Por Juan Eduardo Flores Mateos

Ayer regresaba a la camioneta de mi cuñado, con él y con mi hermana, cuando fuimos interceptados por unos barristas de Chivas que se presentaron como las ovejas. Quisieron tumbarnos el trombón: eran 7 y nosotros dos. Una vez que, montoneros se nos fueron encima, salieron corriendo; fuimos a la camioneta y en segundos, pasó una patrulla de la Naval y la detuvimos para señalarles lo ocurrido. Golpeados explicamos la situación, y varios de ellos, entre ellos un tal capitán Heredia, ojos verde oliva, nos dijeron que no podían proceder porque «no había flagrancia».
Por más que insistimos, y por más que la gente desconocida estaba alrededor y los señalaban como agresores, más se escudaban en que no podían hacer nada ‘porque no les constaba’. Nos terminaron llevando a todos: nos dijeron que «nos llevaban para levantar la denuncia correspondiente» pero sólo nos engañaron para meternos como ganado en una de esas camionetas donde transportan a los detenidos.
En esa camioneta, tuve que soportar a esos que nos golpearon, contar chistes sobre Ayotzinapa. —Qué demonios, dije, para esto me titulé. Pero bueno, el caso es que llegamos a los separos, y fuimos recibidos por un pelón que nunca nos informó su nombre -aunque lo solicitamos muchas veces-, pero que hablaba como Facundo y sólo se limitó a decir —A mi me vale madre quién qué equipo quién quién aquí todos se van a las cinco, ¿está bien? Por más que le dije que no estaba de acuerdo, le recordé que nosotros pues éramos víctimas; insistí hablar con mi abogado, que me estaba esperando afuera, sólo se burló y dijo —Ah, los dignos. Sí, sí, bueno allá adentro miras lo de tu abogado.
El caso es que nunca pudimos verlo, según entiendo le informaron que «formamos parte de una riña colectiva» y «que ya habíamos firmado» lo cual hasta ese momento pues no era cierto, me lo chamaquearon. Pero esa es ya otra historia. Ya para no hacerles el cuento largo, pues hoy dormí en los separos después de ser tratado por autoridades cuya acción se limitaba a levantar nombres y datos «que no podían hacer más»; ya todo triste, acostado en la banca de los separos, mientras miraba caer la lluvia sobre la ventana, me quedé pensando un largo rato: si en una tontería como esta, con todos mis «privilegios» de clase, etecé, etecé se me imputan delitos que no cometí, soy revictimizado, y atropellado por las autoridades correspondientes me pregunto qué pasa con esa gente que de plano, no tiene dónde ampararse y cuyas historias nunca llegan a saberse.
Muchas gracias a los que estuvieron pendientes. Y sí, no estoy descubriendo el hilo negro pero no está mal recordarlo de vez en cuando: además que jamás será lo mismo vivirlo que reportearlo.
