Los peores hombres


Por: Héctor Saldierna

Con frecuencia me he admirado como los artistas, directores de cine y otros realizadores del arte son muy observadores del quehacer político nacional y suelen emitir comentarios muy agudos, al igual que lo hacen los escritores y narradores.

Uno de los primeros comentarios leídos fue el que hizo en la década de los 70 el cantante Marco Antonio Muñiz, quien decía que los gobernantes estaban muy alejados de las demandas del pueblo.

Ahora, sin embargo, prevalecen otras condiciones y se viven los tiempos álgidos de la política, de la que los realizadores no pueden quedarse atrás en sus observaciones.

Guillermo del Toro, quien acaba de obtener el premio más codiciado en el Festival de Venecia, manifiesta inclusive su molestia porque Peña Nieto lo haya felicitado.

“México es un país en donde hay excelentes artistas, narradores, pero en cambio, hay pésimos políticos”.

Es necesario que en México se acabe la impunidad, la corrupción y el mal gobierno, agregó en su  comentario.

Esos conceptos también van muy bien de la mano con lo que ha dicho Alejandro González Iñárritu, quien afirmó que invitar a Trump a México fue una traición. Peña no me representa, dijo, molesto.

“No es posible que invites a un personaje y éste te falte el respeto en tu propia casa”, dijo.

En consonancia con los filósofos, Platón dijo que “desentenderse de la política equivale al precio de  elegir a los peores hombres”. Esto es precisamente lo que ocurre en México. Han llegado al poder los peores hombres que no tienen la mínima consideración hacia un pueblo. Todas sus acciones se encuentran amparadas en la ambición y en la codicia. Y no son pocos, porque la inmensa mayoría de gobernadores y de alcaldes buscan su beneficio personal y no les interesa, en lo mínimo, servir al pueblo al que, en teoría, se le eligió para beneficiarlo con sus acciones.

En Veracruz, por ejemplo, hemos vivido una de las etapas más aciagas con un gobernante que no tuvo el mínimo empacho en quebrantar las finanzas públicas y que, de acuerdo a INEGI, haya llevado a cerca de un millón de habitantes hacia la pobreza extrema. Se trata de un crimen execrable que merece un total y absoluto castigo, pero que por ahora se intuye una connivencia que podría dejarlo libre ante la indignación del pueblo veracruzano.

Las cuentas de Javier Duarte son trágicas y  es necesario que se haga una narrativa muy puntual para que, en el futuro inmediato, no se vuelva a vivir acontecimientos parecidos que han vulnerado la economía y la vida de millones de veracruzanos.

Hace unos días, el orador Rafael Castillo Blanco, fundador de Toastmasters en Veracruz, señaló que no está de acuerdo que en los clubes se diga que no puede hablarse de política, cuando es una necesidad vital de la sociedad porque se trata de asuntos públicos en donde todos tenemos intereses comunes.

No hablar de política y no participar de la misma ha propiciado que tengamos personajes oscuros que han llegado al pináculo del poder y que con su ausencia de moral y de principios han convertido en un botín las finanzas públicas. Y, lo peor, sin el castigo que se merecen.

Un amigo ingeniero que viajó hace dos años a Singapur, comentó que este país ha tenido un notable desarrollo en los últimos años y su presencia es muy notable entre las naciones que observan el futuro con gran optimismo. Sin embargo, no todo fue miel sobre hojuelas.

Cuando había problemas de saqueos, robo e impunidad, se empezaron a aplicar castigos muy severos. Al ratero se le cortaban las manos. O se les fusilaba ante una falta grave. Sólo así se pudo contener a la delincuencia.

A México le hace falta un nuevo gobierno y un nuevo líder que imponga el orden y el respeto perdido desde hace varias décadas. Sólo basta leer la portada de un periódico nacional para observar el rosario de malas noticias que distinguen actualmente a nuestra nación. Hay un México maltrecho y deteriorado que es conveniente redimir. No hacerlo, es seguir por el mismo camino de derrumbe y destrucción moral. Por lo pronto, como decía Platón, nos dirigen los peores hombres, tal vez con algunas honrosas excepciones.

 

Y hasta la próxima.

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