* ECOS DE LAS
OTRAS CAMPAÑAS

Atrás quedaron las otras campañas, casi sin partidos políticos en la contienda de los candidatos al gobierno estatal, que se distribuían el estado de Veracruz en un gran y amplio recorrido en autobuses y pocos acompañantes, pero la prensa con un lugar al lado del abanderado del unipartido, que prácticamente dominaba la gira.
Una vez que el ex partidazo nominaba a sus abanderados, éste llegaba a tierras veracruzanas para que la gente lo conociera, ya con la imagen de que se trataba con un candidato poderoso.
En alguna de las páginas de la historia contemporánea, aparecen las dos campañas más significativas de los últimos tiempos.
La campaña de don Agustín Acosta Lagunes y la de don Fernando Gutiérrez Barrios.
Comenzaba a aflorar la violencia en las calles y ciudades del estado, pero sin ser identificada y menos relacionada con un jefe delincuencial, un cacique regional o un jefe policiaco, como ahora sucede.
El candidato Acosta Lagunes venía precedido de la fama de ser duro e inflexible, poco discurso y mano dura. Su campaña, bajo el lema de «Veracruz, granero y yunque de la Nación», haría su viaje por la entidad, minimizando a los caciques regionales y ridiculizando muchas veces a los políticos.
Su discurso sonaba fuerte, metálico y frío, pero la gente lo escuchaba con detenimiento, pues se dirigía dicho amago a los políticos y a los hombres de poder en las distintas regiones de la entidad. Les advertía que había llegado quien iba a imponer el orden y, bueno, que la hizo. Con nadie compartió el poder, menos con alguna área del ejercicio policiaco.
Don Agustín obviamente ganaría la elección, sin contrincante en la arena pública y en campaña se daba sus espacios para platicar con los menos de diez reporteros que cubrían su gira preelectoral. Dicharachero, bromista cruel, culto, mirada de lince, ese era don Agustín, que cuando anunció a los medios quién lo iba a suceder en el poder, entre risitas y chistes, dijo textualmente: «don Fernando, con ése sí que se someterán, porque si dicen que soy duro, con don Fernando van a saberlo mejor».
A don Fernando le acompañaba la cita que le enderezó Carlos Salinas de ser el «hombre leyenda», así que los pillos se eximieron de enturbiar su trabajo como gobernador. Doce años de gobiernos tricolores, porque no había oposición que valiera y en los que como quiera la tranquilidad social fue su signo.
Don Fernando, al igual que Acosta Lagunes, recorrió el estado, dividió su gira en etapas semanales. El convoy de la prensa les mereció un espacio con distinción, a estar cerca de los candidatos. Entonces se leía lo que ahora no, que es la crónica, la nota de color, la entrevista, el reportaje y el editorial. Este medio cubrió ampliamente esos recorridos preelectorales.
Cómo no recordar aquellos días, en que don Jacobo, de este lado del auricular, desde la redacción, recibía la información, la columna y las crónicas de campaña para plasmarlas en su Olivetti mecánica, pues no había otro medio para hacer las entregas periodísticas de aquellas campañas con sabor a provincia neta.
* COCHINOS POR LA
LIMPIEZA EN XALAPA
En estos días de calores sofocantes, el común de ciudadanos cochinos –por calificarlos de alguna forma– tendrían que excusarse y pedir disculpas al resto de la gente buena, dejando de hacer el depósito de sus basuras en los cruceros emblemáticos y el resto de las calles de la ciudad, con vistas a hacer perdurar el ambiente sano que gozara alguna vez la ciudad y que hoy la asemeja a las localidades más contaminadas, inclusive del país.
El hecho que se cita no debe ser visto como intrascendente, sino todo lo contrario, pues se trata de uno de los más graves atentados que se cometen en contra de la salud pública.
Nuestras calles lucen asquerosas, las montoneras de basuras no encuentran ningún símil.
La autoridad no quiere, no puede o simplemente deja hacer y pasar.
Todos los días, los ciudadanos inconscientes y cochinos, es decir, los que no quieren a Xalapa, sacan de sus casas las bolsas y depósitos repletos de basuras a la arteria pública, sin apreciar que exponen a severo riesgo la salud del resto y a que las epidemias resurjan, cuando están prácticamente erradicadas.
A estas malas gentes les importa un comino que con sus pestilencias afecten a terceros y contaminen el entorno ambiental y la imagen que tanto han pretendido cuidar de la ciudad, los llamados expertos contratados para ver por la movilidad urbana de la capital.
Por qué no hacer campañas de convencimiento, si los adversarios de la ciudad ignoran las normas de civilidad urbanidad, las buenas costumbres, el civismo como asignatura lo han desaparecido del plan de estudios en los bachilleratos y los principios que supuestamente fueron heredados de generaciones, en el sentido de que la basura que se abandona en nuestras calles atrae con ella las potenciales epidemias y todos los contagios por aquello de la presencia de millones de agentes contaminantes.
Si la autoridad no puede, bien podrían ser los llamados jefes de manzana –a los cuales muchos califican de inútiles– quienes asuman alguna de las funciones de prevención del feo espectáculo que representan tantas montañas de basuras todos los días, depositadas sin ningún control sanitario, menos de imagen urbana, con la aplicación de sanciones a los ciudadanos cochinos que hacen sus depósitos de basuras de manera indiscriminada en la llamada ciudad de las flores, como también la califican los políticos.
* TLALNELHUAYOCAN, RICO
FILÓN PARA AGUZADOS
Tlalnelhuayocan pareciera que es una municipalidad surgida de la nada.
Quizá fue una extensión del territorio que correspondía a Xalapa, a Banderilla, Coatepec o Naolinco de Victoria, pero el municipio se dio y ahora no hay quien detenga su crecimiento poblacional, sólo que la tierra, unos cinco mil contribuyentes del predial, la tienen en posesión, más no en propiedad.
La ignorancia, sin duda, es sabiamente la madre de todas las desgracias.
En el buen sentido, no tiene la gente de forma mayoritaria por qué creer en que existe una ley que divide la tierra en ejidos, posesiones y propiedades.
En San Andrés Tlalnelhuayocan, desde lo alto de la cima, donde se yergue su palacio municipal, de fachada interesante, pero sus oficinas por dentro, viles cuartuchos de dos por dos metros, que apenas si permiten respirar a sus apretujados burócratas, forman una corta fila que concluye en la oficina de la alcaldesa que nunca se encuentra, el síndico que anda de campaña y la regidora que, igual, está de licencia.
Pero eso no lo ven los diputados, ni el resto de los órganos de vigilancia externa o, como usted quiera, de la tarea que desarrollan los ediles.
Ciertamente, en San Andrés Tlalnelhuayocan difícilmente uno de sus diez mil habitantes puede mostrar un título de propiedad de la tierra en donde asentó su hogar, construyó una vivienda y dice tener muchos años de poseer el pedazo de tierra, que pueden ser mil metros cuadrados o una hectárea. La tierra es fértil, pero poco la cultivan.
Un viejo vicio seguido cada tres años, consiste en que nuevos habitantes del lugar aparecen inscritos en el catastro municipal, ante el cual basta decir su nombre, que dice ocupar mil metros cuadrados y le entregan a cambio su boleta del predial, con la cual paga su impuesto anual, pero a la institución vale un soberano cacahuate saber si el ciudadano de estreno en la municipalidad tiene una escritura o goza de una posesión, previamente reconocida y legalizada como tal.
Obviamente no se discute si son posesionarios de buena fe, pero la ignorancia de la ley no los hace inocentes, de que cuando venden parte de esas tierras o en su totalidad, están incurriendo en un presunto delito de fraude, pero véalo usted bien, nadie lo cree porque así ha sido de generación en generación ya por espacio de más de 50 años.
Y es que mientras caiga el predial, qué importa, dice el cajero o tesorero, que lo recibe en la ventanilla de cobro del ayuntamiento, cuya explanada de enfrente a palacio municipal y la iglesia del lugar, ya la quisieran tener muchos municipios.
