
Carlos Salinas de Gortari realiza una gira con conferencias en universidades del país, con un interés aparentemente académico y a propósito de promover su nuevo libro, y en una de las cuales, la Universidad de las Américas, acaba de afirmar que, en el pasado, ningún gobierno priista pactó con el narco. Esa es una verdad a medias, o media mentira, y él lo sabe.

Hoy que más se discute sobre el tema de las estrategias de la lucha anticrimen organizado que inició Felipe Calderón, y sobre las cuáles Salinas también subraya que son equivocadas, vuelve a mencionarse la carencia de una labor de inteligencia eficaz por parte del Gobierno Federal para mantener a raya a los malos.
Precisamente, en los ámbitos de la inteligencia a la mexicana, era donde se establecían los pactos y reglas de control de aquellos que, por su poderío económico o político, constituían focos de alerta en seguridad nacional, hubieran sido políticos, militares, narcotraficantes, intelectuales, guerrilleros o terroristas.
Ahí es donde surge la figura del llamado “hombre leyenda”, don Fernando Gutiérrez Barrios, o de Miguel Nassar Haro, quienes eran los emisarios definitivos para establecer pactos, o mejor dicho reglas, en las que debían enmarcarse el accionar de los malos de la delincuencia organizada.Don Fernando lo mismo tenía información a la mano, y disposición de acción inmediata, para ponerse enfrente de activistas políticos de la guerrilla, nacional o extranjera (recordamos que él tuvo en sus manos a Fidel Castro), o de jefes de bandas del tráfico de estupefacientes o gavilleros regionales, o líderes potenciales de fracturar el sistema político para establecer condiciones duras que ponían coto a sus territorios operables. El narcotráfico tiene una historia en México muy extensa y su mantenimiento se debe a razones económicas y políticas muy complejas que involucran a fuertes intereses mexicanos y norteamericanos en el asunto. No es un asunto de buenos contra malos, como la actual estrategia presidencial lo ha querido encasillar.

Tal vez si, los presidentes no pactaban, pero estaban enterados que en la Dirección
Federal de Seguridad se ponían los rieles, o se quitaban si era necesario, de tránsito de quienes organizadamente estaban más allá de los delicuentes comunes. Era una verdadera oficina de inteligencia con mucha experiencia y mucho más aplomo y eficacia que el actual CISEN, bodrio burocrático de imaginerías de espionaje más dedicado a interceptar llamadas de políticos que a enviar emisarios definitivos ante el crimen organizado.
¿Qué fue lo que pasó entonces? Simplemente el desmembramiento de ese organismo y la desaparición de la alta escuela de inteligencia mexicana, cambiada por tecnócratas que, en su momento, declinaron la labor fuerte de la inteligencia, el control, para entregarla a otros ejes del poder mexicano que en lugar de pactar, negociaron.
Era una labor secreta que esporádicamente fue descubierta al paso de los años. Y en donde se conocía muy bien lo que era pactar entre uno y todos y no lo que al pasó mas tarde, sobretodo en los más recientes sexenios, cuando convirtió en el acuerdo negociado entre varios, que dió pauta a un estado de ” río revuelto ganacia de pescadores”, donde el más chimuelo de los malos hoy muerde y duro, ante la carencia de un solo hombre de la estatura de Fernando Gutiérrez Barrios, al cual Carlos Salinas conoció muy bien, desde el primer mes de su mandato como presidente de la República.
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