por Mario Jesús Gaspar Cobarrubias

¡¡¡Feliz inicio de semana post-electoral, queridos amigos facebookianos!!! Ayer 1 de julio de 2018 se celebraron las elecciones más grandes en número en la historia de México, pues en una sola jornada, los ciudadanos elegieron a sus nuevos presidente de la república, gobernador, senadores, diputados federales y locales, votando por cada uno por separado. Es decir, las elecciones ordinarias se quintuplicaron y por ellos, los preparativos y trabajo de quienes participaron.
Desde 1995 he participado como secretario, escrutador, observador del IFE en todas las elecciones a las cuales he sido llamado, porque creo que la democracia además de hablarla debe vivirse y sostenerse con hechos. Esta vez, fue mi primera ocasión como presidente de casilla electoral básica, aunque por sorteo de apellidos este año no me tocaba, pero ante la gran apatía de los ciudadanos a participar, un familiar que no quiso ser parte, dio mi nombre y lo demás ya lo saben.
Trabajando en equipo con los funcionarios del INE y del OPLE que nos capacitaron, ayer iniciamos las votaciones algo tarde (9:30 AM aproximadamente), pues aunque me levanté a las 5:30 AM para estar listo a las 7:00 AM y mis compañeros también, el material que nos dieron venia bastante defectuoso y tardamos algo en montar la casilla básica. No tuve problemas para acompletar mi personal de casilla, pues si bien el primer secretario jamás se presentó ni supe quien era, se hizo corrimiento y había suplentes muy entusiastas por participar, aunque no pudimos emplearlos a todos por ley.
Pero la verdadera tardanza fue el nuevo conteo de boletas (que yo hice personalmente cuando me dieron el material en mi casa) y la misma acción con firma por parte de los numerosos observadores de los partidos politicos, ante la gran desconfianza prevaleciente en el ambiente por el «fraude» que muchos incluso quisieron se diera para justificar desmanes y otras acciones que parecen ya rutinarias por parte de esa masa abstracta, extraña y de mil caras llamada «pueblo» que imperfecto, voluble y tumultuoso, no siempre tiene ni puede tener la razón. Cuanto más crece la población y se expanden los beneficios de la educación, el pueblo termina teniendo simplemente «multitud de intereses», pues la razón suprema rara se vez estudia, asimila y se comprende en todas sus implicaciones; si bien todos los desfavorecidos por la fortuna o la salud, alguna vez en su vida dicen «pueblo» para referirse solo a los pobres y humildes, pasando por alto que el pueblo somos todos y que los gobernantes son elegidos de entre nosotros, por eso es cruel y lapidaria pero cierta, la frase que dice «tenemos el gobierno que merecemos» (en forma global y simplista claro, porque siempre han existido y existirán buenos y malos ciudadanos y aún esto es una realidad indefinible sin patrones matemáticos fijos).
Nos apegamos a la ley y a sus tiempos, para evitar que nos anularan la votación, se permitió que los observadores realizaran su trabajo con libertad pero los ciudadanos en fila, principalmente los de 50 años para arriba, no lo entendieron y sufrimos la mordaz e injusta crítica de nuestros propios vecinos que tanto ansían y dicuten la legalidad pero en la práctica no la apoyan en pro de su comodidad o cuando deben sacrificarse en algo para garantizarla. Y debe tomarse en cuenta que estar en la fila esperando para votar es una incomodidad que todos los mayores de 18 años pasamos cuando decidimos ir a votar.
Causaron vergüenza las actitudes prepotentes principalmente de las señoras y de algunos ancianos, que lejos de dar ejemplo de civismo y buena educación para los jovenes, aprovecharon el momento para críticar, insultar y exhibir un rídiculo afán de superioridad porque ellos ya fueron funcionarios electorales también (aunque no con el trabajo quintuplicado se les olvidó considerar), nos tacharon de incompetentes y revisaban las boletas como si estás fueran bombas de tiempo. La verdadera razón es que ya querían irse y no escuchar que los procedimientos no son los de su época, que la ley marca tiempos y momentos que no podemos saltarnos so pena de que nos anulen el trabajo y el esfuerzo de semanas de capacitación y simulacros, donde por cierto, muchos de los quejosos se rehusan a participar o dan excusas de todo tipo para no hacer acto de presencia. Entre las presiones de los ciudadanos, de los representantes de partido y las de los elementos naturales (tuvimos que movernos 3 veces para evadir al sol quemante y el viento nos tumbó 3 veces la casilla INE, teniendo que improvisar una y otra vez una estructura, a fin de garantizar el voto libre y secreto), tuvimos que improvisar soluciones a todos los problemas (pareciera que nuestra casilla fue elegida por los dioses adorados por los atenienses para que nos pasaran todos los infortunios, excepto una pelea entre vecinos o un robo descarado de las urnas).
El caso más vergonzozo fue ver a un señor exigir a los representantes de partido que se apuraran a firmar llamándolos «perros» y «que desquitaran lo que les pagaban». Otros estaban aumentando la tensión con comentarios insidiosos. Este episodio después se cobró un alto precio, pues la casilla contigua se volvió escenario de discusiones y pleitos porque nadie defendió a los representantes partidistas. A pocos metros, en la mía, afortunadamente reinó la suficiente paz, me tocó un excelente equipo de compañeros (muy dinámico, participativo hasta lo heroico y bien preparado) y solo ocasionalmente, como máxima autoridad en el sitio, tuve que pedir firmemente a algunos venerables señores y señoras, que se calmaran y cesaran de sus actitudes innecesariamente hóstiles (aunque más bien eran protagónicas y quejas que no venían al caso o ya estaban arregladas las causas). La juventud, en cambio, se portó a la altura y no dio problemas, pese a que ellos son los más expuestos al bombardeo sicológico organizado por quienes se alinean a la derecha, centro e izquierda del espectro político en oferta.
La temperatura fue alta, alrededor de 40 grados, apenas refrescada por un debil viento del norte, la comida muy escasa y solo probamos bocado cuando teniamos un milagroso respiro (un humilde yoghurt con cóctel de frutas a mediodía y dos tamales al anochecer con una botella de agua), pues le dimos prioridad al trabajo y a agilizar el proceso, que estaba muy envenenado socialmente por la sospecha del «fraude» y la actitud incluso paranoica de mucha gente en las redes sociales y whatsapp (si ha habido año con bombardeo ideológico y electoral a mansalva y sin consideración para los perfiles y escasos gigabytes de los teléfonos celulares, ha sido este).
A pesar de la incomprensión de muchos de nuestros conciudadanos, también tuvimos momentos interesantes: las peleas de los familiares de personas incapacitadas que no podían llegar a la casilla pero que querían ejercer el voto (entre ellos, mi señora madre que está ciega desde 1986). Una vez que resolvimos el problema de la legalidad, nos desprendimos para llevarles las boletas y pudiesen votar bajo la mirada atenta de funcionarios y observadores.
Una señora de unos 40 años venia a votar por primera vez y desconocía el procedimiento, fue un gusto darle un rápido «tour electoral» para enseñarle lo que debia hacer. Varios jovenes venían a votar por primera vez y con cierto temor en sus rostros, ante tantos rumores de posible violencia. También a ellos les dediqué su tiempo para que supíeran lo que debían hacer e infundirles la confianza de que estaban en terreno seguro. Como egresado de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Veracruzana, me causa gran alegría comunicarme con los demás y disfruto mucho la transmisión de energía en ambos sentidos, por ello, se de la importancia de graduar el discurso, de la sicología y la empatía para mantener el orden y la paz; toda una vida ocupando puestos de liderazgo y conducción, me han quitado ya el miedo a estar frente a los demás y de asumir la responsabilidad de conducirlos por el camino seguro.
A todos los cientos de votantes les saludé con un «buenos días» o «buenas tardes», canté sus nombres dos veces a los representantes de partido que a veces descuidaban su trabajo (aunque varias señoras criticaban eso y me amonestaron, dudo que de verdad les haya preocupado el bienestar de mi garganta) y les di prioridad a los ancianos a que pasaran con preferencia. A veces la gente sonreía al verme preocupado por estos «insignificantes detalles», pero mi preocupación y alegría eran sinceros y legitimos, pues ya normalizado el proceso, había que hallarle incluso el placer al sufrimiento en el que yo mismo y voluntariamente me había enlistado.
Varias personas se espantaron cuando cantaba sus nombres en voz alta a los representantes, pues creían que los estaba exhibiendo públicamente o me decían ¡PRESENTE! a la risa (sí, ya se que hablo como sargento mal pagado de la infantería de marina, jajajaja). Pero se les pasaba rápido el susto cuando les explicaba que se trataba solo de un filtro más para asegurar que votaran solo los apuntados en la lista nominal y no los muertos sacados del cementerio. Pese al calor y la tensión, quien lleva el liderazgo debe empatizar para reducir la tensión del medio ambiente. fragmentar su alma y energía en tantos trozos como miembros estén bajo su responsabilidad y volverse «invulnerable y de piedra cual baluarte», para no socavar el espíritu de lucha de los suyos y dar al suelo con los resultados que tantos sufrimientos pueden llegar a costar.
Varios niños de entre 5 y 10 años insitían en votar como sus padres y como «presidente por un día» (aunque estoy acostumbrado desde hace muchos años a ejercer puestos de autoridad, se siente raro que tus vecinos te llamen «presidente» y no por tu nombre), contuve y recanalicé sus impetús electorales incipientes (aunque a su edad yo era tanto más inquieto e incluso insolente y una verdadera plaga). Así que adoptando una postura solemne y a la vez, benevolente, solté un discurso y los exhorté a que se esforzaran a ser buenos ciudadanos, respetuosos de las leyes y de sus mayores, para que en unos años me dieran la alegría de volver a verlos y recibirlos junto con su voto. Los pequeños me miraban al principio con cierto temor, luego sonreían y escuché unos «¡Trato hecho!» en respuesta a mi patriótica arenga por su futuro como miembros de nuestra gloriosa federación de los Estados Unidos Mexicanos.
Varios perros entraron a la casilla junto con sus dueños y esperaron tranquilamente durante el proceso de expresar la voluntad para elegir dirigentes y representantes de la gran manada de casi 130 millones de habitantes que somos en México y donde los caninos, felinos y otras especies también gozan de de derechos por ley (de poder hablar, me pregunto si también los de pelos, plumas, escamas y caparazón querrían presentarse a sus casillas a votar o pensarían que la raza humana se compone de puros locos irracionales demasiados dados a complicarse la vida por elegir a los machos y hembras alfas que les hagan la existencia más dura de lo que ya es).
Acalorados, hambrientos y apenas hidratados, nuestra casilla básica cumplió según la ley y en concenso con los observadores electorales. Exactamente a las 6:00 PM, sin nadie en fila o perspectiva de querer entrar, cerré el portón de la escuela que nos asignaron como sitio electoral, declarando solemnemente el final de la etapa activa del voto y pasamos a los conteos, que fueron la segunda parte agotadora del día. Terminando hacia las 10:00 PM, escasos de voz, sudorosos, exhaustos, más hambrientos y adoloridos de los pies, aparte de «encarcelados», porque nadie podía abandonar el recinto y como todos querían irse a casa, no tuvimos ni nadie consideró siquiera otorgarnos un espacio para unos minutos de cena (yo comí de pie mis dos tamales, mientras mis escrutadores hacían su labor).
¿Por qué habrían de tenernos alguna consideración? No, cuando esa nueva diosa llamada POLÍTICA exige sacrificios a sus adoradores y estos a quienes les hacen caso, muchos seres humanos, pese a sus brillantes disfraces llamados «civilización», «cultura» y «educación», se vuelven crueles y solo piensan en sus propios intereses y comodidad, justificándolos y sellando todo viso de fraternidad con la etiqueta hipócrita de que LA PATRIA ES PRIMERO. Que ojalá se distribuyera y pegara en toda puerta, pared y frente todos los dás y no solo cuando se convocan elecciones; pues la patria es algo que se vive a diario, se respira y se engrandece con acciones nobles, y no con intereses que muchas veces carecen de humanismo y legitimo amor por el prójimo.
Y aparte, los flamante señores y señoras que decidieron esta locura de votación quintuple, pese a la experiencia probada de décadas, seguro es que jamás pensaron en el brutal desgaste físico que conllevaría a los conciudadanos esta acción. Lo que se ahorraría en dinero, se lo aplicaron también en la comida que fue muy escasa e insuficiente para el esfuerzo tan dilatado, porque nuestro apoyo económico llegó hasta la madrugada y al no dejarnos salir del recinto, no podíamos proveernos. Si hay una forma de hacer política en un sentido más humano y razonable, sin duda hay que buscarla ya. Si en 2016 y 2017, terminabamos todo el proceso en 2 horas y media a lo mucho, está de más decir lo que nos esperaba con cuatro veces más. Y agrego: si antes la ciudadanía no quería participar como funcionarios electorales, con esto -y por las expresiones que oí- ahora menos lo hará con esta clase de barbaridades.
Fue heroico ver a mis pobres escrutadores trabajar sin parar una tras otra, las 5 urnas, llevándose 1 hora aproximadamente para cada uno, a fin de que todo se hiciera con trasparencia y terminar a buen tiempo. Algunos de los representantesde partido se tomaron la atribución de exigir que los dos secretarios ayudaran pero ellos ya tenian su parte de trabajo y no permití que les distrajeran. Además, el proceso no se diseñó para comodidad de nadie. En la cuarta y quinta urnas, ayudé a fin de que la escrutadora, visiblemente ya drenada de su vigor, descansase por fin de esas terribles cuentas de 150 o 200 que hay que cantar para que todos vean la legalidad y que no se hace trampa, so pena de ver arder Troya nuevamente primero entre ellos y después con quien les compre la pelea. Hice el conteo verbal con voz firme y pausada, para no colapsar mi ya desgastada garganta, y aún así resultó agotador para mi, por lo que otro escrutador me relevó.
Desde luego, ocasionalmente varios de los representantes de partidos se quejaban de la «lentitud» (que yo llamaría orden y claridad, tomando en cuenta lo impertinentes que a veces se comportan), que ya querían irse (muy comprensible pero nadie estaba gozando absolutamente nada) pero que al igual por nosotros, por ley debían quedarse hasta el final. Claro, que no faltaban uno que otro buscando con quien desquitar su frustración (eligieron como blanco a la capacitadora del OPLE y a uno de mis secretarios, obligándome a encararlos y exigirles que los dejaran en paz), quien estuviera altanero cuando les comunicaban los resultados preliminares o quien definitivamenrte se fue sin esperar a firmar la manta con resultados finales.
Si pongo en la balanza lo que estamos sufriendo, puedo decir que después de todo, se portaron bien, aunque miraban con envidia como la casilla contigua terminaba antes que nosotros los conteos, a pesar de que tenian pleito tras pleito y todos estaban pegados a la mesa y a la misma distancia de las urnas, cosa que está prohibida (al final de nada les sirvió la velocidad, pues se fueron solo 10 minutos antes que nosotros).
La nada envidiable nota negra, esta fue autoría de una conflictiva representante del PRI que no paraba de quejarse y poner tenso el ambiente en la casilla vecina, al grado que de repente vimos llegar a un teniente de marina y dos infantes armados para averiguar que pasaba. Aunque el asunto no implicaba a mi casilla, me llamaron para dar testimonio de 3 hechos aislados y de la que esta persona quería convertir en una razón de pleito contra la funcionaria del OPLE, la presidente de su casilla y hasta involucrarme a mi como complice pasivo que no la defendió del señor que les llamó «perros» y con él que tuvieron problemas afuera de la escuela. Como manifesté a la autoridad, lo del señor grosero era competencia de mi colega presidente de casilla contigua, en cuya fila estaba el conflicto, si hubiese sido en la mía, lo hubiese exhortado a comportarse o retirarse de haber persistido de perturbar el orden, bajo advertencia de llamar a la autoridad. Y de los sucesos posteriores no me enteré pues estaba trabajando e ignoraba de que se trataron, así que no podían tacharme de complicidad alguna. También peleaba muy altanera «los votos que le correspondían» (aunque se a que se refería exactamente, decir las cosas así en forma tan personal convirtió la frase en una pretensión que hizo sonreir a todos).
Esta representante terminó cayendo mal a todos, pues no cesaba de exhibirse con esa chocante costumbre que muchas señoras adoptan cuando tienen una pizca de autoridad o importancia: la de hablar fuerte y en forma altanera en todas partes sin considerar que esa actitud solo agrava los conflictos y les convierte en indeseables. Su origen radica en la añeja práctica del clientelismo político que durante muchos años se ha ejercido a fin de mantener un voto seguro en la población sujeta por medio de dádivas o programas sociales que pueden escasear en periodos como este como medio de presión. Quien practica esto, puede enajenarse y creerse autoridad o gran influencia en su comunidad o colonia, y llegan a perder el sentido de la realidad respeto a que tan sólido es el terreno pisan al provocar a los demás, sintiéndose respaldados por un régimen que un año está a la alta y otro en franca decadencia. Al final quedó advertida que se calmara o se la llevarían por entorpecer el proceso electoral y como no contó con apoyo de nadie, tuvo que entrale la sensatez a regañadientes.
Pudimos sentarnos unas horas mientras los dos secretarios hacían el interminable proceso de llenar actas y la firma por parte de los observadores electorales. Mis compañeras que también son madres y esposas, se reportaban de vez en cuando con sus parejas o hijos, para pedir comprensión por el largo tiempo que estaban dedicando a las elecciones. Los hombres, solo callamos y seguimos trabajando. Como nuestra casilla estuvo bajo una carpa en el patio sin pavimentar de la escuela, cuando se agotó la luz del día, tuvimos que movernos fuera de aquella para aprovechar la luz de los faroles que producía sombras muy fuertes y molestaba a la vista.
El servicio de celular estaba fallando y no podía comunicarme con mi familia para pedir auxilio. Por fortuna, a medianoche se reestableció y mi hermano mayor me llamó para saber de mi y tras informarse, me llevó unas galletas y un refresco. Tuvo la buena idea de llevarme mi diadema de luces LED que uso para explorar cuevas y alcantarillas del camino real. Con ella, resolvimos enseguida el problema de la mala iluminación, aunque tuve que estar de pie y sin mover la cabeza muchos minutos, mientras se llenaban las mantas finales con los resultados, los cuales se publicaron en la entrada de la escuela a la 1:21 de la madrugada, con la avenida sin gente pero en paz. Las pegamos una escrutadora y yo, ella con miedo ya que todo estaba desierto, pero le dije que nuestra querida colonia del Infonavit Buenavista siempre ha hecho honor a su fama de tranquilia y civilizada y esta vez no fue la excepción. Con el frescor que causa la ausencia de personas en las amplias calles dotadas de abundante vegetación en un domingo por la noche, bajo un cielo iluminado por algunas estrellas y que extrañamente no soltó su fuerte aguacero y rayos eléctricos de cada día, nos sentimos reconfortados.
Todavía había que armar los paquetes electorales del INE y del OPLE, al término de lo cual mis exhaustos compañeros me pidieron permiso para retirarse a descansar, aunque me dejarían sólo. No tuve corazón para negarme a que se retiraran -no podiamos dejar solos los paquetes electorales- pero ellos lo entendieron sin palabras y se quedaron hasta el limite razonable. Hacia las 3:00 AM pasaron a buscar al secretario a cargo del paquete OPLE para llevarlos a las oficinas correspondientes y de ahí a su casa. A las 3:30 AM, mis heroicos compañeros se retiraron por fin a sus casas, muy agotados pero con una sonrisa por haber cumplido con nuestro deber como ciudadanos (el apoyo económico que recibimos no compensa las 21 horas de trabajo que hicimos en equipo, pero al menos yo, siempre he participado aún cuando antes no había dinero de por medio, por considerar que es mi deber como ciudadano y parte de una sociedad organizada).
Casi enseguida, pasaron por mi para ir hasta las muy lejanas oficinas del INE a llevar el pesado paquete correspondiente; solo teniendo como ayuda que me dieran un pequeño refresco y una torta muy fría (si no fuera porque en las expediciones y exploraciones del camino real, se camina horas bajo el sol, se come cuando se puede y lo que hay sin ponerse uno flamenco con el estomago, y se acostumbra uno a las privaciones, quizá me hubiese puesto en las mismas actitudes quejosas e inapropiadas que mis vecinos por la mañana, buscando con quién desquitar mi coraje y seguro alguien de pocas pulgas me hubiese mandado al infierno con los consabidos saludos a mi santa progenitora). Sabiamos que todo el país estaba en las mismas condiciones, con miles de casilla con funcionarios del INE, OPLE y ciudadanos sufriendo por lo prolongado de las condiciones y la presión del «fraude» ¿Teniamos derecho a quejarnos a aunque fuese legitimo hacerlo por lo que experimentamos en carne propia?
Finalmente, me fueron a dejar cerca de mi casa junto con otro presidente de casilla que vive cerca. Abrí la puerta y tras saludar al buen Chanchez, todavía tuve fuerza para darme un baño de agua fresca y finalmente, pude aterrizar mi maltrecha humanidad y cerrar los ojos a las 4:30 AM, finalizando para mi, ahora sí, una agotadora jornada global de 22 horas seguidas.
Todo por la dura jornada electoral que hoy llaman «histórica» por sus consecuencias en la transición del poder y la vida política de México. Puedo decir que fue interesante, agotadora físicamente, pero alentadora porque se superó el tradicional abstencionismo (en mi casilla votó el 80% de personas enlistadas) y al menos, en este lejano rincón de la zona norte de la ciudad de Veracruz, la llevamos en aceptable paz pese a la inmerecida incomprensión de nuestros vecinos (especialmente las mujeres que dieron casi todas las malas notas de que hablar) y las duras condiciones de trabajo que nadie de ellos valoró tratándonos a veces como si fuesemos empleados de un gobierno invasor y no las personas que ven a diario en las calles y cerca de sus casas (el bombardeo incesante de paranoia, sospecha y fraude en teléfonos, redes sociales y platicas fue muy efectivo, al poner a la gente alerta pero intolerante; a los autores no creo que les importen las consecuencias de promover estas acciones en la mente de sus conciudadanos, cuanto más si sacan tajada o beneficios sexenales de ellas. Después de todo, poder gobernar y esquilmar a la todavía riquisima ex-Nueva España con sus más de 100 millones de habitantes, es un premio que debe valer aún la pena. De otra forma no dedicarían tanto esfuerzo en dividir al mismo y sagrado pueblo en «buenos y malos», haciendo que las personas se envilezcan insultándose y aun matándose por quienes no les conocen pero seguro sí determinarán el uso que le darán al dinero de sus impuestos).
En fin, queridos amigos, muchos de ustedes y yo, sufrimos pero continuamos. Al menos por la parte que corresponde a mis compañeros y yo, cumplimos con nuestro deber como soldados-ciudadanos que salimos al campo de batalla a hacer posible el trabajo de garantizar la legalidad del voto de nuestros hermanos mayores de 18 años. Con gusto pagamos este sacrificio para que las transiciones de poder se hagan en forma pacífica e institucional y no por la vía de las armas, como les encanta soñar a muchos exaltados que nunca han participado en una batalla ni conocen las miserias que deja una guerra, cuanto más que nuestro México -pese a todos sus defectos que puedan señalarnos y muchos los merecemos- es un país pacifista, que no invade a otros y tiene el envidable record de casi un siglo de que no habido una guerra civil a escala nacional. Por lo que poner presidente por la vía violenta con derramamiento de sangre de inocentes es solo algo que vemos en los libros de historia y esperemos que siga así. Pues si hay hambre y desempleo, sí que se puede estar peor con destrucción y hambruna sin fecha de caducidad mientras se define quien es el vencedor y cuando va a comenzar la reconstrucción… si es que se hace.
Si hay fraude y mal uso del voto, no será al menos de nuestra parte y menos con nuestro consentimiento.
Que pasen todos, una feliz y pacífica noche post-electoral.
