
Familiares riegan sus cenizas en el mar
A casi un año de su muerte, la despiden en ceremonia prehispánica
(Por Jorge Alberto González) Cuando las cenizas de Isabel Vargas Lizano -“Chavela Vargas”- se esparcieron sobre el mar veracruzano, sus familiares y amigos sintieron alivio al saber que su última voluntad se había cumplido a casi un año de su fallecimiento (5 de agosto del 2012).
Yisela Ávila Vargas -sobrina de la cantante y quien se asume como heredera universal de todos sus bienes- trasladó los restos de la artista costarricense al estado de Veracruz el pasado sábado 8 de junio.
Ese día la intérprete regresó a Mata de Uva, comunidad humilde y de pescadores ubicada a 30 kilómetros de la ciudad de Veracruz, Veracruz.
La cantante vivió en este lugar durante tres años (2002-2004) y convivió muy de cerca con los lugareños a quienes definía como“gente sencilla”. Dormía y despertaba en la casa que en su momento le regaló su amigo y político veracruzano Miguel Alemán Velasco, a 800 metros de donde le oficiarían la ceremonia.
Frente a la playa, en la sede de la Fundación Chalchi A.C. dedicada a la preservación del mar y sus especies, presidida por su entrañable amiga Olga Díaz Ordaz Terrones, todo estaba dispuesto para darle el último adiós a Chavela en medio de una ceremonia prehispánica para luego regar sus restos al mar.
La cantante nunca ocultó su amor por Veracruz. Disfrutaba de su gastronomía, flora y fauna; su cultura y arqueología. Tampoco se resistió al encanto de las letras de Agustín Lara, de quien más tarde sería una de sus mejores intérpretes llevando por todo el mundo su tema: “Piensa en mí”.
En aquellos atardeceres cuando el sol enrojecía al ocultarse y los pescadores levantaban sus redes, en más de una ocasión Chavela les habló de su fascinación por la inmensidad del mar: podía ser apacible o agresivo. Quizá se veía reflejada en él.
Fue a su sobrina Yisela a quien años atrás pidió que al morir, parte de sus cenizas fueran regadas en el corazón de las playas de Chalchihuecan, ser abrazada por las aguas de los ríos Papaloapan y Jamapa, permanecer en una confluencia dulce y salada, tal vez como la vida misma.
Isabel Minjares Zamorategui, amiga cercana de la cantante y productora (DF), coordinó junto con Díaz Ordaz Terrones el ritual prehispánico al que estaban convocados concheros y músicos que ayudarían a la intérprete de “Macorina” llegar a su destino.
A las 12:00 horas, el sol intenso de aquel día se posaba sobre las cabezas de al menos 20 personas reunidas para la ceremonia. Además de Ávila Vargas -hija de su querida hermana “Ofelita”- viajaron desde Costa Rica Yazmín Vargas Simoni y su hija Tamara, así como Lenin Vargas, ambos sobrinos de la desaparecida artista.
Una porción de las cenizas de Chavela -en posesión de la familia- se encontraba dentro de una urna de plata que resplandecía al contacto de la luz del día; objeto que fue el segundo obsequio de la familia Alemán Velasco poco después de morir.
Con fines litúrgicos los restos fueron cambiadas a otra vasija de cerámica color verde jade, pintada a mano con figuras de peces del golfo mexicano y una libélula en relieve a manera de asa; donada por el arqueólogo Daniel Goeritz Rodríguez y realizada por el maestro Joel Bautista Rojo en los talleres de Cerámica Mandinga, en Veracruz.
En el inmueble de la fundación, sobre el pasto y al lado de un árbol sembrado por Chavela años atrás, se colocó la urna en una pequeña base de madera oculta por un paliacate blanco con motivos negros. A un costado, un jorongo extendido a rallas de colores negro, blanco y rojo que la artista usó en diversas presentaciones.
Cerca de ahí, una lona con la figura impresa de Chalchiuhtlicue, diosa teotihuacana de influencia olmeca protectora de los lagos, ríos y mares; deidad que daría su venia para la llegada de los restos a las aguas del Golfo de México.
El humo blanco del copal que emanaba de una copa de barro sostenido por la danzante Isabel Castán, ascendía en forma de greca envolviendo los cuerpos de los partícipes en la ceremonia, quienes ataviados en vestimentas de manta color blanco, se habían apostado en semicírculo alrededor de los restos de la cantante.
Al golpeteo de sus pies descalzos sobre suelo durante la danza, los ayoyotes resonaban como sonajas desde los tobillos del líder de los concheros Guillermo Vázquez; quien invocaba desde los cuatro puntos cardinales el permiso del dios dual Ometéotl, padre y madre del universo de la cosmogonía prehispánica.
Respetuosos de las prácticas ancestrales mexicanas, los familiares de Chavela uno a uno pidieron por su viaje eterno. Los tambores y el silbido del caracol enmarcaban las expresiones de agradecimiento a los mexicanos por haber acogido a su familiar desde los 16 años de edad.
A lo lejos, desde un aparato reproductor de música se escuchaba la voz profunda de Chavela Vargas grabada con anticipación y que decía en forma evocativa: Que Dios me ampare, que Dios me proteja, que Dios me oiga; hasta luego corazón de la Tierra, hasta luego amor de mis amores, hasta luego.
Ávila Vargas inclinó su rostro apacible y sereno frente a la urna. Los cánticos y plegarías aún se oían mientras recordaba cómo su tía se había ganado la aceptación de un país entero gracias a su inigualable y sensitiva forma de interpretar al cantautor guanajuatense José Alfredo Jiménez.
La sobrina de Chavela aprovechó ese instante para reconciliarse espiritualmente con su tía, quien involuntariamente se alejó por varios años de su cercanía y del resto de su familia de Costa Rica gracias a personas que en su momento manipularon su voluntad.
El viento ondeaba los arboles de almendra cuando la ceremonia concluyó, el mar se mostraba inquieto. El reducido grupo de personas se encaminó a la orilla de la playa mientras que “Agua” -un perro xoloitzcuintle de la fundación- abría paso (al Mictlán).
A la luz mayor del medio día, justo en el Día Mundial de los Océanos, los restos de Chavela fueron puestos en manos de Clemente Reyes y Lucina Ramón, antigua familia de pescadores que junto con los parientes de la artista aguardaban un par de lanchas sobre la arena húmeda.
Los botes se enfilaron sobre las aguas azules del Parque Arrecifal Veracruzano, que impulsados por sus potentes motores a 65 nudos, rompían las olas con su fuerza y en momentos parecían levitar sobres el agitado oleaje.
A más de 3 millas náuticas de tierra firme, los motores de las lanches se apagaron. Se hizo un silencio conventual. En un instante el mar se mostró apacible, sereno; parecía esperar este momento.
Yisela se acercó a la orilla de la lancha con la urna. Vertió lentamente una parte de las cenizas revueltas con agua diamante sobre el mar, algunas lágrimas eran notorias en su rostro. Mientras los restos se esparcían en el agua salada, en su interior, decretaba paz y buen viaje a su tía.
Ella se incorporó, llenó sus pulmones de aire y exhalo aliviada. Regresó a su corazón la reconciliación y la tranquilidad. Había cumplido su promesa, dejar parte de los restos de la “Dama del jorongo” en Veracruz. El resto de la familia lanzó flores sobre el mar, de cempasúchil y ramitos de violetas.
Bruno Quino Cobaxin, hijo de un pescador del que la cantante se hizo amiga cuando era apenas un niño, se aventó al mar con un visor. En sus manos sostenía dos chalchihuites (piedras verdes o jade) que en las antiguas culturas mesoamericanas simbolizaban: el agua, la vida y lo sagrado.
A él también le fue entregada la vasija mientras flotaba sobre el mar para regar las últimas cenizas de la cantante. Después, sigiloso se sumergió a tres metros de profundidad y colocó las piedras en el corazón la Diosa Chalchiuhtlicue, réplica sumergida en el año 2006 por la Fundación Chalchi.
De entre la comitiva, eufórico y con voz quebrada, alguien exclamó a todo pulmón: ¡Viva Chavela! ¡Viva la señora de la canción del alma! ¡Chavela, Veracruz y México te quiere y te recuerda! ¡Ya estás aquí otra vez¡ Mientras que los concheros -en la otra lancha- dejaban oír el místico sonido del caracol.
El poeta Jorge Gabriel López, uno de los invitados, extendió sus brazos y se dirigió al horizonte. Extasiado, lanzó por más de 20 minutos una carretada de versos improvisados al estilo “jarocho”, palabras con la que logró revivir la vida y obra de la intérprete en el imaginario de los presentes.
Una hora después las voces callaron. Se escuchaba a penas el golpeteo del agua sobre las embarcaciones. Los motores de las lanchas volvieron a encenderse y regresar a tierra.
Ahí estaba Chavela, entre la magnificencia del mar y el infinito del cielo, tal como se soñaba; en un epitafio imaginario que podía remitirse al título de su tema predilecto y en el cual se reconocía: “Las simples cosas”, de Armando Tejada Gómez:
Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas, lo mismo que un árbol que en tiempo de otoño se queda sin hojas. Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas, esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón.
Además de Veracruz, las cenizas de la cantante han sido esparcidas en Tepoztlán, Morelos, donde vivió los últimos años de su vida; y una tercera porción de sus restos serán regados en breve por sus familiares en el mar de la provincia de Guanacaste, Costa Rica, donde transcurrió su niñez.
La intérprete expresó alguna vez a sus amigos que estaba agradecida con la “Señora vida” porque le había permitido respirar 93 años (Costa Rica, 1919), y recibir sin rencores a la inevitable “Señora muerte”, de quien confesó, nunca tuvo miedo.
De la mano del crepúsculo, los pescadores a veces imaginan ver a Chavela caminando por las playas de Mata de Uva, con su jorongo rojo y su pelo cano, recitando el poema de Pablo Neruda y que a menudo repetía de memoria:
Amo el amor de los marineros que besan y se van. Amor que puede ser eterno y puede ser fugaz. En cada puerto una mujer espera; los marineros besan y se van. Una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar.

Me encanta este bello Homenaje y despedida a esta espléndida Mujer ,Artista ,Cantante ,con un estilo propio ,único,como ella lo fue ,gracias Chavela por tus canciones y tu presencia
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