

Fue Margareth Tatcher, la primer ministra británica, la que dió inicio a las reformas estructurales en su propio país, con múltiples y duras medidas contra el propio gobierno inglés, que fue disminuyendo su papel regulador en la economía de ese país, dejando libertad a la operación de la libre empresa, y recortando privilegios a la clase trabajadora, con medidas draconianas que la convirtieron en la «Dama de Hierro», un mote que la acompañó toda su vida, al trastocar todo un sistema que se mantenía bajo control del estado, con tendencias de protección social de los más necesitados, para cambiarlo a un régimen que procuraba fomentar el libre emprendurismo a cambio de una menor protección en salarios y condiciones laborales de las empresas británicas.
Asociada con Estados Unidos y con Ronald Reagan, el presidente norteamericano que poco a poco fue cercando a una Unión Soviética que se desmoronaba económicamente, la política británica, junto con los Estados Unidos, fue la impulsora de una etapa de dominación mundial, a través de acuerdos emanados del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Se trataba de reordenar al mundo para alejarlo de las utopías socialistas, con base a un manejo eficiente de la economía de todos los país, con una aplicación de mercados libres, para hacerlos crecer paultinamente con un mercado económico desregulado, por parte del Estado que se empequeñeció a partir de entonces, y una despiadada flexibilización de la contratación de los trabajadores, en los países más industrializados y emergentes.
Fue la época en que el presidente Clinton lanzó la famosa frase de: «Es la Economía, estúpido», como emblema político para resaltar que más que política de cualquier otra índole, los países solo prosperarían si se manejaban adecuada, y rigurosamente, las finanzas de los mismos a partir del libre mercado y la globalización participativa de las empresas en todos los países del mundo. La Unión Europea era un ejemplo a seguir, porque desde la década de los setentas, antes del surgimiento del neoliberalismo, ya daba el ejemplo de una conjunto de países puestos de acuerdo para compartir, bajo un gobierno común, todas sus áreas económicas, de manera global, y bajo el influjo de una sola moneda, el euro que se fortaleció a finales del siglo veinte y parecía invencible en el nuevo siglo.
Nuestro país no fue ajeno a ese fenómeno mundial. Nuestros gobiernos doblaron las manos desde la década de los ochentas cuando, sobreendeudado y quedándose sin divisas, México entró en la más severa crisis económica que orilló al apoyo de Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional para darnos fondos de apoyo, bajo criterios de endeudamiento, a cambio de una rigurosa política económica que nos hundió en esquemas más neoliberales que los impuestos por Tatcher a Inglaterra, en el transcurso de los años. A partir de entonces se realizó el desmantelamiento de las empresas de estado, a indicaciones del presidente de la república, Carlos Salinas de Gortari, y los primeros pactos económicos que frenaron el aumento de los sueldos de la gran mayoría de los trabajadores mexicanas, estableciendo topes super mínimos, con el objetivo, según ellos, de frenar la inflación nacional.
Con grandes presiones para realizar reformas estructurales a corto, mediano y largo plazo, México se fue quedando sin empresas rentables, manejadas por el gobierno, deshaciéndose, incluso, de una de las más rentables, Teléfonos de México, que acaparó Carlos Slim, un antiguo socio de Carlos Salinas de Gortari. Que decir de PEMEX, cuyo crecimiento en áreas de construcción de refinerías se abandonó por completo desde la década de los noventas, para garantizar su debacle paulatina, que justificar su cambio de régimen estatal, 30 años después, a uno de libre participación de las empresas privadas. Hoy, las reformas estructurales, las pregonadas desde la Inglaterra de las décadas de los ochentas, ya se impusieron en nuestro país, para seguir los lineamientos neoliberales de globalización y muerte del nacionalismo mexicano, justo en el momento que Inglaterra se separa de la Unión Europea, paradigma de los acuerdos globales neoliberales.
Apachurrada una gran parte de la población mundial por las medidas draconianas del neoliberalismo para desmantelar sistemas de protección social en aumento salarios, servicios médicos de libre acceso, derechos de antigüedad en las empresas, pensiones y permanencia garantizada contractualmente en su puestos de trabajo en las nuevas empresas neoliberales; la respuesta terrible proviene no de movimientos de izquierda, por años marginados por su estilo populista, sino de arengas de nuevos líderes de ultraderecha, también con tintes populistas y revanchistas basados en el nacionalismo y el odio xenofóbico, fincando su atracción en devolver a los ciudadanos de esos países, el regreso a la etapa de la identidad nacionalista, por encima, y en contra, de los acuerdos neoliberales de los pactos globalizadores como el de la Unión Europea. Ante el gran peligro de que los inmigrantes lleguen a ocupar puestos de trabajo, al salir de países en la miseria producida también por acuerdos neoliberales, los ciudadanos de Inglaterra fueron convencidos, en su mayoría, que Inglaterra debe volver a ser única y solo de los ingleses nativos, no sujeta a pactos mundiales, ni a lineamientos que han empobrecido a gran parte de su masa trabajadora. Es la bandera que enarboló el líder del Partido de la Independencia del Reino Unido (Ukip), el ultraderechista, Nigel Farage. Bandera que, en cierto modo, también enarbola Donald Trump, para enardecer a las masas norteamericanas. Bandera que otros líderes populistas comienzan a levantar en otros países del mundo. Es la bandera del odio y del nacionalismo a ultranza. El neoliberalismo ya no parece tan invencible. Fue demasiado abonar a la inequidad mundial, para hacer crecer la riqueza con base a apostar todo a favor de los empresarios globales, despreciando la unidad nacional de los países y a su gente. Es hora de gritar una frase, para entender lo que está pasando ahora en el mundo, la misma de Clinton pero con otro sustantivo, para que lo entiendan los neoliberales a ultranza: ¡Es la gente, estúpido!
