por Peniley Ramírez

Era 30 de enero. En Palacio Nacional, el Presidente mexicano sonreía ante el discurso de su homólogo español, Pedro Sánchez Castrejón. Recorrieron el Palacio. Antes de la comida de honor, Sánchez anunció: “En estas visitas nos intercambiamos regalos, en el caso mío lo que quería expresarle con el regalo que le he hecho (a López Obrador), que es el acta de nacimiento de su abuelo que nació en un pequeño municipio de Cantabria”.
En el comunicado oficial de la visita, el gobierno mexicano dijo de la Conquista que era “el primer contacto entre culturas”. Nada dijo sobre violencia o la necesidad de una reconciliación plena. Anunciaron que “la influencia mutua ha sido innegable y profunda”. En términos diplomáticos, la visita era un éxito de ambos estados para mantener una relación estrecha, más que cordial, ante un hecho polémico para ambas naciones: la narrativa de la historia respecto a la colonización durante 300 años del territorio que hoy es México.
Un mes más tarde, el 1 de marzo, el Presidente mexicano cambió el tono de esta comunicación diplomática. Dirigió una carta al rey español solicitando, según sus palabras, que se relate los agravios “y se pida perdón a los pueblos originarios” porque “la llamada Conquista se hizo con la espada y con la cruz”.
En unos días, el debate sobre el entendimiento historiográfico actual de la Conquista regía la agenda pública. Se llevó al terreno diplomático teniendo como gran ausente, otra vez, al canciller mexicano, Marcelo Ebrard. Ni el canciller ni la Secretaría de Relaciones Exteriores se pronunciaron públicamente sobre la petición. Su encargado de prensa no respondió mensajes para esta columna.
Días antes, cuando López Obrador anunció que se había reunido en privado con el yerno del presidente Donald Trump, Jared Kushner, en la casa de un ejecutivo de Televisa, Ebrard guardó silencio. Un reporte de Jesús Esquivel, corresponsal en Washington de la revista Proceso, revela que Ebrard se enteró de dicha reunión 90 minutos antes de que sucediera. Su vocero lo negó, pero no ofreció ninguna versión alterna.
Ebrard tampoco se pronunció acerca del anuncio del jefe interino del Pentágono de que se había desbloqueado un presupuesto de mil millones de dólares para la construcción de un muro fronterizo; ni sobre la postura de su jefe, quien solicitó que se respete al gobierno estadounidense al respecto.
Aunque el muro se construirá en territorio y con presupuesto estadounidense, no solo afecta lo público de la relación de dos pueblos supuestamente amigos, sino a millones de ciudadanos mexicanos que viven en Estados Unidos.
Este hecho es el último en una cadena reciente de ausencias públicas del canciller mexicano en temas que le atañen. Bien vale preguntarse hasta qué punto López Obrador está haciendo política interior por medio de debates y silencios ante gobiernos extranjeros, a expensas de su propia cancillería.
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