Por Gonzalo López Barradas
Crónicas de un reportero


Segunda parte
Fueron los amigos que conocí en el puerto de Veracruz, de la Escuela de Periodismo “Carlos Septién García”, quienes me presentaron al revolucionario de las huestes de Pancho Villa, Martín Luis Guzmán. Su oficina, llena de libros, olía a tinta, a cultura. Y ahí estaba yo frente a la leyenda, quien con los lentes caídos hasta la punta de la nariz me preguntó:
-¿Sabes escribir reportajes y crónicas?
-Recién salí de la Facultad de Periodismo en Veracruz –contesté-. Pero quiero aprender más.
-Bien. Preséntese con el señor Luis Gutiérrez para que te indique lo que tienes qué hacer. Ah, y bienvenido, joven, a ésta tu casa.
Allí comenzó mi calvario. Conocer la gran ciudad de México, reportear, hacer nuevas amistades. Lo que me ayudó fue que dos de ellos eran veracruzanos: Bernardo González y Luis Gutiérrez, de Tierra Blanca.
Comencé a conocer a don Martín. Todos los jueves reunía a los reporteros en su gran oficina para valorar nuestros trabajos e imponer el estilo de la revista Tiempo. Había elaborado su propio Diccionario de la Lengua: abreviaturas, títulos, usos ortográficos y estilos. Desbarataba el lenguaje (al fin miembro de la Real Academia de la Lengua Española). Era un placer escucharlo. Se sentía uno halagado cuando delante de todos nos corregía las fallas. Mi nombre aparecía en el último lugar de la lista de reporteros en el directorio de la revista, pero había que ganarse a pulso el ascenso; otro escalón y era un reto lograrlo, de lo contrario, no serviríamos para escribir.
Guardo con gran afecto y cariño la dedicatoria que escribió de sus Obras Completas que me obsequió. Así mismo, su imagen cuando fue candidato a la senaduría por el Distrito Federal, la cual obtuvo sin ninguna dificultad. Cubríamos sus giras con orgullo, porque era un placer oír hablar a un auténtico revolucionario, aquel famoso “Luisito” que fue secretario de Doroteo Arango en tiempos de la Revolución.
De don Martín aprendí a romper los moldes arcaicos que encierran algunas reglas gramaticales y que atrapan a muchos reporteros y escritores, sobre todo, a perder el miedo a las teclas de la máquina. Para él lo importante era estar lleno de cultura. Saber y conocer el asunto sobre el que se va a preguntar. “A ustedes jóvenes los avala su profesión, aprovéchenla con dignidad de hombres”, nos repetía constantemente.
El respetado ‘hombrecito’, con abrigo negro y zapatos bostonianos, siempre negros y relucientes, el creador de las novelas El Águila y la Serpiente, de Las Memorias de Pancho Villa, de Las Islas Marías y La Sombra del Caudillo (de estas dos últimas se hicieron películas), fue un padre para Ignacio Ramírez, Isabel Llinas y para mí, y tal vez para muchos otros periodistas y escritores que se forjaron en el yunque de la revista Tiempo…
Continuará

¡Excelente trabajo colega!
Gracias.
AG Riande
Me gustaMe gusta