
Los maestros universitarios se encontraban sorbiendo café, aceleradas las neuronas y despierta la conciencia, les entretuvo un vasta polémica acerca de la naturaleza del conocimiento científico. El motivo fue el determinar si el psicoanálisis tiene un fundamento de ciencia y predicción de la conducta humana, si las terapias mentales deben ser acompañadas por productos de farmacia adecuados y si en alguna forma la ideología y las creencias religiosas pueden coadyuvar para al menos paliar el alto número de enfermedades mentales existentes.
En el libro “Los infiernos del pensamiento”, se nos dice que en sus orígenes, los académicos de la URSS calificaron al psicoanálisis como una “ciencia burguesa”, la última novedad de las sociedades capitalistas, enajenadas por su falta de expectativas y consumo sin sentido.
El rechazo a las teorías del maestro Freud, así como también a las ideas expresadas por sus discípulos, fueron acaudilladas por el positivismo y el conductismo, bajo el lema por cierto ya muy antiguo de los empíricos de que “nada está en el pensamiento si no ha pasado antes por los sentidos”.
En los círculos académicos de Estados Unidos no le fue mejor al psicoanálisis, principalmente de la escuela de los lógicos, encabezada por el filósofo Ernest Nagel, quien considera que las teorías mentales aplicadas al hombre no son algo que se puede equiparar con los hechos o fenómenos de la naturaleza (biología, química, teoría de los gases, por ejemplo) y por lo tanto, no pueden tener un valor descriptivo y explicativo confiable, mucho menos servir a la predicción de los fenómenos. Cambia el objeto de conocimiento, es decir, el hombre, cambia el resultado de la teoría.
La polémica entre los partidarios del positivismo y la filosofía empírica, en contra de los historiadores y los científicos sociales no es nueva, de hecho, se remonta a los tiempos del romanticismo alemán con Schleimacher y sus seguidores, como Dilthey, quien insistirá en marcar las diferencias entre el conocimiento y el método de las ciencias de la naturaleza y el método que se aplica a las sociedades humanas. Es una herencia de la razón del Siglo de las Luces, cuando se proclama la autonomía del sujeto librepensador.
La ciencia se ha definido como un conjunto de proposiciones lógicamente articuladas y sistematizadas, que describen relaciones y funciones dentro de un sistema, y pretende no solamente describir sino también explicar los hechos y fenómenos. Los datos que el observador gestiona, deben ser objetivos, generales, medibles o cuantificables, de ser posible, utilizando métodos matemáticos y estadísticos, lo que en alguno tipo de lenguaje cuasi académico se ha llamado “validación empírica”. Si bien es cierto que las teorías, los métodos y las técnicas de investigación que se utilizan deben ser aprobadas o al menos tener el consenso mayoritario de una comunidad científica, lo que se dice, un “paradigma” aceptado, las disputas entre académicos de Europa, Estados Unidos y otras partes del planeta no han dejado de existir, según lo muestra la literatura reciente sobre el tema.
Uno de los ejemplos más recientes, y que fatigó las imprentas de diversas latitudes, es el que fue bautizado por los medios masivos como “la guerra de las ciencias” y que tuvo como protagonistas centrales al físico Alan Sokal, a raíz de la publicación, en la revista “Social Text”, (Universidad de Duke) de un ensayo irónico y burlón acerca de la terminología utilizada por un gran número de filósofos y escritores franceses y que fue “Hacia una hermenéutica transformativa de la física cuántica”, posteriormente precisado su carácter jocoso en la revista “Lingua Franca”.
El artículo hubiera pasado desapercibido, en el maremágnum de textos impresos y además los que circulan por la Internet, de no haber sido por la reacción, ahora se sabe justificada, por la ligereza y superficialidad de las críticas, que mostraron distinguidos pensadores como la semióloga y feminista Julia Kristeva y el sociólogo Bruno Latour, quienes descubrieron un claro sentimiento anti-francés en las críticas expresadas por Sokal, a las que posteriormente se unió Bricmont, en el libro “Imposturas Intelectuales”.
En realidad, las críticas de SoKal-Bricmont estaban enfocadas a un grupo de filósofos y ensayistas franceses, que siguiendo las directrices teóricas de Michel Foucault, Jaques Derrida, Pierre Bourdieu, Lyotard, y otros más, a quienes se les califica como pensadores “postmodernos”, por haber realizado una vasta obra en la que se pone en crisis la estabilidad del signo y el discurso científico, y porque se erosionan algunos de los conceptos centrales de las ciencias sociales, especialmente el de la identidad y las clases sociales, conceptos que se consideraban claves en el pensamiento moderno.
De hecho, en uno de sus más recientes libros, el comunicólogo Armand Mattelart, en colaboración con Erilk Neveu, formula una vasta introducción a lo que se ha dado en llamar “estudios culturales”, y que por circunstancias de la vida, se han convertido en parte de la literatura sociológica postmoderna, no obstante, tal como lo señala, muchos de tales estudios no tienen asidero con la realidad, con frecuencia no son estudios de campo, ni aportan referencias estadísticas, sino ensayos en los que se mezcla la novedad, la experiencia personal, una ambivalencia de temáticas que giran lo mismo en torno al consumo que en relación a los gustos musicales, el cine, la cultura popular, feminismo, preferencias sexuales, cultura gay, las artesanías, etc.
De hecho, en el libro de Mattelart y Neveu, se contrasta el espíritu libertario y el enfoque crítico que tuvo la obra de uno de los pioneros de los estudios culturales, Stuart Hall, con las nuevas tendencias que se advierten en las ciencias sociales.
Respecto al conocimiento, se ha insistido en buscar nuevas corrientes epistemológicas, que cuestionan los paradigmas vigentes desde hace décadas.
Los avances alcanzados en el campo de la psicología cognitiva y en las neurociencias, que hoy se ponen en boga como paradigma sustituto de la semiótica cultural, muestran a las claras que ya en el mismo acto de pensar hay una serie de procesos que involucran lo mismo a la bioquímica cerebral que a las funciones adquiridas de memoria y aprendizaje. El ensamble se logrará en una mejor medida cuando se acepte que lo individual siempre es resultado del ser colectivo, y que ni el más duro científico se puede despojar de sus valores, creencias religiosas e ideología política.
Publicado originalmente en: http://www.imagendeveracruz.com.mx/vercolumna.php?id=37
