
Como algunos de sus antecesores, cae en el síndrome de los dos últimos años: el del mesías. Fustiga a sus críticos, se proclama dueño de la verdad absoluta y se comporta, ya, como salvador del estado.
Javier Duarte se quita la camisa y cambia su estilo de gobernar: Orgulloso, infla el pecho, muestra su camiseta “para que algunos campesinos y maestros sumisos de Nicolás Callejas sepan de qué color y qué bonita es”, y se transforma en mesías.
Redentor y libertador del futuro de Veracruz, Duarte arremete contra los “pesimistas y opositores y todo lo que se mueve en su contra”, mientras en él, optimista, todo quiere cambiar, desde el modo de ser, el modo de actuar. Su estilo de caminar, su fisonomía física, vocabulario, el tono de su voz -aunque le cuesta trabajo- todo es diferente al terminar su quinto año de gobierno y casi comenzar la terminación de su mandato, año en el que algunos de sus antecesores, han sufrido el síndrome del mesías, según lo escribió Miguel Alemán en su libro “Si el águila hablara”.
Tan marcado es el cambio de Duarte que el domingo 27, cuando asistió a la toma de posesión del nuevo dirigente de la liga de Comunidades Agrarias y campesinas en el World Center de Boca del Río, se puso furibundo; perdió los estribos políticos y la compostura ataviado con un ridículo sombrero de paja y con un lenguaje soez -como el que usó ante los maestros de Nicolás Callejas- arremetió en contra de los que considera enemigos políticos y lógicamente se sintió cobijado por los aplausos de sus serviles y pares de su partido.
Sonriente y enardecido, parecía reanudar la campaña electoral que emprendió cuando el innombrable le dijo que él sería el bueno para la gubernatura.
La emoción y los diez mil acarreados atiborrados en un salón lo engentaron hasta el paroxismo; así, sin respeto alguno a la investidura que representa, llamó al senador Héctor Yunes Landa para mofarse de su persona por motivos ampliamente difundidos por los medios.
Pero ese ‘sketch’ fue montado y hasta pudo haber sido ensayado días antes porque lo que hizo a Héctor Yunes Landa fue un regaño público para recordarle su lugar, a sabiendas de que el senador no tiene la cara limpia ni la autoridad moral o política para rebatirle. No hay que olvidar que Héctor Yunes Landa pactó con la fidelidad y el gobierno estatal desde el 2010 cuando renunció a su intención de ser candidato al gobierno estatal a cambio de recursos, puestos políticos para sus amigos y la senaduría que ahora ostenta.
A principios de año, cuando inició una carrera abierta por la candidatura priísta para los comicios por la gubernatura, Yunes Landa, volvió a adoptar una postura crítica aunque, de repente y tras un encuentro privado con el gobernante, disminuyó la crítica y se volvió defensor del grupo fidelista. Eso porque le dieron cargos para sus amigos en el gabinete estatal (Yolanda Gutiérrez, en Protección civil) y recursos para su promoción anticipada a cambio de modificar sus discursos y volverse complaciente.
Pasaron los meses y desde algunos días volvió a endurecer sus diatribas ante las versiones de que no es la carta de la fidelidad para la candidatura priísta -nunca lo ha sido- por lo que Yunes Landa prometió atrapar “peces gordos, peces lobo, pececillos y demás”, en el caso de llegar a la gubernatura.
Esa jactancia la usó Javier Duarte para recordarle el lugar que ocupa: aliado, pactista, sometido y comprometido con el proyecto político que representa la fidelidad. Tiene el beso del diablo marcado en la frente, escribe Andrés Timoteo en su columna “Texto Irreverente”.
Vaya que la anécdota del regalo de cumpleaños para Yunes Landa frente a todos los chómpiras, diputados saqueadores y líderes priistas recuerda aquella escena de Doña Perfecta, la magnífica novela de Benito Pérez Galdós, cuando la criada quiso darle consejos a la patrona y ésta le dijo: “Hay veces que uno, penosamente, tiene que recordarle a la servidumbre el lugar que ocupa en esta casa”.
Finalmente, en el quinto año de gobierno, aparece el Síndrome de Iván el Terrible que se caracteriza porque el gobernador no confía en nadie. Es el año en que ha comenzado a buscar al hombre o mujer que mejor le parezca, con más prudencia y con más efectividad porque deberá cubrir sus errores y sinvergûenzadas. Es el año de mayores desastres sociales y políticos, cuando ya pocos le son leales. Tal vez por eso Duarte actúa de esa manera.
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