por Rodolfo Calderón Vivar

No dudo de la intención moral y patriota del presidente Andrés Manuel López Obrador por transformar a México. Lo que me llena de desazón son las maneras de lograrlo, plenas en confrontación, disputas y decisiones unipersonales, que sin duda, al iniciar el tercer año de su gobierno, deben tener prendidos dos que tres foquitos rojos en la trayectoria para que esa transformación sea realmente una realidad concreta y trascendente.
Confrontación parece ser la palabra clave en gran parte de la gestión del presidente López Obrador, desde el estrado de las mañaneras, en donde no ha dudado en descalificar una buena parte de las opiniones contrarias a algunas decisiones suyas, descalificando a quienes las emiten y aduciendo una separación de los grupos políticos del país, entre los conservadores y los transformadores liberales que, como él, solo siguen una línea de transformaciones nacionales de gran envergadura que anteceden a la que ahora califica como la Cuarta.
Pero, todas esas transformaciones fueron desarrolladas en contexto de guerra civil y si bien, el presidente pregonó desde un principio su vocación democrática y pacífica para generar un cambio nacional en materia de estructuras institucionales pero también de un nuevo sentido moral de la gestión pública, todo parece encauzarse a una confrontación frontal con los que califica sus adversarios y «enemigos del pueblo», epíteto que tiene su origen en precisamente las guerras civiles de siglos anteriores, donde conservadores, monarquistas y el pueblo depauperado decidían el destino de sus países por las vías de las armas.
Si bien, las encuestas favorecen al presidente en cuanto a su figura presidencial en este mandato público que ya va para tres años, a sombrerazo puro e insultos de parte y parte dignos de una arena de boxeo, hay dudas de que las tenga todas consigo para las próximas elecciones. Los movimientos políticos, previas elecciones, que se realizan por medio de alianzas antes impensable tales como el PRI unido al PAN y PRD para confrontar a MORENA, han orillado que esta organización se alíe a fuerzas políticas manejadas desde manos corruptas, para ganar la mayoría de puestos públicos en disputa electoral.
El panorama que viene es oscuro y pesaroso, si es que ganan unos o ganan otros, porque podría ahondarse aún más la confrontación entre ambas fuerzas políticas, al grado de propiciar ambientes políticos y sociales cada vez más violentos, en donde la pugna parece ser no por el cambio de México, sino la lucha para mantenerse, u obtener, en el poder más descarnada y egoísta de este nuevo siglo en México, sin propuestas factibles de un cambio profundo en el avance sistémico del país.
Ante este ominoso escenario futuro, alguien, y ojalá sea el presidente -deveras nos gustaría que así fuera-, debe plantear las bases de un nuevo pacto social, económico y político en México que siente a los principales actores de esta etapa histórica que vivimos, para llegar acuerdos de hacia donde la gran mayoría de los mexicanos queremos comprometernos en cambios y tareas de trascendencia nacional. No hay de otra. Proseguir en el mismo tono de discordia, egoísmo político y descalificación contra los otros por medio de invectivas y calificativos grotescos, realmente si está llevando al hartazgo a buena parte de la población mexicana y al peligro real de que los fantasmas de la corrupción del pasado retornen, por las «buenas»o por las malas, para desencanto de quienes deveras creimos que esta era la hora de la transformación nacional definitiva, no la pasajera que estamos viviendo, con esta absurda dilapidación del capital político alcanzado en las urnas del 2018.