Debut y despedida como extras en «La Viuda de Montiel», film basado en un cuento de García Márquez


Por Rodolfo Calderón Vivarcartel_de_la_viuda_de_Montiel

A la memoria de Gabriel García Márquez, autor del cuento

 «La Viuda de Montiel», en el cual se basó la película del mismo nombre,

que se filmó en el estado de Veracruz en 1979, dirigida por Miguel Littin, en una coproducción

donde participó la Universidad Veracruzana,

Rodolfo Calderón Vivar, egresado de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Veracruzana
Rodolfo Calderón Vivar, egresado de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Veracruzana

Era el año de 1979.  Y ahí estábamos, agregados como parte de la producción de la película «La Viuda de Montiel», por decisión del rector Roberto Bravo Garzón qué  así respondió a la petición de uno de sus colaboradores más jóvenes, Lorenzo Hernández García, cuando éste le pidió que a él y dos de sus amigos, Victor Manuel Filobello y yo, se nos diera papeles de extras en el rodaje de la cinta, que se desarrollaba en una hacienda de San Marcos de León, pueblo muy cercano a la ciudad de Coatepec.

Antes de llegar a esa situación privilegiada para nosotros, jóvenes egresados de la universidad, intervino un funcionario de la universidad que era el vínculo con los productores del film, a quien fuimos a ver a su oficina, con una tarjetas de Bravo, y quien, en presencia de nosotros habló por teléfono con Jorge López, responsable de la coordinación de la filmación. Fue una charla intensa. Aunque no escuchamos lo dicho por el interlocutor, las frases del representante de la universidad  iban subiendo de tono. Qué era una orden del rector. Que recordara el acuerdo de coproducción de la Universidad Veracruzana. Que si era necesario hablaría entonces con Littin. Que el licenciado Bravo tenía mucho interés en la participación de estudiantes universitarios en una experiencia cinematográfica. Hasta que, al fin, siempre sin saber que decía Jorge López del otro lado del teléfono, vimos como nuestro contacto en la universidad sonreía y se despedía de su interlocutor de una manera suave, cordial, sin  vestigio de tensión alguna.

La pelicula «La Viuda de Montiel» fue una coproducción de Cooperativa Río Mixcoac, Instituto Cubano de Arte y Estudios Cinematográficos, Macondo Films, Macuto Films, Actas de Marusia Films y la Universidad Veracrucana, que fue incluida a petición de García Márquez, por el hecho de que su editorial le había publicado, por primera vez, el libro de relatos «Los Funerales de la Mamá Grande», en el que se basaba el film. Era pues una coproducción entre Chile, Cuba y México. Tenía como director a Miguel Littin, destacado cineasta chileno principalmente enmarcado en el cine contestatario, Patricio Castillo como director de Fotografía;  José Agustín y García Márquez,  como guionistas,   y la actuación de Geraldine Chaplin, actriz norteamericana muy famosa en el cine de la época; Nelson Villagra, actor chileno; Katy Jurado, estrella del cine mexicano; Ernesto Gómez Cruz y otros destacados actores mexicanos. Su filmación se realizó, la mayor parte, en la ciudad de Tlacotalpan, y en mínima parte, en la hacienda de los Dominguez Díaz, en San Marcos de León, municipio de Xico, Veracruz.

El funcionario que nos apoyó para establecer contacto con los productores de «La Viuda de Montiel»  llamó a su secretaria. Le dictó el oficio de presentación que teníamos que entregar al responsable de la producción. Fue muy enfático en una sola cosa. La puntualidad. Teníamos que estar antes de la siete de la mañana, pues el coordinador  le dijo era el horario de todos para comenzar la filmación. Felices, con el papelito que nos serviría de pase, caminamos de la calle de Clavijero, donde estaban la oficina del Director de Artes, hasta el parque Juárez, donde dimos muchas vueltas, emocionados. Platicamos de García Márquez. De «Cien Años de Soledad», de «Los Funerales de Mama Grande», en uno de cuyos relatos, «La Viuda de Montiel»,  se basaba la cinta que estaba filmando Miguel Littin, un director chileno, del cual yo había visto «El chacal de Nahueltoro» y «Actas de Marusia» (esta última bastante aburrida, a mi parecer).

Y al día siguiente, ahí estábamos pero con dos horas de retraso porque Filobello pasó tarde por nosotros a nuestra casa de la calle de Basurto y, como dependíamos de su «vochito», tuvimos que plegarnos a su impuntualidad. Fue un viaje eterno para los tres. El reloj se acercaba a las nueve de la mañana, dos horas después de lo marcado por Jorge López. Tan solo pasar por el centro de Coatepec fue un tortuoso viacrucis que alargaba la distancia y los minutos dentro del coche de nuestro amigo. Después salimos de la ciudad y bajamos las sinuosas curvas de la la angosta carretera que lleva a San Marcos de León, una congregación del municipio de Xico, al que se llega cruzando un puente muy antiguo, por donde un impetuoso riachuelo agita con sus aguas y sonoridad la tranquilidad del pueblito.

Lo bueno es que pasando el puente, a no más de ciento cincuenta metros estaba la hacienda de los Domínguez Diaz, lugar de la filmación. Ahi vimos dos largos trailers de donde salían varios cables que penetraban, por una ventana, hacia los adentros del añoso edificio. Llegamos a la puerta principal y tocamos. Alguien abrió la puerta. Explicamos quienes éramos. Cerraron otra vez la puerta. No fueron más de quince minutos, pero lo suficiente para pensar que ya no íbamos a ser recibidos. Pero la puerta se volvió a abrir. Un hombre joven, de unos treinta y tantos años, barbado, nos dijo con voz severa:

«Llegan tarde, vayan soplados a camerinos, pasando el patio y digan que llegaron los enterradores para que los vistan y arreglen».

Ese hombre era Jorge López, el principal hombre de la filmacíón después del director Miguel Littin, y quien en todo momento se mostro adusto y distante con nosotros, durante todos los momentos que pasamos en el rodaje.

Llegamos a camerinos. Uno de los ahí, se acercó y dijo en voz alta:

«Creo que si dan el tipo. Pasen a peluquería»

Hasta ese momento nos dimos cuenta que el participar en la cinta de «La Viuda de Montiel» no iba a ser precisamente un paseo placentero en el mágico proceso de creación cinematográfica. Según el relato escrito por García Márquez, el cacique del pueblo, don José Montiel, muere y con ello se desencadenan una serie de acontecimientos en torno a su viuda, quien fue interpretada en la cinta por Geraldine Chaplin, en una mezcla de resentimientos, venganzas, desequilibrios emocionales de la mujer atados a una serie de recuerdos del poderoso hombre, dador de vida y muerte, en el pueblito latinoamericano donde ejerce su poder. La viuda, una vez que muere el abusivo esposo, comienza a cerrar todas las ventanas de la casa, para vivir en la sombras de los cuartos, desconectándose del mundo oprimente del pueblo que dominara su marido. A nosotros nos tocaba el papel de enterradores del difunto Montiel, cargando su ataúd por los jardines de afuera de la iglesia.

Nos pelaron casi de casquete corto. El más atribulado era Filobello, cuya cabellera bien cuidada remataba en un copete correctamente peinado en todo momento de su vida social. Nada de eso quedó. El pelo estaba casi al ras. No nos dieron un espejo para juzgar el corte realizado, como acostumbran en las peluquerías, pero la sensación de más frescura en la cabeza cuando nos pegaba un poco de viento y la prueba de pasar nuestra mano por la cabeza, fueron contundentes. Casi nos habían rapado.

Pasamos a los vestidores donde nos dieron unos trajes negros, con un sombrero también negro y de larga copa, que me hizo pensar : «Si nos van poner el sombrero, ¿para que nos hicieron este corte de pelo,  entonces?»

Nos pusieron un poco de maquillaje y nos indicaron nos sentáramos en unas sillas que estaban en el centro del patio central de la hacienda. Se nos mencionó que había que  estar atentos al llamado de que pasaran los enterradores. Es decir, nosotros. La hacienda era entonces, un edificio con techado de teja y toda una serie de habitaciones  alrededor de un patio central, interrumpidas por una edificación donde estaba la cocina, justo al borde del río que bordeaba la hacienda por uno de sus costados. El patio tenía unos pasillos internos con espacios para jardín, en donde plantas y algunos arboles frutales daban un ambiente de bucólica calma, interrumpida a tatos por los gritos del director y algunos de sus técnicos.

Hasta ese momento no conocíamos más que a Jorge López. Miguel Littin estaba filmando alguna escena dentro de una de las habitaciones de la hacienda. Suponíamos donde, porque ahí, en la puerta, estaban amontonados gran parte de los integrantes del equipo de filmación y la luz de los reflectores rebotaba en las paredes y en los bordes de los perfiles de la gente amontonada en ese sitio.

Al fin, todos salieron de la habitación y vimos a lo lejos a quien supusimos era Littin, porque Jorge López platicaba con él y me pareció nos señalaba, en uno de los instantes de su charla. No pude darme cuenta de más porque, de repente, apareció ella, una mujer morena, madura y de edad ya marcada en los pliegues del cuello grueso;   tenía el   talle muy amplio, resaltado por el vestido largo y antiguo que portaba. Se  sentó cerca de nosotros. Era Katy Jurado, la célebre actriz mexicana que hizo parte de su carrera en Hollywood, quien comenzó a bromear con los técnicos que le hacían casi valla, pero de una manera muy especial:

-Hijos de la madre. Ahora resulta que estoy trabajando con los mismos que iniciaron el cine mudo mexicano. Que aguante de cabrones, chingaos. Como le hacen, huevones, para durar tanto- decía con una voz fuerte, medio ronca, sonriente para mermar el efecto de lo que sonaba a insulto, pero no lo era.

Los hombres y mujeres se reían. Estaban felices, mientras la Jurado seguía hablando de ellos,  con improperios.

Una asistente llegó hasta ella y le dijo:

«Señora, ya llegó el médico».

Katy Jurado se calló por unos momentos. Después, por primera vez, nos miró a los tres, ahi, sentados junto a ella,  un tanto temerosos de que también nos diera nuestro repaso de groserías. Se levantó, no sin antes decirnos:

«Bueno muchachos, ahí los dejo. Voy con el doctor para que me inyecte y se me alivie el dolor de mi pierna, Todos los días me inyecto. Está cabrón llegar a vieja»

Se fue caminando lentamente, mientras la asistente la sostenía del brazo. Se recargó un momento en uno de los arboles frutales de la hacienda. Después se encaminaron a una de las habitaciones. Seguramente   ahi estaba su doctor. No pudimos evitar la emoción y comentamos el hecho de haber conocido a Katy Jurado. Hasta que la voz del coordinador de producción nos interrumpió:

«Esos enterradores. Vamos a montar la escena.  Vengan para acá»

Aunque Littin estaba detrás de la cámara, no fue él quien nos dió las indicaciones sino Jorge López. Teníamos ante nosotros un ataúd de madera muy ornamentada, el cual deberíamos cargar  un buen trecho, por los pasillos del patio que llegaban hasta la capilla de la hacienda. Todo parecía fácil, solo cargar el ataúd, nosotros y otro más,en total cuatro.El caminar debía ser despacio, hasta entrar a la capilla. El segundo de Littin hizo su demostración de como hacerlo, a que ritmo, por que ruta. No hubo ningún ensayo previo. Era hacerlo y ya, y si no salía, se tenía que repetir tantas veces como lo quisiera el director. «Pero procuren hacerlo bien a la primera, por Miguel no le gusta perder el tiempo con los extras», nos dijo nuestro nuevo jefe.

Cuando intentamos levantar el ataúd de un solo envión, nos dimos cuenta que no iba a ser nada fácil nuestra actuación. El féretro pesaba como si lo hubieran cargado con piedras. Algo de eso había habido, porque Jorge aprovechó para burlarse de nosotros. «Uta madre…Ahora resulta que son enclenques. Quieren trabajar en el cine y no están en condiciones…¡A ver, utileros!…Vengan y ayuden a éstos para que estén al tiro para la escena».

Peor fue el asunto. Si el peso del féretro nos había impedido levantarlo con facilidad del suelo, ahora que los utileros nos lo habían puesto a hombros de los cuatro, sentíamos que la angustiosa sensación  de su peso ahora caía sobre nuestro cuerpos. Ya Lorenzo medio se acomodaba y me decía  que no empujara para su lado el peso, en tanto Victor se dolía de su hombro mientras soportaba nuestra carga asignada para la actuación. Yo mismo sentía como el sudor escurría por mi frente, en tanto el asistente de Littin se acercaba para dizque acomodar la carga sobre nuestros hombros. Ya no recuerdo si todo salió a las tres repeticiones, pero cada una de ellas nos fue entumeciendo de tal forma que, al terminar la escena, pedimos nuevamente ayuda para bajar el ataúd al suelo.

Buscamos nuestras sillas para sentarnos, pero una voz nos gritó:

«¿Adonde van?…Sigue la escena del velorio. Caminen al cuarto del fondo del pasillo. Todos los actores a la escena del velorio»

-¿Velorio? Pero si ya llevamos el difunto a la iglesia…-dijo Filobello consternado por no poder descansar de la escena anterior.

-Asi es el cine-le aclaró Lorenzo- No hay de otra más que ir al lugar del velorio.

Fuimos acomodados en una de las habitaciones del fondo. Era de tres piezas. Nosotros permanecimos en la pieza de la entrada. En la siguiente estaba colocado el velatorio, con el mismo ataúd que cargamos nosotros con mucha dificultad, pero que ahora solo dos miembros del equipo de apoyo lo cargó sin ninguna dificultad para ponerlo en la base de metal , rodeada de varios cirios que después encendieron. En una tercer pieza estaban colocados parte del equipo de filmación y adelante, la pesada cámara con ruedas, a cuyos lados, y arriba, estaban los potentes reflectores que iluminaban la escena.

Se hicieron varias tomas del supuesto velorio. En una parte de ellas, los presentes tenían que mostrar repugnancia porque el cadáver del cacique José Montiel apestaba. Se hizo una toma, pero el asco mostrado por los actores   no fui  convincente para Miguel Littin. El melenudo director chileno le dirigió a Jorge López:

«Jorge, ponte a echar pedos, para que estos se imaginen al difunto echando gases y el olor de la mierda llenando todo el cuarto»

Fue la única vez que ví titubear a nuestro severo jefe de producción, cuando dijo:

«¿Echar pedos?…¿Pero cómo, Miguel?

Miguel Littin sin alzar la voz, pero firme, le dijo:

«Carajo, Jorge…Échalos por  la boca. No te estoy pidiendo que te los eches por otro lado»

Y así, con los pedos hechos con la boca del asistente del Director, la escena pudo quedar a gusto del cineasta sudamericano.

A las tres de la tarde nos fuimos a comer. Nosotros lo hicimos con los técnicos. Los actores principales de la película y el director comieron en otro lado.  Lorenzo, Victor y yo nos sentíamos integrados al equipo, después de esas horas de un trabajo que para nosotros era una sorpresa constante. Recuerdo que cerca de las cuatro, me aparté del grupo y caminado por el patio central de la hacienda, llegué hasta el edificio de la antigua cocina y entré.  Era  una edificación donde una de sus ventanas tenía  vista al río. Sus paredes estaban llenas de ollas y jarros, y muchos utensilios propios de las cocinas antiguas. Tenía un fogón de ladrillos, ensombrecido por el humo de la leña que alguna vez sirvió para cocer los alimentos de la gente de la hacienda. Me acerqué a la ventana y miré el río que corre por abajo de la hacienda, en un costado. Estaba solo.

Fue cuando escuché su voz. Le caracterizaba el ceceo con el cual identificamos a gran parte de los que viven en España. Era Geraldine Chaplin. Estaba detrás de mí. Su puso al  lado mío  para contemplar, también,  el río. Su rostro era inconfundible, pero al verla tan cerca noté que la piel de su rostro era extremadamente delgada y un tanto maltratada, muy diferente a como la había visto en el  «Dr. Zhivago», aunque claro era que habían pasado 15 años de su debut en dicha cinta de David Lean.

– Aquí no se siente tanto el calor- me dijo la famosa actriz norteamericana, hija de Charles Chaplin y de Oona O’Neill..

Todavía conservo el recuerdo de ese instante, yo ahí, junto a la actriz tan admirada, surgiendo así de repente en ese sitio donde pensé estaba solo. No la había visto durante todo el día del rodaje. Para mí fue un momento mágico que conservo de mi experiencia como extra en la película «La Viuda de Montiel» y del cual me da pena decir que fue lo que hice al tenerla a mi lado. Nervioso, sintiendo que la sensación del rubor subiendo por mi rostro, solo le contesté: «Si. Hace mucho calor, pero aquí está fresco. Disculpe. Tengo que irme»

Y salí apresuradamente de aquel sitio, dejando a la actriz y figura principal de la película,  contemplando el río. Ni siquiera voltee a mirarla cuando me despedí.

No fuimos requeridos para mas escenas en los demás días. No regresamos ya a la filmación. Siguió un largo periodo de espera  del estreno de la película, que se llevó a cabo, en una función de gala en el  Cine del Ágora de la ciudad de Xalapa, meses mas tarde. Era una función solo para invitados especiales pero nuevamente la generosidad de Bravo Garzón fue aplicada hacia nosotros. Estuvimos entre los invitados. Emocionados, vimos el comienzo del film. Obviamente no aparecíamos en los créditos. Los extras no son mencionados. Pero esperamos, en vano aparecer en la escena de los enterradores que cargan el pesado ataúd de José Montiel. No fue incluida en la edición final del filme. Tampoco la parte en la que intervenimos como  los dolientes del velorio. De hecho no se ve la mayoría de  las secuencias filmadas en la hacienda de los Dominguez Díaz, en San Marcos de León.  Casi toda la película transcurre en locaciones de Tlacotalpan.  Nos borraron del mapa. Pero no nos sentimos frustrados, porque vivimos en unas horas una extraordinaria vivencia de como se filmó una película basada en un cuento de Gabriel García Márquez, que nos da pauta para recordarla desde el punto de vista del testigo directo, detrás de cámaras, viendo y actuando, en un grupo donde también estuvieron Miguel Littin, Jorge López, Katy Jurado, Geraldine Chaplin y demás actores y técnicos que hicieron posible que la literatura se convirtiera en cine, a través de la película «La Viuda de Montiel»

Además conocí de cerca a Geraldine Chaplin, aunque fuera para despedirme inmediatamente de ella.geraldine_chaplin_la_viuda_montiel

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