* EL VIEJO RÉGIMEN, UN
ESTADO TOTALITARIO

Por Raúl González Rivera
Lo que acaban de hacer las secretarías de desarrollo social y comunicaciones, en el sentido de pedir los datos biométricos de la ciudadanía, sin lugar a dudas se trata de un fichaje propio de los estados totalitarios.
Por fortuna, los partidos políticos se han podido percatar de este acto de barbarie política, si se quiere, y, por caso, Morena presentará una denuncia penal en contra de los titulares de ambas secretarías, en tanto los demás partidos políticos, PT, PRI y PAN, solicitarán una explicación respecto a este asunto, que en mucho se asemeja a las prácticas del estado nazi bajo encargo del dictador Adolf Hitler.
El doctor Goebbels, el siquiatra alemán y consejero médico del dictador durante la segunda guerra mundial, procedió precisamente a establecer un fichaje como el que ahora hicieron con diez mil ciudadanos mexicanos que radican en la ciudad de México, lo que ha causado un revuelo de los mil demonios, pues a todas luces constituye una acción que igual tendrá que ventilar la presidencia de la comisión nacional de derechos humanos.
El pretexto fue la entrega de pantallas digitales, que en un país de pobres-pobres cuaja extraordinariamente. Es decir, la ciudadanía se satisfizo con la entrega de televisores, que en muchos casos jamás han podido adquirir una sola de ellas. El que tuvieran que entregar sus credenciales de elector, a nadie le impresionó, simplemente hicieron su entrega, aunque también hay quienes se preguntan a ciencia cierta para qué tal solicitud.
Si es como lo dicen los propios beneficiarios de pantallas digitales y con el añadido que expresan activistas, periodistas y estudiantes, de que el acoso en su contra está latente, cerrando el círculo bien se podrían estar respirando aires que huelen a la próxima instalación de un estado totalitario, siendo que en el año 2000 arrancó México con un escenario democratizador de la vida pública, que mantuvieron doce años los opositores al partido tricolor, que perdieron irremediablemente en la última sucesión presidencial, pero que ahora pareciera enfilar con rumbo al retorno del viejo régimen que mantuvieron con singulares muestras de imposiciones, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo, sobre todo.
Las nuevas generaciones ignoran que en los años sesentas y setentas, los mexicanos vivieron bajo un régimen de presidencialismo exacerbable, entendido éste como el escenario donde el actor principal era intocable, sus órdenes se cumplían sin chistar, la alta burocracia imponía su sello por encima de cualquier debate o de las ideas, el cual, por cierto, tenía línea para nadie pudiera salirse del marco que diseñaba el régimen. Quien se salía, era perseguido, asesinado o encarcelado. Ejemplos sobran, la historia recogió puntualmente la experiencia vivida por los mexicanos metidos en el unipartidismo, sometidos.
El ejercicio de la prensa era de abyección lacayuna. Casos en los que hubiera que leer con alguna independencia de criterio y juicio, sólo con José Pagés Llergo, en las páginas de la revista Siempre!, no obstante que algunos de sus escribidores tuvieron que pasar tiempo en la cárcel perseguidos por cuestionar toma de decisiones de los gobernantes. Roberto Blanco Moheno, igual, entre la calle y la cárcel.
Es posible que una genuina libertad de prensa, sólo en los años del México independiente y la dictadura del presidente Porfirio Díaz. Los hermanos Flores Magón, seguramente serían los últimos próceres de la palabra escrita en páginas de periódicos, pese a tener que ser encarcelados también, pero que no claudicaron.
Los ancestros de la familia Malpica, a través de las páginas de El Dictamen, centenario diario veracruzano y el primero que se editó en forma en este país, cuyo primer director igual, don Juan, hubo que pagar cara su osadía de hacer periodismo libre.
Seguramente, en el México posrevolucionario, Adolfo Gilly hizo lo suyo, escribiendo las verdades sobre la historia de la revolución –interrumpida– de México, lo apuntó el propio autor, hasta los aciagos días en que Gustavo Díaz Ordaz, a la vez que mostrara su reconocimiento a las letras libres, igual las persiguiera. La narrativa de la masacre estudiantil de 1968 que hizo la escritora y periodista Elena Poniatowska, en su momento de publicarse seguramente sólo la conoció su propia autora. El resto de mexicanos, hasta llegados los primeros días del gobierno de LEA.
Excélsior, con don Julio Scherer, el periódico que abrió la expectativa para que los mexicanos acudieran a leer una prensa crítica constructiva, haciendo el único diario que ha tenido este país en los últimos cien años con toda la gama de géneros insertos en sus páginas: entrevista, reportaje, editorial, artículo de fondo, crónica, nota de color y columna política.
Paralelamente, un columnista destacó, Manuel Buendía Tellezgirón, de los años 70-80, escribiendo «Red Privada», pero molestaba a los políticos, quienes acabaron por segar su existencia, asesinándolo un francotirador, quien le disparó su pistola automática en las calles de la ciudad de México, pero no fue hasta cuando siendo presidente Carlos Salinas de Gortari, ordenó al procurador Ignacio Morales Lechuga que ahondara en las pesquisas y aprehendiera a los autores material e intelectual del homicidio, como finalmente lo consiguió.
Cuando en estos días se cuestiona si existe o no la libertad de expresión y prensa, asimismo tiene que recordarse que la lucha lleva 500 años tratando de ser confirmada, como parte vertebral de un régimen cuyo sustento –se dice– es la democracia, al cual se prevé le esperan otros 500 años más, por lo menos, para poder consolidarse y que los mexicanos puedan realmente acceder a los escenarios que tienen, por caso, los diarios yanquis, parisinos e ingleses en los países que siguen calificándose orgullosos de pertenecer a un primer mundo. Quizá algún día.
* EL PRD EN VERACRUZ,
EN VÍAS DE EXTINCIÓN
Cuando en Xalapa había sólo 50 mil habitantes, la existencia de aquéllos trascendió tranquila, confortable, se respiraba un aire limpio y las estaciones del año se registraban puntualmente.
La política era un deporte que practicaban las minorías exclusivamente. Los políticos eran los mismos de siempre. El PRI operaba como agencia de colocaciones políticas de manera exclusiva. No había oposición partidaria. La oposición la hacían los propios socios del viejo régimen.
Las instituciones eran vistas con singular respeto. Entonces la policía era minoritaria. Los agentes de tránsito tan respetados fueron, que el 22 de diciembre, su día de días, en sus cajones de trabajo, cruceros y calles, recibían el tributo de la ciudadanía consistente en aparatos eléctricos, estufas, refrigeradores y dinero.
La alcaldía de la ciudad la conquistaba el común de sus pretendientes con algunos centenares de votos. No había los miles de sufragantes ni el interés de terceros por la contienda. Alcaldes de los años setentas y quizá ochentas hubo que conquistaron el hueso de edil mayor con setecientos cincuenta sufragios.
Total, se advertía que el alcalde era empleado del gobernador, al que le debía el puesto.
Había suficiente agua en la ciudad, sus calles pocas, pero transitables y sin las multitudes caminando sobre las arterias públicas, sin saberse a ciencia cierta a dónde se dirigen, porque las oficinas públicas del estado y el municipio lucen desiertas. Y el parque Juárez servía de escenario para el recreo dominical, para el estudiante que gustaba de estudiar por las noches y la caminata matinal de los burócratas jubilados. Obreros y campesinos prácticamente no había y los taxis y autobuses de alquiler, equitativamente los había para la incipiente demanda de sus pasajeros y usuarios.
Hace 26 años surgió el PRD nacionalmente y en la provincia, igual, se registró un cambio en la vida partidaria. Comenzó la competencia y con ella el divisionismo de los pueblos. El partido cuyo fundador es Cuauhtémoc Cárdenas, pronto conquistó la simpatía de los ciudadanos, sobre todo de pensamiento liberal y con algún cansancio de tener que asistir sexenalmente al culto que representaba el sometimiento al unipartidismo.
Lo que llevaría a la población a no sufragar y entonces los abstencionistas fueron mayoría aplastante, hasta el enojo, que acabó por inventar diversas siglas partidarias haciendo al juego de la democracia, aunque antes se dieron cita, pero sin ninguna competitividad en la vida institucional del país, el PAN y el partido comunista.
En la entidad veracruzana, sobre todo los de pensamiento libre, coincidieron en el proyecto que presentaba el partido de la revolución democrática. En sus inicios levantó polvaredas de simpatías, sobre todo en el ámbito de los intelectuales, estudiosos y alumnos y académicos universitarios y de las demás instituciones educativas como está ocurriendo.
Empero, los que lideraron originalmente la sigla entendieron mal la orientación de sus cuadros nacionales. La repetición de los mismos en los puestos de representación, cansó a semejanza del viejo régimen a los electores. Uriel Flores Aguayo, Rogelio Franco Castán y los cinco más que figuran desde hace un cuarto de siglo, eternizados en sus trincheras de mando, olvidaron que un partido político es de todos y no de unos cuantos, que la formación de trincheras acabaría por sepultar la sigla, si no se renovaban y formaban legiones de militantes y simpatizantes.
El PRD, consecuentemente, está en vías de extinción, pues tampoco puede echar en saco roto que su permanencia la deben al imán que ha representado en elecciones el nombre de Andrés Manuel López Obrador. Al tiempo.
