
No quiero que el olvido lacere tu memoria
pero menos que venganzas cubran

el sitio donde estás, pequeña y frágil,
rodeada de oscuridades eternas.
Ni maldades perduren en tu nombre
dejando vástagos de odio enraizados
en caminos donde dejaste huellas
pendientes como hilos de un recuerdo.
Prefiero quedarme con tu sonrisa llana
y aquel instante, una noche, en el puerto,
navegando sobre olas inestables y grises
iluminadas todas por nuestros pensamientos.
O recordar aquella diáspora hacia Chiapas
unida fiel, a Candelaria, cómplice extrema
del recorrido ignoto de oscuras redacciones
al compás del cierres y tirajes nocturnales.
O mirarte en las lágrimas de Marco otra vez
rodeados por timbales y destellos de fiesta.
Como vagan imágenes tuyas en ríos de llanto
desde entonces y te ahogan en incertidumbres.
Tú que eras tan cierta, como lo son días y noches
en devenires mundanales que nos contienen.
Insisten en convertirte en aciaga estadística,
un logro más agregado al score de la justicia.

Triunfantes cortesanos queman ahora incienso
no por tí, ni por tu noche solitaria, ni por tu causa.
Otras son sus razones, van en pos de migajas
de quienes conocieron la verdad desde siempre.
Descansa, Regina, descansa, que Otoño despeja
el camino por donde regresan nuestros muertos;
su murmullo creciente baja de la montaña
a la vera de sus casas. Tú vienes con ellos.
