Dios nuestro Señor llamó el alma de mi señor padre el capitán de fragata Alejandro Gaspar Chaparro a su reino y hoy duerme en su gloria

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por Mario Jesús Gaspar Cobarrubias, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana

A las 6:00 AM del pasado sábado 22 de abril de 2023, Dios nuestro Señor llamó el alma de mi señor padre el capitán de fragata Alejandro Gaspar Chaparro a su reino y hoy duerme en su gloria esperando el día en que nos volveremos a reunir nuevamente. Me enteré de su fallecimiento a las 6:20 AM por mi hermana mayor Ileana Patricia.

Mi padre ya tenía días hospitalizado y ya había entrado en una fase terminal, por lo que los doctores del Hospital Naval ya nos habían avisado que podríamos perderlo en cualquier momento. Toda la familia se preparó y solo eso hizo un poco menor el dolor. Mi padre murió a la edad de 85 años y 8 meses, con su cuerpo totalmente agotado por una enfermedad degenerativa y una infección que le dificultaban respirar y le causaban mucho dolor. La muerte fue para él un descanso y por salvar su vida se hizo todo lo que la ciencia médica en Veracruz podía ofrecer. Me dicen que murió en paz, con una sonrisa y en paz con Dios nuestro Señor.

Para su sepelio lo vestimos con su uniforme de capitán de fragata, rango que alcanzó en la Armada de México después de servir casi 40 años a nuestro país, la mayor parte en el Arsenal Militar de San Juan de Ulúa, donde llegó a ser jefe de talleres y un especialista en reparar motores de esos barcos que México adquirió durante o después de la Segunda Guerra Mundial.

MILITAR Y MISIONERO

Don Alejandro o «Chaparrito» como le decían cariñosamente sus compañeros de trabajo por su baja estatura de 1.60 metros (yo mido 1.75), nació en El Sauce (antes Cerro Grande) en el municipio de Tlalixcoyan, al sur de Veracruz. Su familia era de orígenes humildes mestizos de la región de la Mixtequilla y poco sabíamos de él, pues era demasiado callado. Supimos que comenzó a trabajar desde muy niño como aguador en las carreteras y en el campo con mi abuelo don Trinidad Gaspar, de quien me cuentan que era alto, blanco y de ojos azules como el cielo. Él no se crió con su madre biológica sino con su madrastra, doña Guadalupe Vidal. Hacia 1955 ingresó a la marina como grumete, el grado más bajo, pues por su pobre situación económica no estudió en la Escuela Naval, fue uno de los que ascendían por antigüedad y exámenes en el escalafón. Su época fue de una marina de guerra en tiempos de paz pero muy dura y sufrida.

Cómo tantos hombres humildes, ingresó a las fuerzas armadas para tener un pan que llevar a su casa y eso forjó en gran parte su carácter. Por su baja estatura, delgadez y carácter callado y apacible fue objeto de muchos abusos y arbitrariedades por parte de sus superiores y compañeros. Trabajó en todo, desde navegar hasta bucear y reparar cosas, que se le daba muy bien.

Para cuando yo nací ya era teniente de corbeta y el cuarto de cinco hijos, de la familia que formó con mi madre la profesora de educación física y atleta Áurea Luz Covarrubias González, 4 años mayor que él y quién mucho le ayudó a superarse y pasar los exámenes para pasar al grado de oficial, pues era más ilustrada que él.

Bien dicen que Dios los hace y ellos se juntan: mi madre nació el 24 de agosto de 1933, signo Virgo cómo mi padre, ambos en algún momento se cambiaron el nombre, ella de Bartola a Aúrea Luz y él de Ceferino a Alejandro, de igual estatura y gustos similares en lo intelectual, ambos en distintos momentos abandonaron la religión católica y abrazaron el evangelismo pentecostal que en la década de 1960 era nuevo en Veracruz.

Se conocieron en la Secundaria Nocturna de Veracruz, ambos eran de otros municipios, él de Tlalixcoyan y mi madre nació en Medellín de Bravo, pasando buena parte de su vida en la ranchería de doña Manuela Covarrubias en La Pureza, congregación del municipio de La Antigua. Después vivió en Veracruz y conoció a mi padre, en aquel entonces un pobre y humilde marinero. Ambos venían de familias muy humildes y ambos subieron con su esfuerzo en la escala social, pasando de la humildad del campesinado a una clase media, sin olvidar jamás sus raíces. Yo soy de la primera generación de mi familia nacida en Veracruz.

Cómo tantos otros matrimonios de su época, mi madre mandaba en casa y mi padre fuera de ella, se les facilitaba por el carácter enérgico de mi madre y el apacible de mi padre, de alguna forma hallaron el equilibrio y jamás vi que pelearan por cuestiones de género o competencia. Si tenían que discutir se iban a la calle a «comerse un pollito» y sin invitar a ningún metiche.

Don Alejandro fue para mí un padre un tanto distante pues apenas lo veía y trataba, su vida fue trabajo y después trabajo e iglesia. Fue en la Casa de Dios donde encontró su vocación y dónde canalizó su energía. Sin duda su niñez y adolescencia fueron muy sufridos y eso lo hizo más callado de lo que normalmente son los hombres de su signo.

Mi padre definitivamente no tenía vocación militar, era tan dulce de carácter que cuando ascendió a jefe, lejos de alegrarle, le dio tristeza porque ya no podría comer en la misma mesa que sus compañeros de menor rango. De haber nacido en el siglo XVI, hubiera sido un excelente franciscano o un misionero jesuita del Japón.

No era fácil para mí comprenderlo pues apenas hablaba y no recuerdo haberle pedido consejo para las cuestiones que normalmente un padre trata con sus hijos varones. Pero en contrapartida, nunca fue mezquino para proporcionarme libros e información y además, mi madre era quien de sobra llenaba ese vacío con su experiencia y energía. Los dos trabajaban y a veces combinaban esfuerzos, por eso yo no tengo problemas en tener a una mujer como jefe y trato a las mujeres como iguales, apreciándoles según sus méritos, nobleza y sensibilidad; lo mismo que hago con los hombres.

Mi padre desplegabla su energía y entrega en la iglesia, siempre fue un hombre de fe y aunque no siempre estuve de acuerdo, después de muchos años y gracias al estudio y análisis, logré penetrar la coraza de hermetismo con que se cubría y ver lo que había debajo de ella: encontré a un hombre muy sufrido que se formó en medio de adversidades, que no tuvo las mismas oportunidades que yo para ilustrarse y expandir sus horizontes mentales y espirituales, pero tampoco me las negó. Era muy callado porque se le dificultaba expresar su amor con palabras pero en cambio, lo hacía con actos. Y como tantos hombres del signo de Virgo, era muy obstinado y muchas veces para mal porque se alejaba afectivamente de sus hijos. También encontré a un hombre sencillo y sin pretensiones, a un verdadero cristiano primitivo, al dador alegre, al misionero y a un creyente auténtico en las promesas de Dios nuestro Señor para quien cumple sus mandamientos.

Entre nosotros no hacía falta hablar, pues llegué a conocerle mucho mejor de lo que él pensaba: no era una mala persona, simplemente había sufrido tanto que se aferró a la religión como tabla de salvación tras el naufragio. Y puso su confianza de tal forma en su dios, que finalmente no sólo encontró paz en el corazón sino el medio para canalizar lo mejor de él por el bien de la humanidad. Si era desapegado conmigo, era porque consideró que yo era lo bastante fuerte y eran otros los que más le necesitaban.

Cómo buen Virgo tenía los grandísimos defectos de la soberbia, la obstinación y el no saber reconocer sus errores y menos pedir disculpas por ellos. Pero a mí no me engañaba: lo que no decía en palabras lo decía de sobra con sus actos y buenas acciones. Y como buen Virgo también tenía las cualidades de ser constante, disciplinado y apegado al deber. A tal grado que ascendió tanto en la marina como en la iglesia, fue leal y obediente a sus almirantes y pastores. En ambos mundos de reglas y lineamientos encontró la paz y la seguridad.

UN HOMBRE DE FE

Mi señor padre fue un hombre de talante muy dulce, enemigo de la violencia y amante de ayudar a los demás. Irradiaba una aura de dulzura y de ingenuidad que conquistaba a cualquiera, precisamente porque era la mejor expresión de lo que realmente era. Durante su larga vida, ayudó a mucha gente, él no discriminaba a nadie y sin importar la distancia, él iba a predicar, a ayudar y llevar consuelo. Su aparente hermetismo era solo una coraza para ocultar su dolor y cicatrices. Por esa incapacidad de comunicarse cometió muchos errores y los pagó caro. Pero igualmente cosechó éxitos y el día de sus funerales la capilla estaba a reventar por cientos de personas, amigos, vecinos, hermanos de la iglesia y familiares, que vinieron a despedirlo a pesar de años de no verle por sus enfermedades.

Comprendí que si se hizo militar fue para escapar de la miseria y aspirar a algo mejor como hombre. Aparentemente era un hombre débil de carácter, pero eso solo engañaba a los incautos. Mi padre pese a su dulzura, ingenuidad y sencillez, nunca fue débil y yo lo descubrí también: tenia la capacidad de recibir y absorber el dolor, los golpes y la adversidad, capa tras capa tras diluirlos, sin que llegasen a tocar el núcleo de su corazón. Y su respuesta al abuso era simple pero muy efectiva: no hacia lo que los otros querían. Su actitud ante las injusticias era la de «Perdonalos padre, porque no saben lo que hacen», porque tan cierto como que las estrellas brillan en el cielo, la gente que hace el mal constantemente termina ahorcándose con su propia cuerda, presa de mil enemigos o abandonada y triste.

En la marina muchos se burlaban de él y hasta le pegaban, pero nada de eso lo derrumbó. Al contrario, a todos los venció sin dar batalla, a todos los dejó abajo en el ascenso de grados y a todos los sobrevivió, pues después de jubilarse todavía vivió 33 años más; superando por mucho la expectativa de vida de un marino retirado y rompiendo el mito de que al egresar del servicio se morían a los pocos años por el cambio brusco del ritmo de actividades. Si mi padre lo logró, fue porque en la iglesia halló su marina civil donde seguir adelante sirviendo a mejor causa.

En él se hizo viviente realidad las palabras «Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón» y su fe era tan grande, que la llevó al extremo, su fe lo sostuvo y murió satisfecho con ella. En la iglesia logró su autorrealización: maestro, miembro del coro y otros cargos que ocupó sin más pretensión que servir a Dios. Ayudó a mucha gente, lo hacía desinteresadamente y sin pedir nada a cambio, no pedía trato especial ni buscaba el protagonismo. Muchas veces se aprovecharon de él por eso pero lo que perdió también lo recuperó y con creces. Nunca le vi furioso ni agresivo, ni desearle el mal a nadie ni mucho menos maldiciendo. Si había dolor o una tormenta en su corazón, todo se lo guardaba dentro de sí mismo.

No fue el mejor de los padres o al menos el que hubiese querido, más expresivo y cercano. Pero por mucho fue mejor que los que tuvieron muchos amigos míos. Y aunque cometió muchos errores y omisiones conmigo, vivió lo suficientemente para reparar en parte el daño y para que yo le perdonase, cuando por fin pude ver a través de su armadura lo que realmente era y ocultaba.

Siempre me dejó escoger la profesión aunque tuviese que tomar las acciones y mostrarle hechos consumados para que me apoyara. No era particulamente pródigo conmigo pero eso lejos de debilitarme me hizo más fuerte. Cómo hijo lo honré dándole siempre el orgullo de ser excelente estudiante, de poder dormir tranquilo por las noches sabiendo que no andaba en malos pasos y enterarse por sus amigos acerca de mis logros y hazañas. En muchas cosas no me apoyó, en otras me dejó al garete pero sobreviví con mi propia fuerza de voluntad y en otras fue muy generoso. Cómo tantos padres, quiso ver realizados sus sueños y anhelos en sus hijos y me apoyó en las cosas que él hubiera deseado ser, vivir y lograr.

Le encantaba la fotografía y la lectura, pero por su trabajo en la Armada no pudo satisfacer plenamente sus gustos. Cuando egresó y tuvo su primer celular con cámara tomaba fotos de todo pero siempre olvidaba cargarlo, no le gustaba que se preocuparan por él y siempre nos tenía buscándolo por toda la ciudad cuando se tardaba. Y cuando lo encontrábamos, estaba comiendo en casa de algún hermano o amigo, charlando de todo y de Dios, ahí sí era muy expresivo. De repente tomaba un taxi y se iba a solo Dios sabía dónde a visitar, predicar y llevar consuelo, a las colonias lejanas, por iniciativa propia. Esa tendencia a proteger su autonomía y hacer lo que dictara su conciencia sin preocuparse aparentemente por él, es muy posiblemente la misma que me impulsó a mí como explorador. Y en este sendero de vida comprendí también porque no le gustaba llevar celular y que lo buscarán: era porque no se sentía solo y su confianza en Dios era tan grande que debió sentir lo mismo que yo, una presencia tangible caminando a su lado en medio de la soledad, una energía cálida en los momentos de soledad. Y por ello se le iba el tiempo, pues se sentía libre y mucho, a su manera fue también un peregrino y me consta, que un verdadero caminante. Agarraba su paso y poco a poco adquiría velocidad hasta dejar a todos atrás, a mí me lo hizo mucho cuando era niño pero me esforcé hasta logré ser más veloz que él.

Con todo y sus defectos, después de mucho logré comprender su particular forma de ser y aceptarle, pues realmente era un hombre bueno, sin malicia y sencillo como ninguno. Cuando inicié mi trayectoria como explorador e investigador en historia, él fue la única persona de la familia en creer en mi y tener fe en lo que hacía. Fue mi primer patrocinador y siempre salía a una expedición de larga duración al frente del equipo del Camino Real, lo invitaba a despedirnos y a qué me diera la bendición, lo cual hacía poniendo su mano en mi cabeza y pronunciando una oración. Cuando fui galardonado con las dos medallas de la Institución de la Superación Ciudadana del H. Ayuntamiento de Veracruz, se las dediqué a él y a mi madre. Al ingresar a la universidad le prometí llevarle el título en menos de 5 años como muestra de mi respeto y se lo cumplí. Aún siendo muy mayor de edad, fue a la universidad una vez a preguntar cómo iba yo y como me portaba, y grande fue su alegría cuando él director le dijo que deseaban tener más alumnos como yo.

El día de mayor alegría que le di, fue cuando el 3 de marzo de 2020 logré que viajará al pueblo de Tolome para la inauguración del monumento a los caidos en la famosa batalla de 1832. Fue un día de fiesta para esta localidad del municipio de Paso de Ovejas al recuperar parte de su historia gracias a mi iniciativa y trabajo de investigación junto con los pobladores. Quienes recibieron a mi padre y lo honraron como un invitado especial. Al final, lleno de alegría y comida, me preguntó que si había cobrado yo algo por realizar todo eso y le dije «Ni medio centavo», lejos de regañame o decirme que era yo un tonto, me sonrió y me dio unas palmadas en el hombro. Seguramente reconoció en mis actos el mismo espíritu cristiano de dar sin esperar nada a cambio y de hacer el bien, no por recibir recompensa, sino porque debe hacerse. Nunca logró conocer la total amplitud y alcance de mi trabajo en el camino real y la Ruta de Cortés, pero lo que sí conoció lo dejó más que satisfecho.

Después de ese día su salud comenzó a decaer hasta el finalizar tres años después. En muchas cosas nunca congeniamos pese a que Capricornio es el signo complementario perfecto de Virgo, pero en otras sí y finalmente feliz estoy haberlo tenido como padre. Con todos sus defectos y errores, pero también con todas sus virtudes y cualidades. Yo nunca le he pedido a Dios nuestro Señor una vida fácil sino una vida justa y como parte de ella, me dio un padre justo y no uno perfecto.

Dicen que los hijos se parecen a sus padres, yo heredé de él su cabello lacio con las ondulaciones de mi madre, quien me decía que tengo más parecido con mi abuelo Trinidad. De él recibí los pies y el sentido de caminar feliz bajo el sol. Pero su mejor herencia está el plano espiritual y síquico: no por enseñanza sino por la vía genética, me heredó su espíritu sencillo, dulce y pacifista, su capacidad de dar y no esperar recompensa. Pero también su fortaleza que absorbe y diluye golpes y su voluntad de no hacer lo que quieren los agresores. También su sentido de la disciplina y marcialidad. Así como sus dotes naturales de clarividente en sueños que logró despertar plenamente a través de muchos años de oración. Tuve testimonios de personas que mejoraron su salud después de que él hiciera oración por ellas y las pocas ocasiones en qué me compartió sus experiencias religiosas, reconocí que eran auténticas porque ya antes las había estudiado, como el viaje astral conciente y el cordón de plata que une al espíritu con su cuerpo. En sueños veía cosas que luego sucedían o advertencias. Tanto en la religión católica como en la evangelista, creer en presagios, sueños, milagros y un vasto mundo espiritual es muy normal y mi padre, si bien nunca hizo milagros, transmitía su energía a través de la oración gracias a su tota entrega a Dios nuestro Señor y así aliviaba el dolor de los demás.

Y todo eso solo es la mitad de mi ser, la otra y a partes iguales es la de mi madre, con su inmensa energía, su intelecto despierto, su capacidad de lucha, sus dotes artísticas y su don natural de transmitir energía para sanar a otros y que ella consideró cómo un bien de Dios y lo puso también al servicio de la humanidad.

Si en algo bueno se encontraron mis padres, era en su espíritu de servicio para con los demás, no porque fueran débiles o tontos, sino porque a pesar de haber tenido vidas muy duras y sufridas, no solo vencieron la adversidad, sino que sin ser ricos ayudaron a muchos, teniendo hijos adoptaron y educaron a otros, a pesar de pasar malos tiempos dieron de comer al hambriento y refugio al necesitado. De lo débil e imperfecto, Dios nuestro Señor hizo obras de artes para gloria eterna de su nombre, bendito sea.

DEBER Y DESPEDIDA

El día de la muerte de mi padre tenía dos eventos y pude cancelarlos para llorar su perdida, quienes me esperaban me hubieran disculpado. Pero seguí adelante, porque es lo que mi padre hubiese hecho: cumplir con su deber, cuántas veces no lo vi irse a la iglesia enfermo, bajo la lluvia y el viento, para reunirse con su Dios. Así, avisé a mis hermanos de las asociaciones México Hispano y Héroes de Cavite en España sobre el fallecimiento de mi padre pero que yo iba a cumplir. A mediodía impartí mi sexta conferencia de historia dedicada al desembarco del capitán-general Hernán Cortés en las costas de Veracruz en 1519 y sus consecuencias para el mundo. El 22 de abril el que se fue mi padre al cielo, mi ciudad de Veracruz estaba de fiesta celebrando su fundación acordé a su tradición desde 1969. Expuse acompañado por la comprensión y condolencias de mis hermanos Hispanistas y con su venía, dediqué está conferencia a la memoria de mi señor padre.

Más tarde viajé a La antigua para apoyar a la Organización de Jinetes del Estado de Veracruz en la conmemoración anual del Día del Caballo y su regreso como especie a América del Norte gracias a los 17 caballos, yeguas y un potrillo que Cortés trajo embarcados en su expedición de 1519. Hice el trabajo documental y aparte estoy apoyando con la parte de investigación histórica desde el año pasado. Fui invitado por el presidente de la asociación y mi amigo Roberto Salas Maldonado. Comí deliciosos tamales de barbacoa con los amigos jinetes de Paso del Macho y recibí las condolencias por mi amigo don Wences García Hernández. Aunque me invitaron a quedarme más tiempo para presentarme al público como historiador, no pude y tras de explicar la razón, regresé a Veracruz para asistir al velorio de mi padre. Cuyo cuerpo descansaba dentro de un hermoso ataúd con ornamentos de palomas, simbolo de la paz y del espíritu Santo en quien tanto creyó mi padre.

La capilla estaba a reventar de personas y agradezco a mi gran amiga y compañera del equipo del Camino Real, Ana Maria Andrade Rodríguez y a su hermano Faustino por ir a acompañarme. Ella conoció a mi padre en los años en que se consolidó nuestro equipo de caminantes y exploradores de la historia. El pastor de la iglesia de mi padre dirigió el culto religioso y mi hermano mayor el doctor y terapeuta Manuel Raymundo Gaspar, cumplió la promesa hecha a mi padre de oficiar su funeral y tocar los himnos cristianos que tanto le gustaban. En vida, mi padre hizo lo mismo por muchos hermanos de la iglesia que partieron al más allá antes que él. Lo vi y capté a través del cristal del ataúd, con la expresión serena que le era característica, como si estuviera durmiendo y fuera a despertar en cualquier momento.

Al día siguiente el pastor de la iglesia de mi hermano encabezó el servicio religioso y junto a decenas de personas que conocieron y trataron a mi padre, partimos al Panteón Particular de Veracruz para sembrar su cuerpo en tierra consagrada. La tumba ya estaba abierta y en 15 minutos bajaron el ataúd y lo cubrieron de tierra. El cuerpo mortal de mi padre descendió a la tierra con mucha dignidad y tal como él lo quiso, en medio de himnos y glorias a Dios nuestro Señor, a quien dedicó su vida a servir creyendo firmemente en sus promesas de vida eterna. Y si algo debía pagar por su ignorancia, ingenuidad y terquedad, lo hizo con creces a través del dolor y el servicio desinteresado por la humanidad. Fue muy imperfecto, pero también de ese material toma el Redentor para demostrar que todos pueden cambiar para bien

Mi padre siempre fue también un hombre muy solidario con los otros y pese a los años malos, siempre pagó puntualmente la ayuda mutua de la Asociación de Marinos Retirados de la Armada de México en Veracruz. Y esta le correspondió con una corona de flores y la gente que ayudó en vida, depositaron muchas flores hasta dejar señalada la tumba con un pequeño jardín multicolor, con la sencillez pero espontaneidad que tanto le gustaba al capitán Gaspar. Aunque en Veracruz adquirió cierta cultura y refinamiento, en esencia nunca dejó de ser, al igual que mi madre, una sencilla persona de campo y nunca renegó de sus orígenes humildes ni le dio la espalda. Mientras depositaban los muchos ramos de flores, con los acordes de guitarra le cantaron CUANDO ALLÁ SE PASE LISTA y MUÉVETE EN MI, cuyo video les comparto, queridos amigos.

FAMILIA Y HERENCIA

Después cada uno de sus hijos dijo sus últimas palabras de despedida y también sus descendientes. El capitán Gaspar dejó su herencia en grande: 5 hijos, 10 nietos y más de 6 bisnietos nacidos de sus genes o adoptados, a todos los quiso por igual y no tenía el prejuicio de que si alguien tenía o no su sangre, al igual que mi madre, tenia la cualidad de ser «papá gallo» y ella «mamá gallina», pues además de los suyos, cobijaron bajo sus alas a muchos, desde niñas maltratadas hasta cubanos y gente de Centroamérica que pasaba por Veracruz rumbo a Estados Unidos buscando un mejor futuro. Vivió para ver y jugar con su tercera generación y con su cariño de excelente padre y mejor abuelo se fue a encontrarse con el Creador de todos nosotros.

Yo heredé de mi padre el guardar el dolor por dentro y de mi madre el serle muy difícil llorar, se necesita algo muy duro y personal para arrancarme lágrimas o hacerme perder el control emocional y dar rienda suelta a mi dolor o a mi furia. Por fuera puedo parecer impasible o sereno, aunque por dentro esté llorando. Es a solas o pasado cierto tiempo cuando por fin puedo liberar las emociones guardadas. Mis hermanos y sobrinos lloraban pero solo mi madre y yo guardamos la serenidad, pues sabemos que aquello qué ya se espera y es inevitable no duele tanto. Mi padre murió tranquilo y su cuerpo ya no podía sostener con vida el espíritu que albergaba, era la hora de dejarlo ir. Negarle eso era condenarlo a sufrir innecesariamente más y más. Su espíritu ya está en el cielo y un día le volveremos a ver en otra forma y en otra época.

Mi hermano mayor ha hecho los cultos para otros hermanos fallecidos y lloraba guitarra en mano pues nunca pensó que llegaría a hacerlo con su propio padre. Yo como comunicólogo he cubierto también sepelios y he despedido a muchos compañeros en su viaje al más allá y está vez, lo hice también para con el hombre que me dio la vida. El capitán se fue en medio de cantos y nostalgia, en su religión la muerte es solo un paso pues el fiel creyente ya ha ganado la vida eterna y sus familiares y amigos solo devolvemos sus restos mortales a la tierra, regresando al polvo del que vinimos y como es la sabía ley de la naturaleza: vivir, morir y renovarse. Hay tristeza pues somos seres sensibles pero también hay alegría y esperanza como hermanos de la misma fe, pues el alma ya no sufre los pesares del mundo terrenal y en cambio, descansa regresando al lado de su Creador y eso es un triunfo que trasciende la vida y la muerte.

Yo tengo además de mi familia biológica, una familia que sí escogí, tengo «hermanos y hermanas» de idéntico o similar mente, corazón y espíritu. Uno de ellos, el arqueológo Israel Guillermo Macías Lagunes, a pesar de sentirse mal de salud, fue a acompañarme y me apoyó haciendo también cobertura fotográfica mientras yo inmortalizaba el momento en video.

A las cinco de la tarde nos retiramos del panteón y hemos de volver para ponerle una digna lápida o monumento a quien en vida hizo de la generosidad y el servicio una forma de vida para hacer este mundo menos desdichado de lo que ya es.

El capitán me dejó en herencia sus libros, documentos de su paso por la Armada de México, fotos y medallas. Una de ellas se las quise compartir: es mi padre, joven y delgado, en los años 60 sonriente con su uniforme de faena junto al reflector y timón del famoso remolcador Nereida, el mismo que abordó el presidente Porfirio Díaz en marzo de 1902 para inaugurar las obras del nuevo puerto artificial de Veracruz. Junto a él a la derecha, está otro marino querido por mi: don Abdías, él y su esposa serían mis padrinos muchos años después cuando vine al mundo. Atrás de ellos se aprecia el baluarte de San Crispín de la fortaleza de San Juan de Ulúa y la torre de vigilancia conocida como el Caballero Alto o San Felipe el Alto. Así es espero reencontrar a mi padre un día, feliz y sencillo, navegando al timón de su nave por el Paraíso que tiene muros de oro y mar de cristal.

Me despido queridos amigos Facebookianos, les deseo que sean muy felices y disfruten de la compañía de sus padres si aún los tienen o los recuerden como amor si ya partieron al cielo. Igualmente agradezco de corazón a todas y cada una de las cientos de personas que en México y desde otros países y continentes, que por Facebook, WhatsApp, por llamada telefónica o en persona me extendieron sus condolencias por la muerte de mi padre. Queda muy agradecido vuestro seguro servidor y siempre amigo veracruzano.

¡Benditos sean todos!

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