En Pocas Palabras: Dominga y el Papa


muchachapor María Elvira Santamaría Hernández

Por María Elvira Santamaría Hernández, egresada de la Facultad de Ciencias y Tècnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana
Por María Elvira Santamaría Hernández, egresada de la Facultad de Ciencias y Tècnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana

Dominga lleva largos y difíciles 18 años de existencia. Su niñez duró menos que los segundos zapatos que ha tenido en toda la vida. A los 9 años cargaba hermanitos, preparaba el nixtamal y acarreaba agua del pozo comunitario.

A los 12 su padre la dió para que se casara con el hijo de un señor que tenía bastantes guajolotes. “Como era buena gente le dio a mi apá 3 guajolotes y 1 guajolota y como 6 totolitos pa que me casara con Edén”, me dice.

Ya no está en la milpa, ni busca agua en el pozo del caserío. Ahora carga un cajón de dulces que vende por las calles, y le siguen sus hijas, dos niñas que a ratos juegan y a ratos se sientan en la banqueta a esperarla.

Su rostro no es lozano aunque le es imposible ocultar sus jóvenes 18 años. Pero tampoco es adusto ni estresado. Es casi inexpresivo, sereno, huraño y de sonrisa mustia.

Me responde apenas con monosílabos y solo después de mucho rato me ha contado lo de los guajolotes. ¿Tu ropa -le pregunto-, tú la compraste o tu esposo? Niega con la cabeza y se medio sonríe. “La da el patrón” dice después. ¿A todas las que andan vendiendo dulces o flores les da la ropa el patrón?, le insisto. Mueve la cabeza afirmativamente, mirando para otro lado.

No quedé convencida de que me haya dicho la verdad, ni siquiera de que me haya entendido o solamente buscó deshacerse de mi interrogatorio. Le compré unas golosinas y guardé silencio mientras miraba su faldón, su refajo, su blusa y su reboso. Similares o casi idénticos a los de otras jóvenes mujeres que me topado en la calle vendiendo flores o golosinas, como si fuera un uniforme.

Después de un momento le pregunté si sabía que había venido el Papa a México. Me dijo con la cabeza que sí. -¿Lo viste en la tele?- “Si”, contestó mirándome fijamente, como esperando la siguiente pregunta. ¿Tú crees en Dios y en el Papa? “En Dios, sí”. Respondió. -¿Y en el Papa?- “Es padre bueno”, dijo.

Dominga giró y le habló a las niñas, sus hijas, en su dialecto. Me dio la espalda y siguió caminando sobre la avenida prolongación Hidalgo, con su caja de dulces. Ví cuando más adelante dejó a las niñas afuera y entró a vender en una pequeña cantina de esa calle. Me hubiera gustado saber si la visita de seis días del Papa Francisco en México, significó algo para su vida, si en algo cambiará su destino.

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