Diario de un Reportero: El viejo periodista


 

 

 

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Por Luis Velázquez Rivera

•Adiós a la literatura

•Enseñanza de Borges

DOMINGO

El viejo periodista

Por Luis Velázquez Rivera, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana
Por Luis Velázquez Rivera, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana (Desde el puerto de Veracruz)

El viejo periodista rumia su pasado. Por ejemplo, ahora ya retirado, lejos del diarismo que consistía en caminar la entidad federativa donde naciera atrás de la noticia, jamás dio el paso siguiente a la literatura.

Desde siempre lo supo: todos los reporteros del mundo guardan en el escritorio las cuartillas de un cuento, una novela, una obra de teatro, un ensayo inconcluso.
De pronto, zas, inician la redacción del texto literario con todo el frenesí de la juventud que se va; pero al mismo tiempo, oh paradoja, un día guardan las cuartillas en la gaveta del escritorio y ahí se empolvan.

Nunca, pues, alternó con disciplina y rigor el periodismo y la literatura. Por el contrario, las noches se disiparon en la farra y en las mariposillas nocturnas y cuando lo registró el tiempo se había ido.

Por eso admiraba a García Márquez, quien en el día reporteaba, en la tarde escribía las notas y hasta la editorial del periódico, y en la noche, cuando la sala de redacción del periódico quedaba vacía, tecleaba sus cuentos y novelas hasta el amanecer, cuando escuchaba en la calle la campanita de los recolectores de basura.

LUNES

El sueño de un cronopio

Claro, el viejo reportero se consuela recordando las circunstancias editoriales con que un escritor publica un libro.

Por ejemplo, el 50 por ciento del costo de un libro se le queda a la compañía editorial que lo imprime. El 40 por ciento a la librería que lo vende… si lo vende. Y sólo el 10 por ciento al escritor que se fregó el lomo escribiéndolo cada noche durante muchas noches y muchos años, incluso.

Así, si un libro vale 400 pesos, al escritor sólo le pagan 40 pesos.

Pero, además, las regalías se las pagan cada año cuando la editorial hace cuentas del número de libros vendidos.

Por eso mismo, Julio Cortázar murió soñando con la posibilidad que cabildeaba para que las reglas editoriales se modificaran en el mundo con una legislación, de tal forma que el escritor recibiera, digamos, un 40 por ciento.

Es más, el mismo Cortázar trabajaba como un burócrata en la ONU en calidad de traductor, cumpliendo un horario de las 8 de la mañana a las 3 de la tarde, siete horas de faena laboral, y en las tardes, luego de comer y darse un baño, se ponía a teclear en su casa.

¿Para qué, entonces, tanto esfuerzo de escribir un libro si al escritor sólo le pagan el 10 por ciento del costo?

¡Ah, la vocación, la vocación, la vocación!

MARTES

La agente del Gabo

Hacia finales del siglo XX la excepción fue Gabriel García Márquez a partir de que su agente literario en el mundo era Carmen Balcells, la gran madrina y protectora del llamado boom literario.

A partir del éxito de Cien años de soledad, Balcells, una mujer ruda para negociar los derechos de autor de los escritores que cobijaba, peleaba con las editoriales para exigir el 20, 25 por ciento por cada libro vendido.

Incluso, en unos casos una editorial colombiana que había rechazado el primer libro del Gabito fue excluida durante mucho tiempo de la posibilidad, ahora sí, de editarlo, hasta que Carmen negociara un gran porcentaje.

El amigo fraternal del Gabito, Plinio Apuleyo Mendoza, escribió en un libro donde aseguraba que para entonces García Márquez se había vuelto rico y, por tanto, “pagaba todas las cuentas” de las comidas y borracheras con los amigos.

En contraparte, el antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán decía que los libros sólo dejan, y a veces, ni eso, una fama efímera y quizá, acaso, uno que otro amor.

MIÉRCOLES

El señor “K”

El viejo reportero publicó uno o dos libros; pero en la editorial de la Universidad Veracruzana, y como sucede con las editoriales de tales casas de estudio, la mayoría del tiraje queda archivado en una bodega, porque desde siempre han descuidado la distribución.

Alguna vez, por ejemplo, y como director de la Editorial del gobierno de Veracruz, Félix Báez Jorge, investigador de la UV, escritor, reportero, político y académico, quiso suscribir un convenio con el Fondo de Cultura Económica, FCE para que ellos imprimieran el libro y el Fondo lo distribuyera en el país y en el continente donde tienen librerías.

Pero el frenesí de Félix Báez chocó con el mundo burocrático y “antes de que el gallo cantara tres veces” colgó los guantes, se declaró derrotado y fue, por tanto, flor de un día.

Por eso, el viejo reportero se la pasó en casa rumiando su pasado porque, bueno, dicen los místicos, cuando hay vocación lo único que la legitima es luchar todos los días con más denuedo persiguiendo el sueño.

Apostó, no obstante, al periodismo. Hizo la literatura a un lado, argumentando que ene millón de veces vivir en el limbo que en la tortura sicológica a la que por voluntad propia se sometió Ryzard Kapuscinski.

El señor “K” como le decían era maestro en Historia. Entonces, quiso ser reportero y lo fue. Años después quiso ser escritor y lo fue. Entonces, en la cumbre del éxito literario, ya llevaba 50 libros publicados, insatisfecho consigo mismo, quiso ser filósofo y le fue mal.

Y para andar así en la vida, mejor quedarse de diarista…

JUEVES

Adiós a la literatura

Una madrugada de insomnio, mirando el fin de la vida que se acerca, el viejo reportero desempolvó los papeles guardados durante tantos años, novelas y cuentos engargolados, incluso poemas escritos en los primeros años de la juventud lejana, libretas de taquigrafía de su paso como diarista que guardaba sólo porque un profe le había dicho que el periodista debía guardarlas… por si las dudas.

Hacia la madrugada, metió todos aquellos papeles llenos de ácaros en dos, tres, cuatro bolsas negras y a las 5 de la mañana esperó el carro recolector de la basura y él mismo las tiró en el camión con una propina generosa al chofer para que los refundiera y triturara.

Claro, él mismo los había convertido en pedacitos, rompiendo hoja por hoja, para evitar que alguien, por ahí, los rescatara.

Así cerró su pasado. El pasado que le rumiaba las entrañas. Pero más le recordaba su fallida vocación literaria. Jamás, se dijo, volvería a escribir ni siquiera, vaya, la estrofa de un poema, la primera frase de un cuento.

VIERNES

Quemar todas las naves…

La siguiente noche de insomnio la pasó revisando los libros que lo habían acompañado durante tantos años; pero, además, durante las cinco, seis, siete ocasiones en que mudó de casa y apartamento, porque ni modo, el dueño aumentaba la renta y el ingreso era insuficiente.

Entonces, revisando libro por libro juntó unos mil libros y los acomodó en cajas de jabón Octagón que había comprado de antemano y exprofeso, listos para que la mañana siguiente los llevara de regalo a la biblioteca de la USBI.

Ahí quedó la mayor parte de sus libros, donde habrán tenido, quizá, mejor destino, levantando un muro entre el pasado y el presente, y entre los sueños de entonces y los fracasos de ahora.

Luego, imitó a Jorge Luis Borges cuando una tarde sabatina en Ginebra lo llevaran a sentarse a un parque, en medio de la neblina, para que el Borges joven dialogara con el Borges viejo y ajustaran cuentas uno y otro.

El viejo reportero también se sometió así mismo a su conciencia, que era, afirmaba Fernando López Arias, “el peor policía del hombre”.

Publicado en: http://www.blog.expediente.mx/nota.php?nId=11088

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