Avatares.- La industria Turística: El encanto de Veracruz


Por Irene Arceo Muñoz, egresada de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana

Veracruz es adorable, porque pese a todo es un estado de ánimo. Siempre ha sido fascinante el centro del antiguo puerto de Veracruz y en ello coinciden todos los entrañables ex compañeros del Ilustre Instituto Veracruzano que actualmente frisan los sesenta años y que recuerdan con nostalgia los larguísimos paseos vespertinos en los maravillosos tranvías que recorrían las partes más interesantes de la ciudad desde las épocas de nuestros abuelos y padres, hasta casi finalizar los años sesentas en que al alcalde jarocho Juan Maldonado Pereda se le ocurrió la idea de quitar ese medio de transporte público y quien sabe adonde fueron a parar todos los tranvías que muchos jovencitos vimos todavía amontonados en unos predios cercanos a la calle González Pagés .

A pesar de que la ciudad de Veracruz ha crecido de manera exponencial y su ensanchamiento permitió nuevos esquemas habitacionales que propiciaron una desadaptación social que en algunos derivaron en problemas de delincuencia, todavía quedan algunas zonas que conservan ese sabor tradicional que tanto le atrae a los turistas que visitan esta ciudad costera.

Encontré entre mis papeles archivados un reportaje que escribió esta reportera en 1992 y observaba que los tiempos de modernidad proporcionaron un perfil distinto a la ciudad de Veracruz para no ser nunca más el Veracruz salvaje, aventurero y nostálgico de décadas atrás y que retrató María Novaro en la película Danzón.

La gente de hoy dejó de ir a los sitios tradicionales para pasear en los malls

De pronto, la gente abandonó el centro histórico para ir a las afueras, a las zonas residenciales, a los Malls y plazas comerciales estilo americano y ese recorrido dominguero tradicional de la fresca avenida Díaz Mirón, el popular parque Zamora, la bulliciosa avenida Independencia, el colorido zócalo y el familiar malecón se quedaron en la imagen del recuerdo.

En épocas de ayer, ante la carencia de opciones tecnológicas que excitaran los sentidos, el turista se conformaba tan solo con ver llegar en el horizonte los imponentes barcos entrando en la bahía por las bocanas y seguirlos con la mirada hacia los muelles, anclando cerca del fuerte de san Juan de Ulúa.

Amaneceres de Veracruz

En esa sencilla y hermosa contemplación, a intervalos se respiraba con los brazos el alto el salado y yodado del mar del golfo. O también era común que turistas y lugareños presenciaran el amanecer y la salida del radiante sol en las playas jarochas siguiendo el plácido vuelo de gaviotas y pelicanos, mientras los niños y mujeres recogían conchitas y caracoles arrastrados por la marea nocturna.

Otra de las actividades preferidas en Veracruz, son los paseos en lancha o en coche, las largas caminatas por el boulevard, el bailar danzón en el zócalo o salsa en los parques recreativos; la compra de alguna curiosidad marina, el saborear una nieve de mamey, coco o cacahuate o un sorber un raspado de sirope de frutas, sentado descalzo y ligero de ropas, frente al mar con el viento salobre en la cara mirando largamente el ir y venir de las olas y seguir hipnotizado la trayectoria avasallante de algún cangrejo que se aventura en la arena fuera de su cueva.

La gente de Veracruz conoce a fondo estas referencias que forman parte de nuestras costumbres. Los turistas recuerdan a esta ciudad por su comida criolla, su alegre hospitalidad y por ese estado de ánimo contagioso que se percibe apenas se empieza a descender del puente que pasa sobre los amplios patios ferrocarrileros y que permite divisar la Aduana, el señorial edificio de Correos con sus dos leones, los antiguos hoteles remodelados, el registro civil, el edificio colonial que fue biblioteca Juárez y los alegres portales con sus ruidosos murmullos y sonsonetes de marimbas.

Desde la ventana del Hotel Diligencias, se abarca una perspectiva singular: una estampa del zócalo que hace evocar recuerdos nocturnos y fragantes. A la derecha se yergue majestuosa la contundente torre de la catedral angulosa y dura. Al fondo, la vista se recrea con la arquitectura armónica del palacio municipal curtido de historia. El zócalo está exuberante en verdor: hay palmas reales y anchos almendros en todo su contorno. Hombres y mujeres porteños de clases populares han ganado este espacio para sí con el paso de los años y ahí descansan apoltronados, se divierten o negocian artesanía, canciones o compañía.

Sobre la Avenida Independencia, frente a la puerta principal de la catedral por las noches, llegan indígenas de las tierras serranas a vender gardenias y hasta las mesas de la terraza del café de la parroquia se percibe el profundo perfume de esas blancas flores.

La noche es fresca, todo el sábado estuvo nublado porque amenazó lluvia. Hoy en día el clima de Veracruz es variable y casi impredecible, lo que limita las actividades del turismo que se queja de que casi no hay espacios cerrados y climatizados que integren diversiones para todos, en caso de que azote el norte.

 

Tomado de Tinta Jarocha

2 Comentarios

  1. Y ahora le toca el turno de la depredación al camellón de Díaz Mirón: están tirando los árboles centenarios. Hay que indignarse!!! hay que defender lo muy poco que va quedando del Puerto.

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  2. Efectivamente. Al parecer, como ciudadanos tenemos también una responsabilidad para protestar ante las decisiones arbitrarias e irracionales como la del Ayuntamiento de Veracruz, en donde se atenta contra un bien común que son sus árboles, seres vivos que cumplen una función noble en el entorno natural de ese puerto. La alcaldesa Carolina Gudiño una vez más demuestra sus decisiones de reina de corazones, capaz de cortar no solo centenarios árboles sino también la cabeza, simbolicamente hablando, de sus súbditos porteños si es necesario.
    Protestar, quitarnos la etiqueta de súbditos, asumir que somos ciudadanos con derechos para frenar acciones déspotas y antidemocráticas como la de la alcaldesa oaxaqueña avecindada en el puerto, debiera ser una obligada actitud para los verdaderos jarochos del puerto de Veracruz.

    Flaco favor nos hacen políticos improvisados, sin más méritos que el padrinazgo, que han llegado a la alcaldía del puerto de Veracruz.

    ¿Donde están nuestros estudiantes, nuestros jóvenes indignados, para organizarse y luchar por una causa justa y ecológica?

    Bien recuerdo, Malena, que en nuestros tiempos ya estábamos organizándonos en los espacios de la escuela cuando una causa justa agraviaba a nuestra sociedad. Sabiamos que la protesta en grupo era la apertura para despertar a la conciencia ciudadana.

    Mínimo, una respuesta a mediano plazo es no votar ya, en las próximas elecciones, por ese partido político que llevó al poder a tan lamentable alcaldesa veracruzana

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