicanos una mayoría de productos que genera el campo, fue precisamente Alfredo V. Bonfil, quien dijera a manera de sentencia, en uno de los homenajes póstumo a la ley del seis de enero de 1915, textualmente lo siguiente:
«A una voz de usted, señor presidente –dirigiéndose a Luis Echeverría Álvarez–, este país se apacigua o se violenta». Un enorme coro, salido de cientos de miles de gargantas, enfatizaría lo dicho por el heredero del maestro Ramón G. Bonfil, uno de los autores de la educación llevada al medio rural en el lapso de los sexenios que encabezaron Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez, precisamente.
Cada seis de enero, el recordatorio de una lucha sustentada en la filosofía impuesta por el general Zapata, en las postrimerías de la revolución de 1910. De esta forma, se afirmaba la condición de que México era un país que habitaba bajo un sistema perfectamente sincronizado de campesinos, obreros y socios del sector popular.
Aunque jamás, como hoy se confirma, que resolviera el hambre de nuestros pueblos, que México fuera autosuficiente y que la justicia social, compromiso y promesa de Zapata, se hiciera realidad sobre territorio nacional. La justicia debía llegar con el reparto agrario, que no culminó, y la dependencia alimentaria con los Estados Unidos de Norteamérica, no ocurriría jamás, menos con la firma entreguista de un TLC.
Por eso, cuando se vuelve a recordar la gesta de los campesinos, como si efectivamente ellos hubieran recibido la dosis de justicia que les corresponde, el común no puede menos que reír a carcajadas, llorar de pena o reclamarle a los revolucionarios del 10, que esa parte del legado agrario, que suscribiera con una ley el presidente Venustiano Carranza, jamás llegaría, no obstante que ya corrió un centenario de que se produjera la gesta con que hoy algunos festejan a Zapata, aunque las mayorías, como los libros de historia de la enseñanza primaria, ignoran a ciencia cierta quién es y qué hizo el caudillo del sur, por la causa campesina y el campo mexicano.
Obviamente, los políticos tienen que ensalzar una lucha agraria, que en las mayorías no mueve ningún sentimiento, menos el patrio, porque así también la lectura que envían los llamados servidores del pueblo, se obstinan en que la página rural de la historia nacional desaparezca.
* PARQUÍMETROS
NO EN XALAPA
El grupo de movilidad urbana está proponiendo –se lee en una noticia periodística– que en las principales calles de la ciudad sean instalados los famosos parquímetros.
Sin embargo, a los xalapeños no se les ha preguntado su punto de vista ni mucho menos a los colegios honestos de arquitectos e ingenieros.
La idea de instalar parquímetros no es nueva, surgió al amparo del gobierno que encabezó don Rafael Murillo Vidal y resultaron un rotundo fracaso.
Don Carlos J. Piñero, en aquel entonces presidente de la junta de mejoramiento moral, cívico y material, convenció al jefe del poder ejecutivo que se instalaran dichos aparatitos, siendo que el tránsito vehicular ninguna comparación pudo tener con la actual y desorbitada cantidad de automóviles corriendo por las arterias públicas de la ciudad.
Sin embargo, los pusieron a cobrar las horas a los automovilistas y, de igual forma, uno a uno los amigos de lo ajeno procedieron a su destrucción, hasta dejar sólo sus bases, que duraron años sin que ninguna autoridad las retirara, siendo que constituían un verdadero estorbo al paso de caminantes y turistas, sobre todo.
No hay que perder de vista que las calles de la ciudad son angostas, muchas carecen de banquetas y las que las tienen, son estrechas y son asiento de soportes y postes de todas las firmas empresariales que sea posible, como es la CFE, Teléfonos de México y las mil firmas empresariales y otros medios de servicio al público, como también siglas comerciales.
La propuesta de los expertos tiene que ser sopesada, observa el alcalde de Xalapa, quien apuntó que en lo personal no coincide con dicha instalación de parquímetros, lo que ojalá aviste el selecto grupo de urbanistas y preocupados –se dice– en la funcionalidad de la capital, porque en días como éstos hay mil razones para presumir que el caos vial, el desorden urbano y el abandono de la otrora Atenas veracruzana, no encuentra paralelo con ninguna época ya ida de la misma.
El vecino puerto de Veracruz, sin dejar lugar a dudas, cuenta con una mejor distribución de su infraestructura urbana y es la hora en que debe enfrentar la furia de los porteños, porque en las calles del centro y algunas más, alguna autoridad instaló parquímetros, a los cuales el que no rehúye –obviamente automovilistas– también destruye. El enojo popular es enorme, sobre todo porque el amago de autoridades viales no orienta en ninguna dirección, qué hacer ante un fenómeno que sólo pretende cobrar cuotas, no resolver problemas de tránsito.
Xalapa, además de enfrentar una pésima conformación topográfica, adolece de suficientes estacionamientos públicos y los únicos que existen elevan sus tarifas mensualmente y se anticipan anunciando que ninguno es responsable de los daños, robos y demás siniestros que pudieran enfrentar los automovilistas que resguardan sus unidades automotrices en sus improvisadas construcciones, y sin condiciones para garantizar la seguridad que cualquier conductor de automóviles, busca aparcando sus unidades en dichas edificaciones, utilizadas como viles fines comerciales.
