
Érase un labrador tan pobre, tan pobre, que ni siquiera poseía una vaca. Era el más pobre de la aldea. Y resulta que un día trabajando en el campo y lamentándose de su suerte, apareció un enanito que le dijo:
— Buen hombre, he oído tus lamentaciones y voy a hacer que tu fortuna cambie. Toma esta gallina; es tan maravillosa que todos los días pone un huevo de oro.
El enanito desapareció sin más ni más y el labrador llevó la gallina a su corral. Al día siguiente, ¡oh sorpresa!, encontró un huevo de oro. Lo puso en una cestita y se fue con ella a la ciudad, donde vendió el huevo por un alto precio.
Al día siguiente, loco de alegría, encontró otro huevo de oro. ¡Por fin la fortuna había entrado a su casa!. Todos los días tenía un nuevo huevo.
Fue así que poco a poco, con el producto de la venta de los huevos, fue convirtiéndose en el hombre más rico de la comarca. Sin embargo, una insensata avaricia hizo presa su corazón y pensó:
“¿Por qué esperar a que cada día la gallina ponga un huevo? Mejor la mato y descubriré la mina de oro que lleva dentro”.
Y así lo hizo, pero en el interior de la gallina no encontró ninguna mina. A causa de la avaricia tan desmedida que tuvo, este tonto aldeano malogró la fortuna que tenía. Fin del cuento.
Este cuento infantil nos deja grandes enseñanzas. A través de un cuanto candoroso y sencillo se muestra que esto ocurre en el mundo real. Nos ilustra la manera en que los hombres codiciosos pierden todo debido a su ambición, la cual no tiene límites.
En los tiempos que vivimos, que definitivamente no son diferentes a otros tiempos, ocurre que los hombres que detentan el poder han llegado a un espacio que no tiene freno. Poseen el poder y con ello consideran que son los dueños de las decisiones y que todas las personas que habitan en el territorio en el que se encuentran harán todo lo que ellos dispongan, así sean ordenamientos en contra del sentido común.
Las grandes riquezas naturales que tiene el pueblo donde habitan esos hombres codiciosos y ambiciosos no les importan en lo mínimo. Consideran que las pueden disponer, regalar o usufructuar a un extraño para que la aproveche, a costa del bienestar y el futuro de los aldeanos.
Ya no escuchan a nadie y hacen leyes y promulgan decretos a su favor, sin que haya un cortesano que tenga el valor de inconformarse. Mejor prefieren callar y estar de rodillas ante el peligro que entraña que se rebelen.
Nadie de los aldeanos está contentos. Pero prefieren seguir en la comodidad del silencio y prefieren vivir antes de morir bajo el fuego de la represión, puesto que saben que existen ejércitos que cuidan de los ambiciosos y codiciosos.
Estos personajes nefastos no están solos. Tienen jefes que desde tierras extrañas les indican lo que tienen que hacer. Les dicen que deben utilizar la verborrea para engañar y así hacer más fácil que se logren todo tipo de propósitos, los que obviamente nada tiene que ver con el beneficio hacia los aldeanos.
Les piden que utilicen un lenguaje agradable y bonito, que se escuche bien, pero que en realidad nada tiene que ver con la realidad. Porque todo lo que están haciendo como parte de un plan no coincide para nada con un bienestar de los pobres aldeanos que cada día se empobrecen más.
Ya no tienen campos fértiles y mejor prefieren irse a tierras extrañas en la búsqueda de una mejor vida. Desde hace muchos años su aldea dejó de producir los productos básicos y ahora tienen que comprarlos a precios estratosféricos, pues llegan en barcos procedentes de tierras ignotas.
Estos aldeanos saben que no les queda de otra. Siguen sumisos y prefieren vivir de esta manera porque consideran que es lo mejor. Acaso la única salida se encuentra en la migración, mientras que siguen perdiendo todas sus riquezas naturales bajo el escudo de la avaricia y de la explotación de los ambiciosos.
Y hasta la próxima.

