Por Luis Velázquez Rivera
•Portada en Proceso
•Scherer en la FACICO
DOMINGO
Encuentro con Scherer

Julio Scherer miraba atónito, sorprendido, la fotografía en blanco y negro en sus manos.
La miraba y miraba al fotógrafo jarocho Humberto Salgado Ferreira, que también lo miraba leyendo su reacción.
Por un ratito dejaba de mirar en la foto amarrada en su mano derecha y preguntaba y repreguntaba sobre un reportaje en su escritorio sobre el Veracruz de Agustín Acosta Lagunes.
El fotógrafo le dijo:
“Le traigo esta foto de regalo”.
Y don Julio la miraba, pensando en la portada de la revista Proceso.
En el centro de la foto aparecía el presidente Miguel de la Madrid, sentado en un rincón del Café de La Parroquia, entonces ubicado en la avenida Independencia, en el puerto jarocho.
Luego de una gira la comitiva apostó a un lecherito con canilla.
Y el fotógrafo logró filtrarse en el café hasta quedar casi casi enfrente del presidente.
Y cuando Miguel de la Madrid tomó la canilla y abrió la boca en forma de O, como en una especie de circunferencia gigantesca, y abrió los ojos con una mirada de lujuria y deseo gastronómico…
Y cuando la canilla avanzaba hacia su boca y/o su boca se acercaba a la canilla, Humberto Salgado lanzó el flashazo y retuvo el momento.
Don Julio miraba y volvía a escudriñar la foto. Luego, dijo:
“Gracias, don Humberto, gracias, llévesela, es demasiada tentación”.
“No, don Julio, se la traje de regalo. Y es de usted”.
LUNES
Una portada de Proceso
Don Julio leyó el reportaje sobre el Veracruz de Agustín Acosta Lagunes.
En una hoja en blanco escribía, anotaba, registraba, daba cuenta de su mirada atrás del dato duro, el dato concreto y específico, pues nada, afirmaba, nada, en periodismo, sustituye al dato.
Luego, dijo:
“Reportajazo. Reportajazazo. Sólo que faltan unos datos”.
Y empezó a leer los datos que faltaban anotados en su hojita.
Pidió, por ejemplo, una copia de las escrituras inscritas en el Registro Público de la Propiedad de ranchos, casas, terrenos, edificios, mansiones, departamentos.
Pidió fechas de los hechos que ahí se narraban.
Dijo:
“Le doy un mes para que me traiga el reportajazo”.
Afectuoso, desbordado, intenso, sonriendo, abrazando, se despidió del corresponsal y el fotógrafo.
Al mes, se regresó a la oficina de Proceso con los documentos que había solicitado.
El reportaje fue publicado en portada de Proceso. La foto que ilustró el texto era una donde Acosta Lagunes, subsecretario de Hacienda de José López Portillo, estaba sentado en su oficina… con los pies arriba del escritorio, tomada por Juan Miranda.
MARTES
Scherer en la FACICO
Don Julio Scherer aceptó impartir una conferencia magistral en la antigua facultad de Periodismo de la Universidad Veracruzana, ubicada entonces en la calle Arista, esquina Zaragoza, en el puerto jarocho.
Invitó a su primo, el jesuita don Francisco Maza, para tomar café en La Parroquia y platicar con los estudiantes.
Habló con los alumnos con la misma pasión con que ejercía su trabajo periodístico. Y en una sesión de preguntas y respuestas le formularon 60 preguntas y lleno de paciencia y de amor, a gusto, contento, feliz, fue contestando cada una.
En el palacio de gobierno de Xalapa, el secretario General de Gobierno, Ignacio Rey Morales Lechuga, lanzaba chispas, molesto, irritado, por don Julio en Veracruz.
Incluso, envió a sus orejas y plumíferos a grabar la conferencia y la sesión de preguntas completitas sólo cupieron en ocho casetes, porque seguridad nacional así lo exigía y reclamaba.
Luego, hubo una comida con mariscos en Boca del Río y el funcionario envió allá a sus espías.
Su sola presencia incomodaba a los hombres del poder.
Don Julio sonreía.
MIÉRCOLES
La pasión desbordada
Scherer pidió al reportero un trabajo sobre un fraude de unos 5 mil millones de pesos en obra pública en Coatzacoalcos. Agustín Acosta Lagunes, gobernador. Juan Hillman Jiménez, presidente municipal.
El tip se lo habían pasado en la ciudad de México y estaba confirmado. Faltaba rastrear y documentar el tema.
El asunto se llevó una semana. Y cada día, el teléfono en el hotel sonaba en la mañana, antes de salir a la calle, al mediodía, en la tarde y en la noche.
“Dígame, el avance, dígame”, decía la voz serena y firme, el director general de Proceso siguiendo la pista, pues consideraba que el tema daría para la portada.
Hacia el miércoles, cercano el día del cierre que entonces era hacia el jueves en la noche, el viernes acaso, los días fueron extenuantes.
Un día, por ejemplo, habló como unas diez veces, como si él mismo estuviera reporteando en el terreno de los hechos.
“Si está atorado en un dato, dígame, quizá desde aquí lo puedo ayudar”, decía, porfiaba, machacaba, por un lado, para sopesar la portada, y por el otro, para desatorar al reportero novato, corresponsal en ciernes, que era.
Obstinado, tenaz, la pasión desbordada, intensa, plena, como eje rector de su vida periodística.
JUEVES
“En Proceso mando yo”
Un día, Agustín Acosta Lagunes llegó a Proceso. Frenético. Molesto. Irritado. Y pidió hablar con don Julio.
Habló, habló y habló pestes del corresponsal en Veracruz. Don Julio lo dejó hablar. Sin interrumpirlo. Lo miraba. No. Mejor dicho, lo escudriñaba a la luz de la naturaleza humana y sus revolturas y pasiones desordenadas.
El gobernador concluyó con la siguiente petición: el despido del corresponsal.
Dijo don Julio:
“Mire, gobernador, usted manda en Veracruz y en Proceso mando yo”.
Y Acosta Lagunes se cimbró. Añadió don Julio:
“Yo en ningún momento digo a usted el estilo de gobernar. Usted, tampoco me diga cómo debo manejar Proceso”.
Salió el góber jarocho echando pestes.
Don Julio habló con el corresponsal:
“Sólo le pido que se cuide. No se exponga. Escarbe más. Investigue. Siga investigando. Indague. Rastree información. Aquí estamos”.
VIERNES
Don Julio, el bromista
En el cumpleaños de un amigo, don Julio llegó a su casa antes de la hora. Llevaba un regalo envuelto en una caja larga y extensa, como si fuera, digamos, una pizza. Era el cuadro original de un pintor.
Pero don Julio, sonriendo, habló con el hijo del amigo para jugar una broma a su padre, que estaba por llegar del trabajo: sacar el cuadro del pintor de la caja y meter en su lugar otra cosa, una camisa usada, una camiseta.
“Una trusa” exclamó el hijo, engolosinado con la sugerencia.
Y de la ropa sucia el hijo extrajo un calzoncillo y con una risa de niños juguetones, traviesos, pícaros, don Julio y el muchacho escondieron el cuadro por ahí y metieron la trusa.
Cómplices y aliados, seguían riendo y carcajeando imaginando la reacción del amigo que abría la puerta.
Afectuoso, intenso, avasallante, don Julio abrazó al amigo y le dio su regalo.
“Que lo abra, que lo abra” empezó a decir el hijo y don Julio también se unió al coro, mientras en la cocina las señoras se preparaban para servir la comida.
El amigo quedó estupefacto cuando miró sus chones… hasta con una rayita de canela. Los agarraba y se preguntaba en silencio sobre el autor de la broma cuando miró en los demás la sonrisa plena. Intuyó la broma. Y sonrió, mirando la vivacidad en los ojos y en los labios y en el cuerpo de don Julio y su hijo.
Don Julio fue a la cocina donde habían escondido el cuadro de José Luis Cuevas y sin envoltura de regalo se lo entregó al amigo.
Scherer, el Francisco Zarco del siglo XX que decía Carlos Fuentes, se la pasó feliz con la familia en aquel cumpleaños, sólo bebiendo un par de guiskazos, porque a las 6 de la tarde debía regresar a las oficinas de Proceso.
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