
Por María Guadalupe Salgado Gama

El dolor se apaga con las lágrimas y la tristeza con el silencio del corazón.
Y es que cuando las palabras huyen, al sentimiento solo le queda ondear en el asta mas grande del amor.
Aquella verde campiña, aquellos árboles frondosos, un día envejecieron, sus largas ramas fueron sustituidas por pedazos cortos de madera y el verdor de sus hojas despintó del rojizo al oscuro anochecer; el sol del medio día, quebró su horario y bajó del estío ardiente a la puesta del sol en lejanía. Mas, aunque pareciera que el valle oscurecía, de él, emanaba la suave quietud del corazón que ardía por cada uno de sus brotes en aquellos árboles que orgullosos, al vaivén del aire la la vida se mecían.
Efrain y Minerva, mis jornaleros de sol, de labranza y de misterios, los que nos mostraron lo radiante del Dios del amor, los que de la mano nos llevaron a surcar los caminos de la vida, padre y madre que en medio del esfuerzo diario para forjar su estirpe, arraigaron en nuestro corazón, con su ejemplo, el valor de la integridad, del trabajo bien hecho, de la mano extendida a quien pide consuelo.
Mas como dijo mi madre: «El tiempo pasa, merece respeto, cuando al querer detener la vida, uno si fracasa» y ustedes y nosotros, aunque sabíamos que aquél y este día llegarían, aplazamos sin cesar, el tiempo en su caída. Y el enorme telón, cayó, estruendosamente rasgó aquél árbol, una y otra vez golpeó su tálamo y en medio de aquellas embestidas, el árbol caído, se irguió de nuevo y se guardó muy dentro. Sus raíces tan profundas aún vivas están en su tierra, porque sujetas quedaron a los floridos arbustos que vueltos árboles, dan su vigor a nuevos críos.
Y aquél segundo tiempo, retraso la partida, nos brindó esperanza y oportunidad de disfrutar el aliento suave y quieto de nuestro árbol materno en la campiña, se apagó lentamente, nos dejó de Dios el amor, la ternura de la vida. Nos heredó el principio de la fe, nos abrió el corazón para limpiarlo y llenarlo con esperanzas renovadas para confiar siempre en la bondad del Dios que es resurrección y vida.
Aquel árbol, abrió una vez mas, sus ojos para contemplar el nuevo dia, era su llegada y su partida, era su tiempo donde la espera terminaba y al fin, libre. Subía. Mi padre la esperaba y ella lo sabia, sonrió gozosa y con mi padre, emprendió su vuelo hacia la eternidad de eternidades, la vida después de la vida.
Con amor
