
A uno se le va yendo la memoria poco a poco, de tal manera que se diluyen datos que alguna vez se ligaban a recuerdos vívidos y cercanos, y que se oscurecen hasta desaparecer, o son modificados, por el paso de los años.
Sucede que un día descubrimos que muchas situaciones vividas con personas que cruzaron por nuestras vidas ya no están completas, porque alguna secuencia se borró en nuestra mente y la evidencia de la voz, en la memoria, o de nombre completo, o de algunos rasgos de su personalidad ya no están ahí, en primera impresión, para recuperarlos nuevamente.
En parte, suele suceder esto porque ya dejamos de convivir con muchos de aquellos que nos fueron cercanos, hasta cierto punto, en un mismo escenario, en alguna época de nuestras vidas. A lo mejor porque no fuimos tan cercanos o porque no nos unió una circunstancia, una anécdota o hasta un conflicto en esos instantes compartido de nuestras existencias.
Tal es el caso, para mí, del recuerdo que me queda de mi maestra de mecanografía en la Facultad de Ciencias de la Comunicación, ubicado en ese edificio singularmente alargado y con ventanales plegados, pintado de azul claro, en la esquina de las calles de Arista y Zaragoza, en el primer cuadro urbano de la ciudad de Veracruz.
Desconozco cuántos la conocíamos más como la maestra Chofi, en lugar de nombrarla por su nombre completo, con un trato más respetuosamente académico. De todas maneras, era un referente diario de nuestra existencia como alumnos en la facultad porque era la encargada de la biblioteca, punto de reunión no solamente obligado para leer libros especializados en Periodismo y Comunicación, sino para ser punto de reunión de grupos estudiantiles que generaban discusiones políticas o grillas escolares, no importando la mirada circunspecta de la profesora, con sus pequeños ojos parpadeando, a lo lejos, pendiente de nuestras pláticas intensas.
Ella presenció, desde lo alto de ventanilla de atención de la biblioteca, aquella disputa que me tocó vivir entre dos compañeros de la facultad, sobre si existían tres o cuatro terminaciones en las conjugaciones de los verbos. Uno defendía que solo eran tres y el otro que eran cuatro terminaciones.
Los ánimos se habían caldeado en el pequeño espacio de la biblioteca y las voces habian subido de tono, sin que la maestra Chofi, por esa ocasión, hiciera un llamado de reprensión para se bajara el nivel de las voces o, conminara al pequeño grupo para que prosiguieran su discusión fuera de ese espacio. Tal vez estaba entretenida para conocer en que acababa la disputa.
Yo entré a la biblioteca cuando ya había hasta jaloneos entre los dos jóvenes que defendían acaloradamente su postura. Uno de los compañeros en la disputa, me llamó inmediatamente para que emitiera una opinión al respecto. Era yo entonces algo así como un mediador de las conflictos estudiantiles , por ser uno de los líderes políticos de la escuela.
-Tú crees que aquí fulano -me reservo los nombres de los compañeros con el pretexto de la confidencialidad actual de los datos personales- dice que existen cuatro conjugaciones de los verbos y no tres como es lo correcto ¿Qué opinas tú,Calderón -coloco mi apellido real porque eso de la confidencialidad ni me va ni me viene, en mi caso-?- Me dijo el compañero Perengano.
Asumiendo un rol ambiguo, cómo de político que no quiere comprometerse ni con uno ni con el otro, para no perder votos, me dirigí al compañero fulano y le pregunté:
«A ver, fulano. Dinos cuales son las cuatro conjugaciones de los verbos que tú conoces»
Sin titubeo alguno, seguro de su conocimiento, me contestó:
«Las conjugaciones de los verbos que conozco son, en primer lugar, la de los verbos terminados en ar; en segundo lugar, la de los verbos terminados en er; la tercera, la de los verbos terminados en ir, y el cuarto, la de los verbos terminados en or.»
Reconozco que era tanto su aplomo al hablar de esa cuarta conjugación que yo no conocia, que lo hice pasar por la prueba del fuego. Ahi se la estaba jugando porque, según yo, no iba a contestar. Le dije:
«¿Dime como se conjuga el verbo horror con todos lo pronombres personales, en tiempo presente, Fulano?
Y Fulano, con valentía convencida, demostró que tenía pruebas de lo que afirmaba con vehemencia, cuando se lanzó al ruedo, sin capote ni espada, y comenzó a enunciar la lista conjugada del verbo horror:
«Yo horrorizo, tú horrorizar, tú horrorizas, él horroriza, nosotros…»
Ya no pudo terminar porque una carcajada de la maestro Chofi, sorprendente e inesperada, seguida de una orden terminante suya, zanjó la situación, cuando nos dijo:
«¡Vayan afuera a discutir. Están en la biblioteca y aquí no se discute, se lee, así que salgan, muchachos, a discutir allá afuera sus conjugaciones verbales!»
Y nos fuimos allá afuera. Y creo que una parte del grupo se rió también del ejemplo de fulano, pero otra parte, solidaria, pidió respeto para el compañero, el cual, por cierto, me lo encontré varios años después en una posición privilegiada en la Universidad Veracruzana. Me dijo que era algo así como el redactor de los discursos oficiales del rector en turno en esa época que lo volví a ver. Agregó que, incluso, acompañaba al funcionario en sus viajes fuera de Xalapa, para cumplir esa misión excepcional. No cabe duda que mejoró mucho en materia de la gramática española. Todavía hoy, siento un poco de envidia, porque yo nunca alcancé esas alturas en mi vida universitaria.
Pero, creo que ya me desvié un poco del tema de este texto y que es acerca de la personalidad de la maestra Chofi, que al paso de los años se nos fue quedando en su versión oficial de la maestra Sofia Esponda, y así, muchos la recordamos, como egresados, hasta que hace unos días, una pregunta de una compañera egresada de otra generación, Dolores Roa, fue lanzada al grupo virtual de egresados en facebook.
Preguntó por el segundo apellido de la Maestra Sofía Esponda. Y yo, con esa vocación de conocedor de datos de la facultad que pretendo poseer, por no decir vocación de chismoso oficial de los egresados, me dí a la tarea de buscar una respuesta para Lola Roa y fallé en el intento. Es más, conjeturé que en realidad no era el segundo apellido el que estaba en duda, sino el primero, porque en todos los documento serios de la facultad se registraba su presencia en la historia de la misma, como la maestra Sofía E. Esponda, y en otras publicaciones editoriales como Sofía E. de Esponda. Vaya nudo misterioso en torno a datos extraños de la maestra Chofi.
¿Quién no recuerda a la maestra Chofi? Pero no todos, sabíamos sus apellidos completos.
A muchos nos marcó de por vida. Yo, como otros de mi generación, escribimos con todos los dedos de las manos en nuestras computadoras, gracias a sus enseñanzas en las viejas máquinas Remington y Olivetti de la facultad. Siempre tan propia y bien presentada. Con esa mirada entre gentil y pícara que caracterizaba su rostro de tez blanca. Con esa atención tan dedicada en lo alto de su ventanilla de la biblioteca para darnos los libros que marcaron nuestra formación profesional. Ahí leí por primera vez a Marshall McLuhan en una edición nuevecita, o bien cuidada de su famoso libro «La Comprensión de los Medios como Extensiones del Hombre».
Fue al paso de los días que me llegó un mensaje de Whats App de nuestro compañero de otra generación, correspondiente a la carrera de Licenciado en Periodismo, mi tocayo Rodolfo Mata Reyes, que resolvió, para mí y quizás para otros, el misterio del apellido desconocido de la maestra Chofi. El mensaje decía lo siguiente;

Fue una verdadera sorpresa. La maestra Chofi Esponda se llamaba y apellidaba Sofía Eresbrake de Esponda y fue el colega Higinio García, quien radica en el sureste del país, de la generacion 69-73 de la facultad, que tenía la respuesta. Quién sabe cuántos más lo sabían. Mucho no, yo entre ellos. Y también muchos sabemos hoy que, como egresada de la facultad, escribió la primera historia de nuestra institución, al cumplirse los 25 años de su existencia. Publicación que ojalá se pueda rescatar. La encontré en Google, pero en la sección de libros que no son descargables.
Ahora me queda una gran duda. Su apellido es notoriamente extranjero. ¿Cuál sería la razón que en sus publicaciones como periodista, y como autora del libro del 25 aniversario de la FACICO, siempre se puso el nombre de Sofía E. de Esponda?
¿Que misteriosos datos rodean a esta señera figura del pasado de nuestro facultad?. Es más, he recurrido a San Google para rastrear ese apellido y hallar vínculos de origen en nuestro país o en cualquier otro, y nada, el apellido Eresbrake no me arroja ningún indicio informático. Que raro. Con esa enigmática presencia en mi vida, buena sería la tarea de conocer la historia de ese apellido que se fue perdiendo en los registros de su historia. Quizás plantearía un origen extranjero que por alguna razón ella no mostraba ante todos.
Con esa interrogante, cierro este pequeño homenaje, en los setenta años de mi facultad, a la maestra Chofi, o Sofía E. Esponda, o Sofía Eresbreaker de Esponda. ¿Alguien conoce más acerca de ella, que pudiera aportar más luces en este misterio en que la he envuelto?


